Creo yo… me parece…
Que la confusión entre religión y espiritualidad se produce por esa indefinición precisa de muchas palabras y conceptos, y por el error de creer que todos entendemos lo mismo cuando decimos la misma palabra.
Las religiones tienen varios inconvenientes.
Uno de ellos, es que están bastante normativizadas, por lo que son cerradas, y uno las tiene que aceptar incondicionalmente –algunas, incluso imponen dogmas que hay que aceptar sin ningún tipo de negociación o dudas-.
Al ser así, no permiten interactuar, ni se permiten seguir creciendo y desarrollándose, puesto que todo está cerrado.
Prácticamente todo se basa en conceptos o ideas de hace dos mil años –o más, o menos, según la religión que sea-.
Lleva grandes esfuerzos y varios siglos hacer cualquier modificación. No se adecúan a la situación e intelectualidad actual, y nos hablan y tratan del mismo modo que a los timoratos e incultos del siglo tres o del siglo diez.
Por otra parte, las Iglesias, de cualquier religión, se han apoderado de las relaciones con el Dios correspondiente, que han de realizarse a través de ellos; se han nombrado mediadores oficiales.
Han fundado un monopolio, y se adjudican el poder de contactar directamente con el Dios correspondiente, que parece ser que sólo a ellos les concede favores.
Por libre, uno sólo puede rezar y pedir a su Dios, pero para cualquier otra actividad relacionada con su fe, necesita la intermediación de la Iglesia correspondiente a su religión.
La espiritualidad, en cambio, aunque comparte raíces comunes para todas las personas, mantiene la individualidad que le da la elaboración personal de cada uno.
La espiritualidad es el contacto directo con lo divino -sin la intermediación y condiciones de las religiones-, con eso divino que existe en el interior de cada uno, con la divinidad que es parte esencial e inseparable del Ser Humano.
La espiritualidad es un asunto personal de uno con su propia divinidad. Es el reconocimiento de la parte propia que trasciende a lo que entendemos como simplemente Humano.
Ya se ha dicho en numerosas ocasiones que somos un espíritu en un cuerpo humano, que lo necesitamos para tener entidad y poder desarrollarnos; también se ha dicho que existen las reencarnaciones, que en una rueda kármica vamos desarrollando todos los aspectos que puede tener el alma; que tenemos que conocer todos los estados porque el alma se purifica conociéndolos todos y trascendiéndolos… se han dicho muchas tonterías y pocas verdades…
Las teorías pueden ser infinitas y están sustentadas en palabras que forman frases que pueden llegar a dar la imagen de ser ciertas.
Posiblemente lleguemos a morirnos sin saber cuáles son ciertas y cuáles no, pero hay una forma de distinguir las que para nosotros sí son ciertas: Sintiendo.
Escuchándonos.
Comprobando, al escuchar cualquier cosa que desconozcamos, si resuena en nuestros interior, en la intuición; algo así como “eso es lo que me parecía a mí.
Con la espiritualidad ha de pasar lo mismo. En principio, no se ha de sentir como una imposición que uno tiene que encajar dentro de sí a disgusto, sino que tiene que sentir con una conexión armoniosa.
Aun siendo la unidad que somos de Humano más Divino -o cuerpo más espíritu-, si previamente nos hemos dividido en dos, cosa equivocada, sigamos en ese modelo en el que nos manejamos un poco mejor que asumiendo que la divinidad es la espiritualidad, y que nosotros somos ambas cosas juntas.
Sigamos el modelo.
Todo aquello que nos parece que es un poco más que lo vulgar, lo finito, lo impuro, es Humano.
Lo que trasciende a eso, es lo Espiritual.
La espiritualidad nos hace sentirnos bien en una relación imprescindible con eso que consideremos Lo Superior.
Nos tiene que proporcionar una sensación de sentirnos cómodos y en el lugar adecuado, aunque no sepamos definir la sensación porque no haya palabras adecuadas para definirlo.
La espiritualidad es el contacto con lo más íntimo de uno, con lo que forma su esencia, con lo que ata de un modo invisible a “algo” que uno siente que es pero tiene abandonado.
Así de ambigua es la espiritualidad.
Cualquier definición que intentara ser exacta, lo que conseguiría sería limitarla, porque todo lo que no cupiese dentro de la definición dejaría de formar parte de la espiritualidad.
Y no tiene límites.
Es una mirada de un niño, es un escalofrío en un momento de emoción, es verse pequeño en la naturaleza, es amanecer con una ilusión, es ser buena persona, amar, ser generoso, llorar de emoción…
La religión es algo externo, de adoración visible u ostentosa, de ritos y formas, de ídolos o idealizaciones, mientras que la espiritualidad es íntima, silenciosa, sin objeto ni meta, sin destinatario que no sea uno mismo.
Es, tal vez, la re-unión con la paz interna, el contacto con la silenciosa grandiosidad que nos habita, con el corazón de la vida, con la lágrima alborozada de sentirse uno mismo como parte de todo, como hermano de todos, como centro de sí mismo.
La espiritualidad nos pertenece, la religión es ajena.
Pero, al mismo tiempo, la religión bien entendida, y bien practicada, es el inicio de otro camino hacia uno mismo siempre que uno no deje toda la responsabilidad en manos de la religión como la magia que lo resuelve todo, en quien dejar su destino al antojo de que esa religión quiera conceder o no la paz, la tranquilidad de espíritu, el acallamiento de la conciencia y otros dones.
Aunque quizás lo que se debe hacer es apoyarse en las dos patas y andar por los dos caminos al mismo tiempo.
Vamos… creo yo… me parece... supongo…
(Por supuesto que todo esto que he escrito no es más que una opinión personal que no tiene por qué coincidir con la verdad).