EL ROSTRO DESCONOCIDO DE JESÚS
Jesús de Nazaret es, sin duda, una figura clave en la Historia de la Humanidad. Pero, ¿cómo era, quién fue y quién es Jesús? A estas preguntas se han dado, a lo largo de los siglos las más diversas respuestas: la de la fe, la de la ciencia crítica, la de la filosofía la de la psicología, la de la sociología, y la respuesta de una juventud inquieta que anda tratando de hallar un sentido trascendente y libre de la vidas más válido que el inculcado -en doctrinas y vivencias- por las organizaciones religiosas.
(Artículo de Jaime Riera Pérez publicado en el núm. 57 de Enigmas.)
Cristianismo y reencarnación
En el cristianismo primitivo Jesús de Nazaret solía ser designado como "el Hijo del Hombre" porque anunciaba la Creación de una segunda Humanidad y su enseñanza versaba sobre las condiciones de nuestra metamorfosis de una Humanidad a otra. Por otra parte, desarrolló sus potencialidades humanas a través de la perfección de la conciencia, alcanzando la calidad de Cristo y representó el prototipo de hombre de esa nueva Humanidad para la que predicó una nueva moral.
También era conocido como "el Hijo de Dios" -la Carne se convierte en Verbo-, es decir, un hombre que había desarrollado su capacidad de amar incondicionalmente hasta elevarla a la dignidad de Dios, hasta ser Uno con el Padre Eterno. A idéntica Unidad está destinada la Humanidad: a reintegrarse el Hombre con Dios (Salmos 82:6, Juan 10:34).
Tras estas disquisiciones sobre la naturaleza humana y divina de Jesús, subyace el mismo sentimiento y fundamento. Es decir, que la evolución espiritual del ser humano implicaba aceptar la idea de la reencarnación, transmitida al pueblo judío de generación en generación, mediante la tradición oral y escrita.
La reencarnación en tiempos de Jesús
El Talmud, una colección de leyes y costumbres judías compiladas durante dos siglos antes de la época de Cristo, enseñaba que el alma de Abel pasó a Set y de éste a Moisés. Enseñó que Dios creó también un número limitado de almas cuyo destino consistía en rencarnarse, hasta purificarse para el Juicio Final. La idea talmúdica de la "serie de encarnaciones bíblicas" se repite en la Cábala, la cual, aunque fue escrita en su forma actual hacia el año 1000 d. de C., recogía la sabiduría oculta que subyacía tras el Antiguo Testamento, transmitida oral e ininterrumpidamente desde los tiempos de Moisés. El origen del misticismo esotérico del judaísmo es la Cábala, donde se encuentra reflejado el concepto de Reencarnación o qilqul -palabra hebrea que significa 'circuito" o 'rotación"-. El Zohar, un clásico cabalístico que se cree data del siglo I a. de C., afirma: "Las almas deben volver a entrar en donde han emergido, pero para efectuar este fin deben desarrollar todas las perfecciones, el germen de lo que se plantó en ellas, y si no han cumplido esta condición durante una vida, deberán comenzar otra y una tercera y otra más, hasta que hayan adquirido la condición propuesta para su reunión con Dios'.
Los cabalistas, judíos místicos, se ocuparon mucho de la reencarnación. El rabino Isaac Luria (1534-1572) enseñó esta doctrina en su libro Transmigración del alma. Por su parte, el rabino Manasseh Ben Israel (1604-1657) escribió en su Mishmath Hagem: '...la doctrina de la trasmigración de las almas es un dogma firme e infalible de común acuerdo con toda la asamblea de nuestra Iglesia... Por lo tanto, tenemos el deber de aceptar este dogma con aclamación... puesto que su verdad ha sido incontestablemente demostrada por el Zohar y por todos los libros cabalísticos'.
