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 ¿POR QUÉ NOS APEGAMOS AL DOLOR?



Febrero 12, 2014, 06:58:28 am
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Desconectado Francisco de Sales

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¿POR QUÉ NOS APEGAMOS AL DOLOR?
« en: Febrero 12, 2014, 06:58:28 am »
Aclaro que este artículo no trata sobre el dolor físico, que ese es innegable, y sí trata de cualquiera de los otros dolores -no físicos- que podemos llegar a padecer: emocionales, sentimentales, sociales, psíquicos, del alma…


Sí hay un tipo de dolor físico que es una excepción, sobre el que sí escribiré, y es el que se deriva del maltrato corporal, de eso que se denomina violencia de género o machista. Aquí se juntan dos dolores: el más notable, es el físico. El segundo, pero no menos importante, es el que mantiene a una en la incomprensión por lo que le sucede, en el que una se queda estancada en la desgracia y la ofuscación, en el que un papel auto-impuesto de víctima impide la rebelión –aunque algo desde dentro quiera iniciar una sublevación-.

Ese daño tiene algo de adictivo y eso lleva a veces a justificar la postura del maltratador. Habría que revisar si una siente dentro de sí –aunque estará en lo profundo y bastante escondido- que es merecedora de ello, o si la ausencia de Autoestima le impide ser capaz de sobreponerse al dolor para escapar de él. Si este es el caso, es conveniente acudir sin aplazarlo más a un psicólogo.



¿POR QUÉ NOS APEGAMOS AL DOLOR?

El dolor emocional es un absurdo, y no aporta algo positivo, pero es muy común quedarse apegado a él, y poner trabas para deshacerlo, como si fuera uno de los bienes más preciados.

La explicación está en que cada vez que sentimos un dolor, del tipo que sea -menos físico-, inconscientemente estamos esperando ser resarcidos por ello. Estamos esperando que se aplique justicia al hecho y que sea castigado el causante.

No queremos deshacernos de él porque preferimos que siga ahí como testigo, por si se necesitara usar en contra del autor. No tenemos intención de archivarlo hasta que esté recompensado de algún modo; sólo entonces lo daremos por finiquitado aunque, posiblemente, sólo a nivel racional y mental porque en el fondo seguirá latente.

Si alguien nos causa daño, o dolor, se supone que es de justicia que reciba un castigo, pero no queremos aceptar que no es a nosotros a quien corresponde aplicarlo –aunque en el fondo hay un debate porque la conciencia o la religión nos dicen que no tenemos que “vengarnos” y otra parte nuestra reclama equidad-.

Tal vez sea la vida… tal vez la justicia divina… tal vez la ley de causa y efecto…parece ser que alguien o algo sí se encargará de aplicar lo que corresponde.

Podría tranquilizarnos si fuésemos capaces de pensar que el dolor que nos han causado no es por culpa nuestra –somos víctimas y no culpables-, sino que es algo que viene de fuera, y no hemos intervenido en ello, por tanto en una experiencia del otro y para el otro, el causante, si bien nosotros, si fuésemos capaces de no quedarnos apegados al dolor, podríamos aprovechar y preguntarnos por qué sentimos ese dolor y dónde lo sentimos, y por qué nos sentimos así –hay que averiguar si es un asunto de Uno Mismo, o si es del orgullo, o del ego, que se han sentido heridos…-, y si necesitábamos tener esa experiencia y para qué, y qué podemos extraer de positivo.

Al preguntarse se provoca la posibilidad de encontrarse con las respuestas que aclaren. Y si se descubre que el dolor, por ejemplo, es la reacción involuntaria y habitual a un hecho, conviene valorar si es la reacción adecuada –ya que puede ser desproporcionada o puede estar caducada-, y si es conveniente revisar las reacciones que se tienen preparadas inconscientemente para cada ocasión –y a partir de entonces convertirlas en acciones lógicas, conscientes y deseadas-, y comprobar si eso que ha causado dolor ya no es tan importante como lo era hace años, y ya no se desea permitir que provoque el dolor que provoca.

Me quiero referir, por ejemplo, al dolor que causa la desatención por parte de un ser querido. Tal vez en la infancia –cuando se instauró la reacción ante el hecho- era muy necesario recibir esas muestras evidentes de amor, porque uno pudiera sentirse solo o mal atendido, pero en este momento en que uno es adulto, y puede comprender las razones y los motivos, no debe permitir que ese mismo hecho de la infancia le siga causando los mismos perjuicios y estragos que entonces.

Las acciones son decisiones conscientes, meditadas y adecuadas al momento presente. Las reacciones son actos inconscientes, no controlados, y son siempre la misma respuesta al mismo estímulo, sin ser actualizados y ni siquiera aprobados por uno mismo. (¡Cuántas veces no hemos descubierto haciendo cosas, o teniendo reacciones, que a nosotros mismos nos sorprenden por lo injusto o lo desproporcionado!)

Cuando sentimos el dolor, lo que haya sucedido que nos ha provocado ese dolor es un hecho histórico que se puede ver analíticamente, sin sentimientos. Entonces, es responsabilidad de cada uno ver cómo procede con el hecho, cómo se lo toma, por qué se siente afectado, por qué se permite sentirse afectado por ello y pagar las consecuencias, una de las cuales y principales es la prolongación de un estado desagradable, paralizante y proveedor de rencor y malos pensamientos.

El apego al dolor, ese no permitir que se diluya o no colaborar en que desaparezca, también puede estar relacionado con la necesidad de venganza. Se prefiere mantenerlo vivo, candente, para que sea el impulsor que mantengan vivos el deseo y la exigencia de precisar venganza. Que no se olvide el dolor para que no se aplaque el propósito de venganza.

Un modo de deshacerse de ese dolor es no retenerlo y dejarlo ir -o dejar que se diluya, o permitir que el olvido se haga cargo de él- dándose cuenta y reconociendo las razones de su existencia, mentalizando los inconvenientes que nos va a aportar y la conveniencia de disolverlo, y después permitirle que se vaya, aplicando además de la razón –que este caso es de una gran ayuda- los sentimientos, la comprensión de lo que ha sucedido y de la persona o situación que lo ha provocado, y el perdón correspondiente.

Es bueno notar que es uno el perjudicado de seguir manteniendo o recreándose en el dolor, y que en ningún caso es beneficioso ese estado, que provoca desasosiego, frustración, la idea de que la vida personal no es feliz porque hay dolor, pesimismo, falta de ánimo para seguir en la vida –porque provoca una magnificación de lo fatídico, y lo contagia todo de su dolor-. También condena a una situación en la que el rencor está vivo, y eso le roba paz al alma y tranquilidad a la mente. Es preciso deshacerse de ese rencor, pero no por el otro, sino por y para una misma.

Nada positivo. Por ninguna parte.

Así que tú decidirás qué haces, pero es un asunto que requiere que le dediques atención. Ya.



Te dejo con tus reflexiones…

Junio 02, 2023, 06:02:42 am
Respuesta #1

Desconectado Tadeo Rivas

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Re:¿POR QUÉ NOS APEGAMOS AL DOLOR?
« Respuesta #1 en: Junio 02, 2023, 06:02:42 am »
Muy interesante, Francisco. Gracias.

 

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