UNA MIRADA DE AMOR AL EGO
Muchos somos ya los que, como mínimo, sospechamos que la causa de los problemas que nos afligen no se encuentra fuera de nosotros sino en nuestro propio interior. Pero aun así todavía perdura la, en mi opinión, desacertada creencia de que existe un enemigo que vencer, oculto además ahora, en la tan insondable como ineludible profundidad de nuestra propia psique. Y según esta popular creencia este enemigo interno al que hay que eliminar es nuestro propio ego.
Y es en este matiz donde pienso que nuestra mirada está limitada también por el sentido o interpretación que le damos a las cosas, incluidas las palabras. Es importante definir el ego a la hora de establecer conjeturas ya que su significado puede variar dependiendo de quien lo aplique.
Mi definición personal de ego se acerca más a su descripción psicológica como “el yo individual, considerado en su aspecto consciente”. Hoy para mí el ego no es otra cosa que la entidad mental con la que normalmente nos identificamos y que va evolucionando a lo largo de nuestro caminar por la vida.
Desde esta definición siempre estaríamos mirando desde el ego. Ahora mismo yo estaría hablando desde el ego, o sea, desde la visión que tengo de mí mismo en este instante.
En mi caso por ejemplo el ego sería esta idea que poseo de mí mismo con todas sus distintas facetas, que en conjunto denomino Alberto y que normalmente describo en base a su sexo, lugar de nacimiento, ocupación, moral, actitud, cualidades y supuestos defectos, su historia personal…
Desde esta perspectiva el ego (o entidad mental) con la que nos identificamos y que usamos para movernos de manera práctica por la vida, no tiene por qué ser algo negativo de lo que tenemos que deshacernos, sino algo que en primer lugar debemos aceptar e incluso llegar a amar (como yo mismo comencé a hacer en su día) desde una mirada comprensiva y paciente. El ego sería como un niño que se encuentra en continuo proceso de transformación y como un niño a veces se rebela, especialmente al sentirse rechazado. Algunos lo comparamos con el famoso niño interior que tanta gente pretende rescatar.
El “niño interior”, en términos psicológicos, es esa parte de nosotros, o mejor dicho, de nuestra entidad mental, que hemos rechazado y encerrado en nuestro subconsciente porque nos avergonzábamos de ella, normalmente porque nos han reprendido, acusado o castigado siendo niños. Se dice que para sanar nuestra psique debemos abrazar a ese niño interior que espera anhelante nuestra aceptación y nuestro amor. Creo que, en realidad, no existe diferencia entre nuestro niño interno y el mal afamado ego. Pienso que el niño interior no es otra cosa que una versión infantil de este último. Por lo que resultaría ilógico intentar sanar a uno mientras seguimos maltratando al otro.
Nuestro niño interior ha crecido pero sigue siendo juzgado y condenado casi a diario, muchas veces más duramente incluso que en el pasado. Pero su juez más severo no es ya el entorno social y cultural donde crecimos. No son ya nuestros bienintencionados padres, educadores o conocidos. Ellos solo fueron los que implantaron las semillas de la autocrítica en nuestro subconsciente que posteriormente se extendieron por nuestros hábitos de pensamiento y de percepción de la realidad. Con el tiempo nosotros mismos nos hemos convertido en nuestro juez más implacable, engrosando la continua cadena de víctimas propagadoras de más víctimas que nos afectó en primer lugar.
¿Nos quejamos de que el mundo necesita amor y comprensión?
¿Cómo pretender amar a otros si no podemos amarnos a nosotros mismos?
¿Cómo perdonar a otros si somos incapaces de perdonarnos?
¿Cómo comprender a otros cuando no comprendemos siquiera a quien más cerca tenemos, a nosotros mismos?
En verdad pienso que el verdadero problema es precisamente nuestra heredada necesidad de perfección, por la cual no admitimos errores en nuestra conducta, simplemente porque no hemos llegado todavía a comprender que dichos errores no son otra cosa que pautas naturales de aprendizaje y maduración.
El diccionario también define al ego como el “aprecio excesivo que una persona siente por sí misma”, y esto suele juzgarse a menudo como sensación de superioridad. Pero el amor y el aprecio hacia uno mismo, si no está fundamentado en comparaciones con terceros, no es equivalente a la sensación de superioridad. Por otra parte, desde mi punto de vista, el aprecio ya sea a uno mismo o a los demás nunca puede ser excesivo. En todo caso, ese exceso de aprecio o valoración al que el diccionario se refiere, puede darse cuando lo aplicamos a las características o habilidades que podamos o no poseer (guapo, listo, simpático, trabajador…), pero nunca cuando va dirigido al yo central poseedor de dichas cualidades, pues pienso que cada uno de nosotros es mucho más digno de amor de lo que nunca podremos llegar a imaginar.
