NO ES GRAVE EQUIVOCARSE
“El problema no está en equivocarse alguna vez, sino en equivocarse en lo mismo y del mismo modo constantemente”
“No es de tontos cometer errores, lo que sí es poco acertado es cometer siempre los mismos errores. Si eso te ocurre, significa que algún patrón de pensamiento negativo en lo más hondo de tu mente te lleva a repetir los mismos errores”
En mi opinión, debemos partir de la base cierta de que a ninguno nos enseñan a vivir, y que tampoco nos preparan expresamente para tomar decisiones acertadas. Ni siquiera nos dan las pautas necesarias para hacerlo bien.
Hay millones de formas de hacer una cosa mal, y millones de respuestas equivocadas para cada pregunta, pero sólo hay un modo de hacer una cosa bien y sólo una respuesta correcta para cada pregunta.
Según el índice de probabilidades, es más lógico equivocarse que acertar.
Lo que nos pasa es que arrastramos la idea trágica y desacertada de que toda equivocación debe conllevar un castigo –porque así nos educaron o, por lo menos, así lo vimos-
Además, “los errores salen caros”, como se dice por ahí erradamente. Y equivocarse en una decisión casi siempre implica pérdidas, sufrimiento propio o ajeno, remordimiento… o sea, que durante un largo tiempo el arrepentimiento nos va a martirizar.
Bueno, en realidad somos nosotros mismos los que nos vamos a martirizar.
Innecesariamente, porque si ya teníamos “un problema” por la equivocación, ahora tenemos más: nuestra propia enemistad, el peso de la culpa, la autoestima machacada, la cara adusta que se nos queda, el pesimismo abatiéndonos, la pesada y desagradable sensación de que no somos capaces de tomar decisiones acertadas, de que no sabemos resolver de un modo correcto nuestros asuntos, y un largo etc. más.
La vida es una experimentación continua.
Hemos venido al mundo, sobre todo, a experimentar.
Y el resultado de esos experimentos no tiene por qué ser siempre el óptimo, el que deseamos, sino que puede tomar otra dirección; sencillamente, porque no sabemos tomar decisiones en las que no nos equivoquemos. Sobre todo cuando se trata de experiencias nuevas de las que no tenemos referencias previas.
Eso sí, de la experiencia se aprende. Sobre todo de las desagradables. O, por lo menos, se debería aprender para no equivocarse continuamente en lo mismo.
Es conveniente relajarse en lo que es esto de vivir, porque reitero nuestra falta de preparación.
Lo más sensato y acertado es…
Empezar de cero. Sin miedo y con mucho amor e ilusión.
Deshacernos de ciertos modos de pensar y actuar. Actualizarlos todos.
Eliminar la acción-reacción irreflexiva, y cambiarla por el examen atento y la decisión consciente.
O sea, eliminar eso de tener una reacción predeterminada y repetitiva para cada acción, porque la misma acción puede ser interpretada de distinto modo según el momento, y si respondemos de un modo automático no habremos puesto la conciencia necesaria para darnos cuenta y hacerlo del modo que consideremos adecuado, porque será el inconsciente quien tome la decisión por nosotros.
Si no somos conscientes de nuestros actos –si no tomamos el gobierno consciente de nuestra vida-, no podremos evitar actuar de modos inadecuados.
Podemos empezar por cambiar las palabras.
Cuando decimos “equivocación” ya tenemos preparado de un modo inconsciente (reacción) una serie de procesos –siempre ingratos o dolorosos- como si fuera un formulismo que se hubiera de cumplir. Si cambiamos esa palabra por “resultado inesperado”, de pronto desaparece todo el dramatismo, y ya no es necesario poner en marcha el protocolo trágico.
Nos quedamos un poco chafados, pero eso no es nada que nos arrastre a un infierno. Se pasa enseguida y prácticamente no deja huella.
Si en vez de castigarnos nos damos una palmadita de ánimo, y nos decimos: “la próxima mejor, ya lo verás”, entonces no es necesario entrar en la espiral autodestructiva, y tenemos la sensación de contar con nuestro apoyo de amigos en vez de con nuestros inquisidores internos.
A fin de cuentas, nos queda pasar el resto de nuestra vida con nosotros mismos y es mejor que nos llevemos bien. Eso se llama Amor Propio.
Castigarnos sólo nos sirve para que en la próxima ocasión que tengamos que tomar decisiones –y toda decisión que no sea matemática implica la posibilidad de error- estemos en una tensión nerviosa –ante la posibilidad de que no acertemos y recibamos otros castigo- y, por ese mismo nerviosismo, tengamos la mente clara y descondicionada para actuar tan bien como se puede llegar a hacerlo.
La sensación con la que conviviremos es la de tener siempre encima y vigilando a un inquisidor sanguinario, un juez rigurosamente implacable, un castigador nato, y un enemigo voraz que no tiene brazos para abrazar, ni tiene corazón para acoger.
Y coexistir con alguien así todos los días no es nada agradable.
Te dejo con tus reflexiones…