¿Habitamos verdaderamente nuestra única casa: nosotros mismos?
La misma agitación caótica de la mente que nos lleva a interrumpirnos de continuo a nosotros mismos y a los demás -y que, con mucha frecuencia, se deriva de impresiones sensoriales provisionales- nos lleva también a atiborrar nuestra vida para no tener que habérnoslas con el silencio y no sentirnos así desocupados ni aburridos.
Nos pasamos la vida, especialmente en nuestras horas de ocio, yendo de una cosa a otra. Leemos el periódico, hojeamos una revista, llamamos por teléfono, hacemos “zapping”, visitamos la heladera una y otra vez, encendemos la radio apenas subimos al coche, caminamos sin rumbo de aquí para allá, leemos en la cama, decimos cosas absurdas y sin importancia que no hacen más que reflejar las ocurrencias que nos desbordan de continuo. Todas ésas son formas muy normales de pasar el tiempo y algunas son incluso absolutamente necesarias para el funcionamiento de nuestra vida y para ocuparnos de las cosas de las que debemos ocuparnos, pero con mucha frecuencia, sin embargo, todas ellas acaban convirtiéndose en una forma de distracción que nos impide estar completamente despiertos y atentos.
Basta con prestar atención a todos esos impulsos en el mismo momento en que aparecen para descubrir nuestra adicción a la distracción y a llenar de actividades y contenidos un instante tras otro para no aterrizar plenamente en el momento presente.
Ocupamos todo nuestro tiempo y luego nos preguntamos dónde lo hemos perdido. El curso de nuestra mente, es símil a los meandros por los que discurre un río, y sólo de vez en cuando, nos preguntamos dónde estamos, por qué nos sentimos tan mal, tan inquietos, tan alejados de nosotros mismos y de los demás, y tan desconectados de nuestras aspiraciones más profundas. En tales ocasiones nos cuestionamos lo que estamos haciendo con nuestra vida, por qué las cosas no son mejores y más satisfactorias, y quizás tengamos incluso alguna que otra pesadilla. En cualquiera de los casos, sin embargo, no tardamos en regresar a nuestras distracciones habituales porque, a corto plazo, nos hacen sentir mejor y pasar un tiempo que, de otro modo, nos parecería interminable, vacío y aterrador.
Hay situaciones en las que en un intento de pasarla bien, acabamos atiborrando de actividades nuestras vacaciones, volvemos a casa decepcionados y preguntándonos dónde estuvimos y cómo estuvimos en realidad. Poco importa que, en tal caso, el álbum de fotografías insista en que estuvimos allí.
Es muy fácil por más que nos hallemos en medio de la naturaleza, llenarnos de actividades, fantasías, tareas, preocupaciones y hasta deseo de visitar otro lugar el año próximo. Todas esas fluctuaciones mentales y corporales pueden alejarnos del lugar en el que nos encontremos, llevarnos a anticipar lo que podría ocurrir o dejarnos atrapados en los recuerdos y los deseos. No es infrecuente que la mente que únicamente se interesa por los lugares exóticos permanezca ciega a las cosas interesantes que la rodean. Esa mente siempre está en busca de un momento mejor, de una visión más hermosa o de una experiencia más adecuada, y aun, en el caso de que llegue a ver el osezno, no tarda en quejarse de no estar lo suficientemente cerca o de haber visto tan sólo un atisbo de la ballena, pero se lamenta de no haber hecho la excursión a otro sitio, ya que no la pudo ver respirar completamente.
"La belleza no hace feliz al que la posee,
sino a quien puede amarla y adorarla."
Hermann Hesse
En definitiva, hay veces en las que nuestra mente está tan llena que ni siquiera escucha el sonido de una ballena o el ladrido de un zorro. Y, por el mismo motivo, puede estar tan llena de ruido que es incapaz de escuchar, aun en medio de la naturaleza, el sonido del silencio. Resulta muy fácil soslayar entonces el momento presente que se encuentra más allá del pensamiento, más allá de nuestra necesidad compulsiva de hacer y de estar en otro sitio, emprendiendo una actividad nueva y emocionante, independientemente del modo en que, en tal caso, racionalicemos nuestros deseos.
Quizás podríamos preguntarnos entonces: “¿Quién es el que necesita algo nuevo y emocionante? ¿Qué significa exactamente “emocionante”?.
¿Puede acaso estar presente donde quiera que esté? ¿Puede permanecer atento y consciente de lo que sucede? ¿Puede hacerlo ahora mismo?
Entonces no tardará en darse cuenta de que todo está ya bien, mucho mejor de lo que puede imaginarse. Quizás, en tal caso, comprenda que -sean cuales sean las circunstancias y el lugar en el que se encuentre- usted ya está simple y cómodamente instalado en el ahora (en su única casa): en sí mismo.
Extracto del libro de Jon Kabat Zinn “La práctica de la Atención Plena”, editorial Kairos.
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