LOS MOMENTOS EXTRAORDINARIOS
A veces asistimos como espectadores asombrados a ciertos momentos de nuestra vida que tienen una peculiaridad: son extraordinarios.
Por lo general son pocos, muy espaciados, y no los tratamos con la atención que se merecen.
Me refiero a esos momentos en que vivimos, sentimos, o escuchamos algo que tiene la exclusividad de lo extraordinario.
Esas palabras que llevan un piropo, una admiración o un reconocimiento hacia nosotros; esas palabras que nos encumbran hasta la estima que siempre deberíamos tener; esas palabras que nos infunden un ánimo, una ilusión, un reconocimiento que alimenta.
Me refiero a esos momentos en que sentimos -y no en la cabeza sino en el lugar de sentir- una emoción indescriptible, silenciosa pero conmovedora, una emoción que huye de las definiciones, una emoción que se niega a quedar atrapada en unas palabras y que nos recorre todo el cuerpo en su expresión.
Una emoción que se transforma en sonrisa o en escalofrío, en lágrima furtiva o en torrente de llanto, en brillo de ojos o en mudo encanto.
Me refiero a esos momentos en que vivimos más conscientes de estar viviendo; esos momentos en que nos sentimos participando en nuestra vida, como si el resto del tiempo no estuviésemos o no tuviéramos nada que ver con nuestra vida; esos momentos que tomamos un poco de conciencia de que son distintos de los demás.
Si hurgamos en el recuerdo es posible encontrar instantes rodeados de un marco dorado, o con un color más brillante, o que llevan añadida una sonrisa, o que nos hicieron sentirnos especiales para alguien.
Todas las biografías están compuestas de estos momentos extraordinarios y en medio, entre uno y otro, una rutina y una indiferencia que llenan el tiempo desde uno de esos momentos hasta el siguiente.
Una vida llena de momentos extraordinarios –cuantos más, mejor- adquiere una grandiosidad que se aceca a su verdadera naturaleza.
Creo que tenemos la obligación de procurarnos muchos de estos momentos, de homejearnos con ellos, premiarnos de ellos, enriquecernos con su manifestación y presencia. De procurarnos muchos. Todos. Ser insaciables.
Y creo también que tenemos la responsabilidad y obligación de crearlos para los otros.
Ya he contado alguna vez este momento extraordinario en mi vida: tendría seis años. Esa vez los Reyes Magos no habían pasado por mi casa. Cuando me desperté aún era noche cerrada, y, cuando comprobé que no tenía regalos, salí decepcionado a un campo que había al ladao de mi casa para jugar con un hierro de un palmo que clavaba en el suelo una y otra vez. Era mi único juguete. En aquella ocasión, en esa calle a oscuras y deshabitada, apareció una chica joven, muy grande, que me preguntó qué hacía en la calle tan pronto. Se lo conté. De no sé dónde, sacó una pistola de juguete enorme, y me dijo que los Reyes la habían dejado en su casa para mí. Me alegró el día. Y aún hoy me alegra.
Tardé muchos años en darme cuenta de que había sido un ángel quien me entregó la pistola.
Así es como realmente lo siento.
Había creado para mí un momento extraordinario.
Quizás es por eso que defiendo que tenemos que crear momentos extraordinarios, mágicos, para los demás.
Para que algún día puedan contar que vivieron un momento extraordinario.
Que se les apareció un ángel.
Te dejo con tus reflexiones.