La reencarnación era aceptada por el historiador y filósofo judío Filón de Alejandría (20 a. de C.-54 d. de C.).También otro historiador judío, Flavio Josefo (37-100), hizo en sus obras profesión de su fe en la reencarnación e informó acerca de una enseñanza según la cual 'todas las almas son incorruptibles'. Sostuvo igualmente que tanto los esenios (200 a. de C. a 200 d. de C.) como los fariseos (desde 200 a. de C. hasta que sus doctrinas fueron aceptadas por el judaísmo ortodoxo) aceptaron la reencarnación.
El pueblo hebreo mantenía la creencia en la Reencarnación porque le fue predicada su doctrina por los profetas. Éstos sostenían la vuelta a la carne en diversas expresiones comunes. Otra prueba de que los hebreos estaban convencidos de la existencia de la reencarnación es el hecho de que una comisión enviada por el clero judaico del Sanedrín acudiese a preguntarle a Juan el Bautista si él era el Mesías o era Elías (Juan 1: 19-2 l). Esta vuelta a la vida de la carne, esta nueva reencarnación del espíritu de Elías en Juan el Bautista, fue confirmada por el mismo Jesús cuando dijo: "Y si queréis recibirlo, él es aquel Ellas que tenía que venir. El que tenga oídos para oír oiga' (Mateo 1 1: 14-15). Posteriormente, en el mismo evangelio de Mateo, cuando Jesús bajaba con los tres apóstoles que le acompañaban, éstos le preguntaron: "¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo, Jesús les dijo: En verdad Ellas viene primero y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Ellas ya vino y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista'. (Mateo 17:10-13).
La confirmación de que la reencarnación es el sentimiento perdido del cristianismo puede localizarse en las páginas del Nuevo Testamento.
El destierro de la idea reencarnacionista
Las semillas de destierro de la doctrina reencarnacionista empezaron a expandirse en el año 312, cuando el emperador romano Constantino el Grande se convirtió al cristianismo. Hubo tres argumentos que eliminaron la idea de la reencarnación en el nuevo cristianismo, a pesar de que ninguna encíclica papal la condenara. La primera fue su desaprobación por parte del Concilio de Constantinopla II en el año 553, a instancias del emperador Justiniano I. Sus poderosos edictos incluyeron el decreto que consideraba anatema cualquier enseñanza sobre la preexistencia del alma, así como la monstruosa doctrina de su regreso a la Tierra.ambién fue decisivo para el destierro del concepto reencarnacionista la condena de la metempsicosis, establecida por el Concilio de Lyón (1274) y por el Florencia (1439), en los que se, afirmó que las almas que partían de este mundo se dirigían al Cielo, al Purgatorio o al Infierno. El tercer argumento, por último, fue la persecución, especialmente la de la Inquisición, y la supresión de las ideas por la fuerza de las armas, de las que el ejemplo más cruel fue la denominada 'Cruzada de los Albigenses', en 1209.
Los peligros de la reencarnación
¿Por qué fue tan peligrosa la creencia de que muchas vidas son esenciales para completar nuestra evolución espiritual?
Quizá tal prohibición fue acuñada por el entonces nuevo concordato Iglesia-Estado, asustados al ver que una doctrina que hace a los individuos responsables de su propia salvación podía enfrentarse a su autoridad. Está comprobado que los primeros cristianos no fueron inducidos por promesas de gloria eterna ni intimidados por terrores del fuego al Infierno. No necesitaban dogmas, ni dinero, ni rituales para llegar a Dios. Buscando su salvación, consideraban innecesaria la dependencia de las masas con respecto a la Iglesia, lo que hizo que ésta no tolerase a quienes no la consideraban. la Iglesia necesitaba el azote de la resurrección de los muertos para encarrilar la situación. Esta doctrina (con sus postulados de Cielo-Infierno, Salvación-Condenación ...) alteraba el miedo y la culpabilidad, suavizaba las conciencias e inducía a delegar el poder personal a la curia. También la idea reencarnacionista podría ser para los cristianos un símbolo de activas tendencias agresivas hacia la clase dirigente (Iglesia- Estado). Ésta, que ostentaba el liderazgo del nuevo cristianismo, ejercía en la fantasía de los sufridos cristianos, la expansión de una doctrina que equiparaba al Hombre con Dios y que podía suscitar en la mente una proyección psicológica de identificación e igualdad con la clase dominante. Por tanto, peligraría la estabilidad social y la preservación de los degenerados intereses de la clase gobernante.
