¿ESTÁS MALGASTANDO TU TIEMPO LIBRE?
Ya he manifestado en muchas ocasiones mi casi obsesivo interés por no perder el tiempo, salvo cuando perder el tiempo sea, precisamente, lo que quiero hacer, en cuyo caso dejo de “perder el tiempo” para “hacer lo que quiero hacer”.
Creo haber escrito ya –pero como ya soy mayor puedo hacer como dicen que hacen los mayores y repetirme una y otra vez-, que cuando tenía trece años tuve una conversación con un hombre que me parecía muy mayor (seguro que era más joven que yo ahora), y me dijo algo así como: “aprovecha la vida ahora que eres joven porque cuando te des cuenta verás que ya serás tan mayor como yo y se te habrá ido la vida sin darte cuenta”.
Aquella conversación ha marcado mi vida. Y me permite poder decir hoy, parafraseando al poeta, “Confieso que he vivido”.
El tipo de vida que tenemos, que es el que nos hemos visto obligados a tomar, nos exige tener dinero, y la forma honrada de acceder a él es trabajando. Así que tenemos que trabajar para tener dinero.
Otras personas hemos hecho, además, otras elecciones y además de pertenecer a una familia, hemos decidido crear la nuestra propia, o hemos decidido tener amigos, y eso nos “obliga” a dedicarles una parte de nuestro tiempo.
Hay otras obligaciones, ineludibles, que ocupan una parte de nuestro tiempo, pero… después…siempre queda algún tiempo –o debería quedar- que nos pertenece.
En mi opinión, es imprescindible disponer de un espacio propio y de un tiempo propio. Y es muy conveniente preguntarse a menudo, para saberlo, qué se quiere hacer en o con ese tiempo, de modo que cuando se disponga de él uno pueda aprovecharlo con intensidad.
Qué se quiere hacer es una decisión personal. Y si se decide descansar, es una buena opción; y si se decide “perder el tiempo” es una buena decisión; pero si se decide estudiar, por ejemplo, no es una buena decisión no hacerlo, porque después uno se quedará con la frustración de no haberlo hecho.
El precio del despilfarro del tiempo es la pérdida de una parte de la vida.
El tiempo no es un concepto horario: El tiempo es vida. La propia vida.
Vida que se va para no volver.
Vida irrecuperable e irrepetible.
Y, sin duda, en este momento, no tenemos otra cosa que sea más valiosa que la vida.
No abogo por una vida obsesionada y poseída o esclavizada por un mandato de no “perder el tiempo”, pero sí sugiero dedicarle la atención necesaria a este asunto para que la sensación de “pérdida de tiempo” no acapare demasiado del tiempo de nuestra vida.
¿Qué quiero hacer en mi tiempo libre o qué quiero hacer con mi tiempo libre? (Y, recuerda, me refiero a ese tiempo en que no tienes que cederlo a cambio de un salario o de una convivencia sana; me refiero al que es, a efectos prácticos, TU TIEMPO)
Lo sugiero porque no tener claras las respuestas a las cuestiones anteriores nos pueden condenar a un aburrimiento desesperante, primero, y a una frustración posterior.
¿Te has sorprendido alguna vez con un reproche del estilo de “¡Vaya manera de perder el tiempo!”?, ¿O en esa sensación frustrante y dolorosa de que has perdido toda una tarde?, ¿O en esa rabia contra ti mismo por haber hecho algo que no te apetecía hacer (pero que tú mismo, por tu indolencia o tu indecisión, has hecho)?, ¿O en ese reproche velado o directo porque te habías propuesto hacer algo que después no hiciste?
¿A qué precio estás malvendiendo tu tiempo libre?
¿Por qué no lo controlas y no decides lo que realmente quieres hacer con él?
Hay personas que tienen una apetencia o un hobby definido y cuando tienen un minuto libre lo dedican a ello y eso les aporta una sensación de disfrute por lo hecho –por el placer que disfrutaron mientras lo hacían- y otra sensación de satisfacción por haber tomado la decisión de hacerlo.
Conviene entender esto pero que muy claramente: Cuando se habla de tiempo en realidad se habla de TU vida.
No es algo abstracto, retórico, filosófico, o un juego de palabras: Es TU VIDA.
Es tu vida la que se va, y muy posiblemente, cuando llegues al Tiempo de los Arrepentimientos, te encontrarás con la mala sensación –que se convertirá en un dramático auto-reproche- de que no estuviste atento conscientemente a lo pasado de tu vida, que se te escapó bastante vacía.
Cuando uno se hace mayor, bastante mayor, toma una conciencia clara e ineludible de que la vida se le acaba, de que le queda poco tiempo de estar aquí, y se recurre muy a menudo a rememorar lo pasado. La nostalgia ocupa una buena parte del día. Y si esa nostalgia no es alimentada con buenos recuerdos de buenos momentos, porque hubo muchos, y en cambio se encuentra con momentos anodinos, aburridos, vacuos, que ahora se consideran derrochados inútilmente, el saldo triste va a ir acaparando mucho tiempo de la vejez y la puede amargar un poco.
Siendo consciente de que haces lo que consideras adecuado en tu tiempo libre, llenándolo de cosas que te resulten agradables, aunque más adelante cambien tus gustos o preferencias, cuando llegue el día de las nostalgias siempre tendrás la razón de que hiciste conscientemente lo que te pareció oportuno, y eso te dejará la conciencia en paz para disfrutar esa sensación de echar la vista atrás, hacer un balance de la propia vida, y decir con satisfacción y convencimiento, aquello de “confieso que he vivido”.
Creo que una vejez en la que predominen los reproches por haber desperdiciado la vida –siempre irrepetible e irrecuperable-, en que cada vez que un pensamiento acerca del pasado se vea enturbiado por lamentos, en que uno se amoneste continuamente con desaprobaciones y lamentos, es una triste vejez que aún hoy estás a tiempo de evitar.
Te dejo con tus reflexiones…