Sí he podido comprobar que aquellos que son incapaces de aceptar cierta imagen de sí mismos, al ver que otros la proclaman inmediatamente catalogan a estos de arrogantes o de fraudes, o al contrario, de seres extraordinarios, mas allá del común de los mortales, cuando en verdad lo que ocurre es que ellos son incapaces de verse a sí mismos de esa manera. De nuevo, el problema reside en la propia percepción de cada uno.
Otros identifican el ego con la “sombra” o maldad que supuestamente existe en nosotros en contraposición a nuestra “luz” o bondad. Hemos cogido todas las cualidades que consideramos negativas en nosotros y las hemos unido creando con ellas un monstruo interior. Hemos llevado la dualidad que antes observábamos fuera adentro, y nos hemos convertido en nuestros propios enemigos.
También, con el tiempo y la experiencia, se ha comprobado que atacar a la sombra no nos beneficia en absoluto sino que al contrario la hace aún más poderosa. Lo cual se ha achacado a que al ser la sombra, como la luz, una parte inherente del ser humano es imposible de destruir. Yo en su lugar lo atribuyo a lo que la Ley de Atracción sostiene, que todo aquello a lo que le prestamos atención le otorgamos poder.
A raíz de esta imposibilidad de destruir a la sombra o ego negativo muchos sugieren aceptarlo, para poder si no dominarlo como mínimo integrarlo, evitando de esta manera que sea él el que controle la mayor parte de nuestra psique. Algo así como decir “que le vamos a hacer, eso es lo que somos, habrá que aceptarlo o terminará destruyéndonos”. En mi opinión, ese acercamiento nos beneficia salvo en la parte “eso es lo que somos”, pues de esta manera no llegamos a la verdadera raíz del problema, bajo esta mirada, todavía seguimos considerándolo algo “real” en lugar de un simple error de percepción. Y lo que es aún peor, ahora lo consideramos una parte nuestra, una parte inevitable de nuestra propia en teoría naturaleza dual (con todo lo que esto conlleva) y por tanto todavía seguimos identificándonos con él.
Con todo mi respeto y cariño hacia las buenas intenciones que seguro promueven estos comentarios pero, en mi opinión, aceptar y amar la sombra o el ego porque es parte de nosotros, puede originar cierta paz temporalmente al cesar nuestra resistencia, al desviar por fin nuestra atención y nuestro enfoque manifestador hacia otra cosa, pero no terminará de solucionarlo.
El ego no necesita ser superado ni controlado necesita ser comprendido, necesita ser desvelado.
No. Desde mi punto de vista la sombra o el ego negativo no es una parte intrínseca nuestra. Es, como todo lo demás, tan solo una ilusión. No hay maldad en la oscuridad, solo lo aún por conocer. Lo que nos asusta de la oscuridad es que no podemos “ver” en ella, no la comprendemos, nos asusta simplemente lo que podemos encontrar, lo que aún no conocemos. Creo que, metafóricamente hablando, todo lo que existe es Luz, Amor. No existe ninguna maldad en nosotros ni en ningún sitio. La dualidad, la maldad es una ilusión. Solo existe en nuestra percepción, en nuestra mirada. Somos un proceso. Somos esta Luz (no dual) descubriéndose a sí misma.
La Luz no proyecta sombra. Y cuando somos conscientes de que somos Luz inmediatamente dejamos de proyectar sombras.
Somos nosotros los que le damos el poder al ego al definirlo de una u otra manera e identificarnos con él. No somos lo que creemos que somos, pero actuamos en base a lo que creemos que somos. Si pensamos que nuestro ego es inadecuado o incluso malvado actuaremos inadecuada o malvadamente o sufriremos de terribles tentaciones y sentimientos de culpa y, por supuesto, baja autoestima. Si por el contrario pensamos que somos bondadosos y dignos de ser felices actuaremos y en consecuencia viviremos también de esta otra forma. Pero en realidad nada ‘malo’ existe en nosotros, todo es un problema de percepción. En verdad las etiquetas de “bueno” o “malo”, las ponemos nosotros con nuestras interpretaciones y prejuicios aprendidos. En todo caso y obligados a escoger, todo lo que existe sería ‘bueno’ desde la perspectiva de que todo, a la corta o a la larga, beneficia nuestro aprendizaje, nuestro desarrollo, nuestra evolución.
No tengo dudas de que nuestro ego o entidad mental puede ser, y de hecho es, no solo un agente positivo en nuestro proceso evolutivo, sino que además es indispensable. Al fin y al cabo nuestro ego es el vehículo a través del cual nuestra verdadera esencia, cualquiera que sea ésta, se desplaza por la vida.