Como el primigenio concepto cristiano de la naturaleza de Jesús ('la Carne se convierte en Verbo") podría provocar transformaciones personales y revoluciones sociales, fue modificado sustancialmente: un hombre ya no era elevado a la dignidad de Dios, sino un Dios descendía para convertirse en hombre ("el Verbo se convierte en Carne').
"La idea de que Dios se convirtiera en un hombre -dice Eric Fromm- se transformó en un símbolo de lazo tierno y pasivo con el Padre... Él mismo había demostrado ser un Padre amoroso cuando, en la forma de Hijo, se convirtió en un hombre sufridor (muerto en la cruz). Las masas oprimidas de cristianos podían identificarse con él''
Hay una prueba irrefutable de esta manipulada transformación cristológica. En la Biblia judía, Isaías profetiza: "Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado; y el dominio estará sobre su hombro, y el Consejero Maravilloso, el Dios Poderoso, el Padre Eterno lo llamará Príncipe de paz' (capítulo 9,versículo 5). De éste se han extrapolado signos y palabras en la redacción de la versión cristiana, donde se asegura: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro, y se llamará su nombre admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz' (Isaías:6), originándose uno de los textos emblemáticos del dogma de la encarnación de Dios en un hombre. Ésta otorgaría al cristianismo notoriedad con respecto a las otras religiones monoteístas en la búsqueda de la única religión verdadera. Obviamente, esta encarnación no podía realizarse en un físico carente de hermosura. El cuerpo humano que lo albergase tendría que reunir las máximas características de belleza, como requiere el rango de Dios. Así, Jesús es transfigurado como el paradigma de lo bello, lo verdadero y lo bueno; es decir, lo perfecto: Dios. Sin embargo, la lógica y la coherencia misma del mensaje evangélico sugieren una realidad muy distinta.
Primeros símbolos o imágenes de Jesús el Cristo
Durante el cristianismo primitivo, los artistas de la época -no hay que olvidar que eran judíos y su ley impedía el culto a las imágenes- no intentaron pintar ni esculpir el rostro y el cuerpo de Jesús de un modo realista, sino que emplearon símbolos: un pez y un cordero, una espiga de trigo o una rama de vid.
En el siglo I, el pez era para los cristianos un símbolo para identificarse unos con otros al ser perseguidos. El Mesías era conocido "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador, lo cual, traducido al griego -el idioma de las tropas romanas de ocupación-, era 'Ieosus Christos, Theou, Uios, Soter'. Las iniciales de estas palabras en griego, que se deletreaban I-CH-TH-U-S, se han convertido en ICTHYS, hoy pez en griego.
El pueblo hebreo era en origen nómada, y por ello criador de ganado. Su instalación en Palestina no puso término a esta actividad; por ello la imagen del cordero ofrece desde siempre una base de simbolismos variados. El cordero (o la oveja) simboliza en primer lugar al israelita, miembro del rebaño de Dios (Isaías 40: 10) que pace bajo la conducción de los pastores -jefes políticos- (I Enoc 89:12).
Pero el cordero es también la víctima por excelencia en los sacrificios cotidianos (Números 28:29) y en la celebración pascual (Éxodo 12). Así como la sangre del cordero fue un símbolo salvador con el que los judíos de Egipto habían marcado su puerta antes de la exterminación, el cristianismo primitivo entronca, hablando de Jesús como un cordero, con otra profecía del Antiguo Testamento donde se anuncia un Mesías que sufre simbolizado por un cordero llevado al matadero (Isaías 53:7). De este modo el cristiano es liberado -como Israel de Egipto-, por la sangre de un cordero: Jesucristo.