ODIAR A UNA PERSONA TE MANTIENE ATADO A ELLA.
Es humano odiar a quien nos hizo mucho daño. Sin embargo, este es un sentimiento que encarcela y daña todavía más a su portador. Descubre cómo liberarte.
Solemos pensar que el odio es lo contrario al amor. Creemos que cuando alguien nos daña o nos traiciona gravemente, nuestra única respuesta puede ser detestarle y guardarle rencor, pues es lo que se merece. No nos damos cuenta de que odiar a una persona nos mantiene atados a ella y que el único modo de liberarnos pasa por perdonar y soltar, de una manera simbólica, esa experiencia.
Cada uno de nosotros reaccionamos de un modo distinto a la ofensa o al daño, tenemos nuestros propios recursos de afrontamiento. Y es cierto que, en determinados momentos, la ira puede resultar más funcional que la tristeza, pues la primera nos aporta el impulso y la fortaleza para seguir adelante.
No obstante, cuando este sentimiento se mantiene el tiempo, únicamente envenena nuestra alma y nos mantiene atrapados en ese pasado doloroso.
¿POR QUÉ ODIAMOS?
Piensa en aquellas personas a las que odias o has odiado en algún momento. No son cualquiera, ¿verdad? Seguramente son individuos que tienen o han tenido un papel importante en tu vida.
El odio es una emoción muy intensa que en la mayoría de las personas solo las causa un tipo de estímulos muy especial. Odiamos cuando nos sentimos atacados, agredidos, vulnerados, cuando han atentado contra nuestra integridad física o psicológica.
En definitiva, para llegar a odiar a alguien, esa persona ha tenido que estar en una posición privilegiada para dañarnos; bien sea porque nos unían a ella importantes lazos afectivos o porque, de una u otra forma, ejercía una autoridad sobre nosotros. Así, podemos detestar a aquel padre que debía protegernos y abusó de nosotros, a aquel maestro que debía enseñarnos y hundió nuestra autoestima o aquella pareja que prometió cuidarnos y nos abandonó.
El odio no es más que una condena. Cuando nos dañan, nos colocamos en la posición de jueces y sentenciamos al otro por sus malas acciones. Creemos que merece un castigo y deseamos aplicárselo; y, dado que muchas veces no tenemos poder sobre ese otro, el único recurso que nos queda es odiar.
ODIAR A UNA PERSONA TE MANTIENE ATADO A ELLA
Ante todo has de saber que es absolutamente humano albergar sentimientos de odio hacia quien nos hirió de forma significativa. Tus emociones son válidas y tienes derecho a sentirlas. Es, incluso, comprensible que desees castigar a esa persona. Sin embargo, la realidad es que, odiando, el castigado eres tú.
Dicen que guardar rencor es como sostener un carbón encendido en la mano y esperar que el otro se queme, y es completamente cierto. Eres tú quien vive cada día con esa oscuridad en su interior, eres tú quien sigue reviviendo el dolor, la traición y la agresión a diario. De este modo, te mantienes encadenado a esa persona que tanto detestas, sus actos siguen manejando y condicionando tu presente y no eres libre.
Sostener un sentimiento tan intenso y tan negativo en el tiempo supone un enorme desgaste emocional. Mientras odias, sigues atado a tu enemigo, sigues invirtiendo tu tiempo y tu energía mental en él, en lugar de emplearlo en sanarte. Solo cuando aceptas, perdonas y resignificas tu experiencia logras romper las cadenas que aún os unen.
LIBÉRATE
No todas las ofensas son igualmente graves por lo que en algunos casos liberarse será más complicado que en otros; sin embargo es un esfuerzo que merece la pena y debemos hacer por nosotros mismos. Para ello, el paso primero y esencial es aceptar lo que pasó. Tienes que dejar de resistirte, dejar de pensar obsesivamente que las cosas tuvieron que ser diferentes pues el pasado ya no puede cambiarse. Acéptalo como parte de tu historia para poder seguir adelante.
A continuación, resignifica tu experiencia. Este término hace referencia a la capacidad que tenemos los seres humanos para interpretar un mismo hecho de diferentes formas. En lugar de enfocarte en el dolor y la injusticia que supuso, céntrate en los aprendizajes que te dejó esa experiencia, en cómo te ayudó a madurar o a fortalecerte, otórgale un sentido y un significado a lo vivido.
Por último, perdona. Este paso es el más complicado de dar pues podemos llegar a sentir, al hacerlo, estamos pecando de inocente, liberando al otro de su castigo o justificando sus actos. Sin embargo, al perdonar, tú te liberas de la carga de seguir sosteniendo el odio. Perdonar no es olvidar el pasado, es evitar que este siga infectando heridas.
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