No, no podemos eliminar al ego, en todo caso podemos trascenderlo, o al menos sus aspectos o actitudes no deseadas. En primer lugar dejando de verlas y de aunarlas como un peligroso ente independiente, y reconociéndolas simplemente como un efecto natural de nuestro propio proceso de maduración. En segundo lugar dejando de identificarnos ya no solo con su parte negativa sino con la totalidad de esa incompleta imagen de nosotros mismos que es nuestro yo mental.
Trascender el ego no significa por otro lado ignorarlo, dejar de interesarnos por él, cesar de intentar comprenderlo y mucho menos amarlo. Significa tratar de verlo como un, podríamos decir, ‘concepto consciente’ temporalmente necesario y en continua expansión, que nunca cesará de evolucionar, a través del cual seguiremos poco a poco conociéndonos más a nosotros mismos, descubriéndonos más y más a cada paso que damos a través de él, descubriendo gracias a él nuestra verdadera identidad, nuestro auténtico Yo, Aquel que observa tras nuestra mirada, Aquel que se esconde bajo nuestro ilusorio disfraz.
Hoy por hoy considero que el Amor por uno mismo es el mejor tesoro que podemos poseer y además compartir con el mundo.
Hoy por hoy me siento enamorado de este Alberto gracias al cual experimento, aprendo y me desplazo. Podríamos quizás compararlo con el amor que un ferviente y apasionado jugador de Rol puede llegar a sentir por el personaje con el que participa en sus juegos. Y me siento también enamorado de los otros personajes que pueblan mi vida, Mony, Sylvana, mi familia, mis amigos, mis vecinos… Me siento enamorado también de aquellos personajes que todavía no conozco e incluso de los que, habiendo conocido, en algún momento me he podido sentir herido a raíz de nuestra relación. Me siento enamorado también, por increíble que parezca, incluso de aquellos a los que en general se consideran dañinos o perjudiciales para el resto de la sociedad. Pues cuando elevo mi mirada puedo ver su camino, de donde vienen y a donde se dirigen, puedo ver su a veces lento pero siempre constante progreso, puedo ver su sufrimiento y sus alegrías, sus fallos y sus éxitos, sus errores y sus aciertos. Puedo ver que en realidad, como yo, están haciendo lo mejor que pueden desde la mirada que en cada momento sostienen.
Sí, para poder llegar a amar verdaderamente a otros tenemos que empezar primero por amarnos a nosotros mismos. Y ese nosotros mismos no solo incluye a nuestro, para muchos de nosotros, maravilloso verdadero Ser o Dios interior, sino también y necesariamente a nuestro limitado aunque en constante progreso, yo mental, nuestro ego.
Amar al personaje a través del cual ese Dios o Esencia original se expresa… Alberto, Mony, Carlos, Luisa…, todos somos maravillosos. Maravillosos porque hemos aparecido ciegos en este mundo sin saber quién somos ni a donde vamos ni porqué, y aun así seguimos intentando hacer lo mejor que podemos con el poco entendimiento que tenemos. ¿No nos elevaría eso aún por encima de los tan alabados ángeles, quienes en teoría saben de primera mano todo lo que hay que saber y tienen la presencia de Dios a su lado todo el tiempo? O, sin intención de ofender a nadie, ¿no nos elevaría eso, en lo que a mérito se refiere, por encima incluso del todopoderoso e infinitamente sabio Dios? ¿Así quién no es “bueno”? ¿Así quién no es maravilloso? ¿Así quién se equivoca? El mérito lo tenemos nosotros, los seres humanos, los egos, los avatares que aquí estamos que sin tener la más remota idea seguimos avanzando, seguimos amando y teniendo esperanza. Eso se merece como mínimo el mejor de los reconocimientos.
Tal vez llegara un día en el que todos podamos ver la belleza y la maravilla que en verdad somos, y ese día se acabaran las sombras, o mejor dicho habremos dejado de verlas en los demás y a nuestro alrededor porque habremos dejado de verlas en nosotros mismos.
Hoy creo definitivamente que la paz, la alegría, la felicidad que buscamos en nuestro Camino por la Vida, es producto del equilibrio que produce el Amor, es la armonía que surge al desaparecer los opuestos. Y estos opuestos solo pueden residir en una mirada que los conciba, en una realidad ilusoria donde nuestra entidad mental limitada puede crear cualquier cosa, incluso la ilusión de dualidad.
La dualidad que origina la desarmonía que rechazamos se encuentra únicamente en nuestra mirada. Pero podemos optar por alcanzar una nueva mirada, una mirada en armonía, en armonía con la auténtica esencia del Universo.
Una mirada de Amor.
Un gran abrazo de corazón a todos los egos del mundo.
(Alberto)
fuente:
http://www.conlaluzenlamirada.blogspot.com/2011/12/una-mirada-de-amor-al-ego.html