EL HOMBRE PERFECTO
(¡El perfecto boludo!)
¿Quién es el hombre perfecto?
¿Quién hace las cosas de manera “perfecta”?
“Perfección” es una de las palabras que desde lo que viví y experimenté, más limita y hace sufrir al hombre con su espejismo borroso de felicidad en el éxito prefabricado o de plenitud en el cumplir exactamente con las metas o reglas morales y sociales.
Ciertas veces suelo olfatear atmósferas donde tenés que mostrarte ante los demás como un hombre perfecto: ávido en los negocios, conocedor de las ciencias, sólido en tus principios, triunfador en todas las decisiones que has tomado, ético en todo tu actuar, sin errores, sin sentimientos de angustia o bronca y, ante todo, sin necesidades de afecto y valoración.
Atmósferas de autosuficiencia absoluta, atmósferas que en el fondo reflejan la falsedad e inseguridad en la que se suele vivir, donde estas máscaras de “perfección” son las balsas solitarias que ayudan a sobrevivir a uno ante la posible no aceptación de los demás.
Por otro lado, suele ser el propio impulso de perfección lo que también nos aprisiona, ese querer que todo nos salga de la mejor manera y como lo planeamos, muchas veces se contradice con la realidad de la vida impredecible y siempre sorprendente, haciendo despertar el enojo contra nosotros mismos con una cruda autocrítica que nos tira para abajo y no nos permite disfrutar de la vida.
Evidentemente vivir no es tan angustioso como lo pueden estar remarcando estas palabras, pero creo que hay una confusión conceptual y ética que merece la pena que sean reflexionadas. No pretendo ser el conocedor absoluto de la verdad, pero si encontré un camino que me liberó bastante de esta mirada angustiosa sobre nuestra perfecta imperfección.
Primero quisiera citar a Ortega y Gasset quien dice:
“Esta palabra “perfecto” arrastra un equívoco fundado en su etimología. Perfecto es, originariamente, lo concluido, lo acabado, lo finito; luego significa también lo que contiene todas las virtudes y las gracias propias a su condición, lo insuperable. Hay, pues, una perfección que se conquista a fuerza de limitarse.”
“Perfectas” son las máquinas e incluso los animales en su estado natural. Las máquinas están construidas de tal manera que sólo hacen lo que están determinados a hacer… los animales viven encerrados en su sistema natural y así la abeja no sabe hacer otra cosa que buscar polen y volar, y hasta los animales más sofisticados no pueden salirse del programa que su instinto les incita a realizar.
Desde esta óptica, y parafraseando a Heidegger, los animales y todas las cosas, están encerradas en sí mismas en un sistema terminado, perfecto. En cambio, el hombre es un ser imperfecto, un ser no acabado, que se hace y construye en cada instante, al andar. Un ser que se relaciona con el mundo, que surge de lo natural y es condicionado por este, pero que se sale del “sistema”, y se descubre siempre superable, ilimitado en sus potencialidades, libre en su “imperfección” para poder tomar el rumbo que mueva su corazón y lograr lo que pareciera imposible.
Por otra parte, la desventaja de esto es que el hombre está en constante aprendizaje, un proceso lento e interminable que hace de él un ser que nunca alcanza la perfección, que una y otra vez se vuelve a equivocar en sus planteos y decisiones; un hombre que hoy descubre que el sol gira en torno a la tierra y mañana descubre lo contrario. Un hombre que se propone planes y no los logra cumplir en su totalidad, que se propone estilos de vida y no los puede vivir “a la perfección”.
Asumir esta realidad humana creo que es un paso necesario para un sentimiento más sano hacia uno mismo y hacia los demás, a quienes generalmente solemos exigirles de manera inconsciente que sean perfectos como nosotros pretendemos serlo.
No hablo acá de facilismo ni de “viva la Pepa, se acabaron las exigencias”. ¡NO! La vida es sacrificio, el amor exige lucha y dolor, pero sacrificio por potenciarte, sacrificio por VIVIR, sacrificio por crecer y poder desplegar lo que cada uno lleva adentro, de la forma más auténtica posible.
Lo que quiero decir, es que en este “sacrificio”, es necesario poder ser libre y aceptar que uno da lo mejor que puede, y nunca podrá salirle todo “perfecto”… y en definitiva… creo que como dice Fito Páez: “lo importante no es llegar… lo importante es el camino“.
El perfeccionismo no es malo de por sí… nos mantiene vivos y motivados… pero vivir presionado por hacer todo perfecto, y frustrado cuando las cosas no salen (como suele ocurrir), eso es lo que lastima y mata.
Me encanta jugar al fútbol, pero no lo terminaba de disfrutar cuando al querer hacerlo todo sin errores, tiraba un pase a cualquier lado, o pifiaba un mano a mano. (Esto no significa que ya no pase más…)
Cuando la vocecita estresada vuelve a aparecer, nunca está de más pensar un poco sobre esto y decirse a uno mismo… “¡Afloja! la vida es contraste, es cambio, es aventura, es riesgo, acéptala o lucha contra ella, sumate al fluir del río o trata de enfrentarlo como un salmón (y guarda con los osos que te esperan), pero nunca dejes de aprovecharla, nunca dejes de disfrutarla… la vida se vive una sola vez, y ser “perfecto“… se lo dejo a otro boludo“.