11 HÁBITOS SENCILLOS PARA DESARROLLAR LA PACIENCIA.
Desarrollar la paciencia es un trabajo cada vez más esencial en esta sociedad vertiginosa. Aquí tienes pequeños hábitos que te ayudarán a conseguirlo.
La mayoría de nosotros somos conscientes de que es muy importante desarrollar la paciencia para vivir de una manera más inteligente. Pero entre desearlo y lograrlo hay un gran diferencia. Sobre todo si tenemos en cuenta que el mundo actual no es precisamente un reino de la tranquilidad.
La paciencia es una virtud trascendental porque, en realidad, lo más importante de la vida toma tiempo. En todos los procesos que valen la pena hay que combinar los tiempos de acción con los tiempos de espera; los tiempos de logro con los de trabajo.
“La paciencia es un árbol de raíz amarga pero de frutos muy dulces”.
-Proverbio persa-
Desarrollar la paciencia no es fácil, pero tampoco imposible. La verdad es que en esto también interviene la costumbre: nos habituamos a reaccionar aceleradamente y a no introducir los márgenes de espera y las pausas necesarias. Por eso resulta fundamental aprender nuevos hábitos, que nos conduzcan a ser más pacientes. Estos son 11 de ellos.
1. No juzgar nunca
¿Qué tiene que ver la costumbre de juzgar a los demás con el propósito de desarrollar la paciencia? La verdad, mucho. A veces gastamos demasiada energía cuestionando a los demás. Pensando en lo malo que hacen y en lo que podrían o deberían ser. Ese ejercicio, por sí solo, introduce una fuerte tensión interna entre nosotros y el mundo.
De por sí juzgar a los demás es adoptar una postura hostil frente a la realidad. Esa hostilidad muchas veces se traduce en intolerancia y esta, a su vez, desata la impaciencia. Por el contrario, si aprendemos a aceptar a los demás tal y como son, nos resulta más sencillo mantener el equilibrio interno. La consecuencia de esto es que tendremos mayor capacidad para desarrollar la paciencia.
2. Tomar distancia del conflicto
Si lo analizamos profundamente, nos damos cuenta de que una buena parte de los conflictos son inútiles. Nacen del malestar que cada quien lleva, pero, en general, no conducen a ninguna parte. Son una expresión de inconformidad, que en buena medida solo llevan a sentir más inconformidad aún.
El conflicto no es malo por sí mismo. Al contrario, muchas veces enriquece porque ayuda a que veamos las cosas desde otro punto de vista, o nos permite caer en la cuenta de errores que estamos cometiendo. El arte está en tramitar adecuadamente ese conflicto y en no permitir que se perpetúe y nos lleve a un estado de tensión constante.
3. Reconocer los aportes de los demás
Para desarrollar la paciencia es fundamental aprender a valorar los aportes de los demás. Hay muchísimas personas que diariamente hacen mucho por nosotros. Ninguno de ellos es perfecto, como no lo somos nosotros, pero finalmente sí enriquecen nuestras vidas y las hacen mucho mejores.
Cuando ignoramos los aportes de los demás, terminamos dándole una importancia desmedida a sus fallas más pequeñas. Desarrollar la paciencia es algo que se logra aceptando y valorando. Si reconocemos los aportes de otros nos ubicamos en una dimensión más generosa y tranquila, con ellos y con nosotros mismos.
4. Bajar la velocidad
Uno de los grandes males de nuestra época es la obsesión por la velocidad. Nos hemos vuelto enemigos de la lentitud. Perdemos de vista que lo más valioso de la vida siempre toma tiempo. A veces la diferencia entre una buena o mala decisión, o entre una buena o mala acción, solo es un momento de espera.
Somos constructores de nosotros mismos y de nuestra propia vida. Si queremos hacerlo todo rápido, probablemente no vamos a ser los arquitectos de una estructura sólida, sino de algo hecho a la carrera y, por tanto, frágil. Bajemos un poco la velocidad, cada vez que nos demos cuenta de que estamos invadidos de premura.
