APRENDIENDO A VIVIR CON LA INCERTIDUMBRE.
En un mundo en el que cada vez más nos gusta tenerlo todo bajo control, nos cuesta gestionar y aceptar que la incertidumbre forma parte de nuestra vida; y que es imposible tenerlo todo controlado.
La incertidumbre es una reacción normal y adaptativa ante una situación imprevista; y como tal tiene una función, que es la de ayudarnos a poner en marcha planes de acción para afrontar esa situación incierta.
Pocas cosas nos estresan tanto como no saber qué pasará: nos gusta tener la sensación de controlar lo que ocurre a nuestro alrededor, nos da seguridad y estabilidad; pero, cuando las circunstancias nos demuestran que esto no es posible, ya que cierto grado de incertidumbre siempre está presente en nuestra vida, nos sentimos vulnerables; aparece el miedo y el malestar emocional. Y en ocasiones, también el bloqueo; entendido como la falta de decisión y, por tanto, de acción.
El miedo a la incertidumbre, en mayor o menor medida, nos afecta a todos; sin embargo, el grado de malestar que sintamos dependerá de las circunstancias, de nuestras características personales y de nuestras estrategias de afrontamiento.
Aprender a tolerar la incertidumbre es necesario para poder hacer frente al desasosiego que nos provoca la inseguridad y falta de certezas acerca de lo que está por llegar.
En un intento de resolver nuestras dudas sobre lo que nos deparará el futuro, nos sumergimos en un bucle constante de preocupaciones y pensamientos negativos.
Y, aunque es normal (e incluso deseable) que le dediquemos un tiempo a pensar sobre nuestro futuro y las posibles consecuencias de nuestras decisiones; no resulta adaptativo ni eficaz cuando damos vueltas una y otra vez a un asunto, intentando encontrar la respuesta perfecta y queriendo tener todas las variables bajo nuestro control.
Es imposible tener la certeza absoluta sobre lo que ocurrirá en un futuro; y si nos dejamos atrapar por esas preocupaciones esperando que la incertidumbre desaparezca es muy poco probable que pasemos a la acción; pero paradójicamente es la única forma de hacer que desaparezca.
Es decir, si queremos disipar nuestros miedos y dudas con respecto al futuro, la mejor manera de hacerlo es actuando; aún a pesar de no tener todas las respuestas; y aún a sabiendas de que hay muchas variables o circunstancias que no están bajo nuestro control.
En ese sentido, una de las mejores maneras de superar el miedo a la incertidumbre es aceptándolo; aceptar que las cosas son como son y que no podemos tenerlo todo controlado, nos permite vivir sin angustiarnos con la falta de certeza; nos ayuda a esperar y a tomar la suficiente distancia emocional para invertir nuestro tiempo y energía en ocuparnos e ir resolviendo aquello que nos preocupa.
¿Qué es lo que te preocupa de la situación que estás viviendo? ¿Cuáles son tus miedos? ¿De qué recursos dispones para afrontarla?
Contestar de una forma sincera a estas preguntas nos permitirá tomar algo de perspectiva y empezar a trazar un plan de acción; en el que a través de acciones concretas podamos ponernos en movimiento y salir de la situación de bloqueo.
Una vez identificado lo que realmente nos preocupa de la situación, será el momento de llevar a la práctica el plan de acción. Sí, lo sé, exponerse da miedo y genera ansiedad; pero es a través de la propia experiencia cuando conseguimos darnos cuenta de que aún a pesar de que las cosas no salgan 100% como deseamos, somos capaces de adaptarnos a las circunstancias y de comprobar que, casi nunca, nuestras peores pesadillas se cumplen.
En ese sentido, un elemento clave para tolerar la incertidumbre, es aprender a ser flexibles; es decir, la planificación que realicemos tiene que ser una herramienta que nos ayude y permita adaptarnos a los posibles cambios que se vayan produciendo en función de la evolución de la situación y de nuestras circunstancias; si utilizamos el plan de acción como algo rígido y como un intento de “tenerlo todo bajo control”, lo más probable es que nos genere más ansiedad; ya que en la vida hay muchas cosas que no solo dependen de nuestra voluntad.
A modo de resumen, podríamos decir que vivimos tiempos inciertos, tanto a nivel individual como colectivo, y eso nos desconcierta, nos angustia y, en ocasiones, nos puede paralizar. Pero vivir la vida con plenitud significa, entre otras cosas, tomar decisiones y actuar; aún cuando no tengamos todas las respuestas, y corramos el riesgo de equivocarnos.
Con esto no quiero decir que no nos preparemos para el día de mañana, sin duda creo que es necesario hacerlo. Organizarse y planificarse para lo que está por llegar es importante; pero no tiene sentido anclarse en el miedo al futuro; observemos con atención nuestro presente, y partiendo de él mejoremos lo que esté en nuestras manos, invirtiendo nuestro tiempo y energía en esas acciones que nos acercan a nuestras metas y objetivos vitales; en definitiva, a la vida que deseamos.
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