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 EL DUELO



Marzo 19, 2012, 11:58:02 am
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Desconectado Francisco de Sales

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EL DUELO
« en: Marzo 19, 2012, 11:58:02 am »
Como todos hemos perdido algo o a alguien, y lo seguiremos haciendo en el futuro, recomiendo la lectura de este artículo que me han enviado.




Normalmente siempre asociamos la palabra duelo con la muerte física, pero no siempre es así.
Para aquellas personas que les cuesta mucho desprenderse de las cosas, en cada una de esas pequeñas “pérdidas” tienen que elaborarlo, y para otras, nunca pasarán por ese proceso.
Hay personas que tendrán que atravesar por este proceso cada vez que les deje una pareja, cada vez que pierdan algún objeto, cada vez que se cambien de casa… Hay muchas personas que incluso se pueden llegar a sentir culpables porque se ha muerto algún familiar cercano y no notan ningún malestar o no pasan por ninguna de las etapas en las que se suele dividir el duelo, pero quienes se sienten culpables por ello hacen mal, porque directamente aceptan esa pérdida, bien por sus creencias o bien por la situación del fallecimiento, y eso no es algo negativo ni quiere decir que tu tuviesen amor y aprecio por la persona, sino que comprenden rápidamente esa situación y la aceptan, y hay que tener en cuenta que digo “que la aceptan”, no que la enmascaran o que la relegan al olvido puesto que en ese caso, antes o después, volverá a aparecer y volverá a necesitar un tiempo para aceptarla.
Comúnmente, se habla de varias fases en todo duelo, y digo duelo para referirme tanto a la muerte de un ser querido como a la pérdida de cualquier otra cosa, pero no necesariamente hay que ir pasando una por una todas las fases, y en cuanto a la duración, siempre va a depender de cada persona, ya que cada duelo es único.
La primera fase es la negación. Al principio, se manifiesta una negación de la realidad: " No es posible, lo que me pasa no es verdad, no me lo creo..."
Ese rechazo para no aceptar la realidad constituye una especie de autodefensa delante de lo inevitable. Toda nuestra energía vital se rebela ante una realidad y pretende negarla. En un primer tiempo, es una reacción sana, normal, frente a lo que llega, pero encerrarse, y no llegar a superarla, puede convertirse en algo grave. Una vez que el primer choque ha pasado, la evidencia va a terminar por imponerse.
La negación anterior deja paso a la expresión de la cólera, de la rebelión. Aparece un sentimiento de injusticia, tanto más intenso cuando la muerte es inesperada o los nexos de unión con los difuntos más estrechos: " ¿Por qué a él? Es injusto a su edad, en su situación. ¿Por qué me hace esto?, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?..."
Esta etapa es especialmente difícil de superar. Quizá porque, confrontados al problema de la muerte, y sobre todo de esta muerte, no tenemos respuesta clara, explicación natural. Buscamos un culpable: Dios, las fuerzas del mal, la sociedad, el cuerpo médico, o nosotros mismos.
Estas manifestaciones de agresividad necesitan salir al exterior. Son la expresión de una fuerte carga emocional que tiene que hacerse más ligera. La forma en la que la persona está rodeada, escuchada, reconfortada cuenta mucho.
La cólera deja paso a una especie de chantaje: "Si reviviera, todo sería diferente, esto no sería así, esta etapa la viviría de otra manera." Se trata de una nueva forma de rechazo de la realidad, pero muy diferente de la primera. Se apega a lo imaginario para integrar lo que ha pasado, pero imaginándose otro escenario. La persona intenta arreglar viejos problemas, mejorar lo que ha vivido para librarse de la culpabilidad.
En la mayoría de los casos, el trabajo de duelo pasa a continuación por una fase de depresión. Dolor, desánimo, repliegue sobre sí mismo marcan esta etapa. La evidencia se impone y sus consecuencias aparecen de manera concreta: preocupaciones familiares, soledad futura, etc. De nuevo, la calidad de presencia del entorno es determinante para superar esta fase de depresión.
La última parte del trabajo del duelo es la de la aceptación pacífica. Los grandes combates han pasado, las tempestades se han calmado. Uno se permite vivir sin el difunto y se vuelve a aprender a vivir. La ausencia es real, pero no es total. Se instaura otra relación con el desaparecido. Se acaba la reestructuración interior. De vez en cuando, la emoción puede resurgir, pero no es una ola que arrastra todo tras su paso.
Siempre tenemos que tener en cuenta que todo lo que ha cambiado desde que alguien o algo se ha ido, necesita un nuevo equilibrio, y para que eso aparezca, lo único que funciona es el tiempo, el irte acostumbrando a volver a hacer todas las cosas que hacías antes sin la presencia de lo que ya no está.

Y sin cargo de conciencia por ello.

 

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