5. Respirar, una acción fundamental para desarrollar la paciencia
La respiración encierra muchos de los secretos de una mente y unas emociones sanas. El oxígeno es uno de los más importantes alimentos de nuestro cerebro. Por eso, todo lo que tiene que ver con la respiración, también tiene que ver con el buen funcionamiento de nuestro mundo interno.
Tomarnos un momento para respirar, ojalá tres veces cada día, es una costumbre muy saludable que nos ayuda a desarrollar la paciencia. Lo mejor es cerrar los ojos y tratar de no pensar en nada. Solo en ese aire que entra y sale, en la vida que nos habita.
6. Relativizar
Relativizar, al contrario de lo que mucha gente opina, no es decir “no pasa nada” a cualquier contratiempo. Se trata, más bien, de reflexionar acerca del hecho en sí, evaluar los riesgos y darles la importancia que merecen. De esta forma se alcanza a elaborar una solución con mucha mayor facilidad y eficacia.
7. Asumir la responsabilidad de lo que ocurre
Muchas veces, las prisas por resolver un problema no provienen de la gravedad del mismo, sino de una sensación de culpabilidad de la que no se es consciente del todo. Por eso, cuanto antes se resuelva la situación, antes se elimina la angustia de haber hecho algo mal.
Por eso, es muy relevante parar e identificar qué papel se está jugando en todo el asunto. Una vez se reconozca la parte de responsabilidad que se tiene en ello, se resuelve todo de forma mucho más eficaz, pues se elimina el ruido mental y la impaciencia.
8. Diferenciar lo que se puede controlar y lo que no
Muchas veces es difícil asumir que hay cosas que escapan a nuestro control. La gestión de las consecuencias de aquello que escapa al control se percibe muchas veces como una derrota, cuando no es así.
Por otro lado, lo mejor de diferenciar estos dos tipos de elementos es que se sabe dónde centrar los esfuerzos. Esta priorización da lugar a sensación de control, mejora la autoestima y ayuda a entrenar la paciencia.
9. Identificar los pensamientos impacientes
Un estado general de prisa e impaciencia se manifiesta en muchos detalles de la vida cotidiana, no solo en los grandes problemas. Un ejemplo claro de ello es empezar a acelerar antes de que el semáforo se ponga en verde: ¿qué diferencia supone frente a arrancar un segundo después del cambio de luz?
Todos estos comportamientos son un alimento para la impaciencia, por lo que identificarlos uno por uno y ponerles remedio es una buena forma de entrenar la virtud de la que hablamos. Es un trabajo constante, pero en los pequeños detalles está la clave muchas veces.
10. Reducir la exigencia con uno mismo
Cada persona tiene unos límites y un ritmo propio. Cierto es que la velocidad de nuestro entorno casi siempre supera la nuestra propia, por lo que es fácil que se genere la sensación de que no hacemos lo suficiente. Sin embargo, esta exigencia del entorno es ficticia.
Tienes derecho a equivocarte y remediarlo, a sentir abrumación y a querer parar. Nadie tiene obligación de seguir el ritmo que marca la sociedad, por lo que no fuerces tu organismo: es aplicarte estrés a ti mismo.
11. Piensa antes de hablar
Con este consejo no se pretende transmitir la evitación de los errores a la hora de decir algo, sino la necesaria pausa que ayuda a digerir las emociones. Las respuestas rápidas e irreflexivas son fruto del estrés y la prisa, y debido a ellas se deja de mirar hacia dentro en muchas ocasiones.
Por eso, antes de tomar decisiones o hacer afirmaciones, date un momento para pensar sobre ello. Analiza lo que quieres, lo que sientes y cómo lo quieres transmitir. Ya solo el mero hecho de reflexionar sobre ello creará un ritmo mental mucho más sano.
Para desarrollar la paciencia también hay que tener paciencia. No se logra de un día para otro. Demanda tiempo y esfuerzo. Sin embargo, es uno de esos logros que nos cambian para siempre y que le otorgan un factor sumamente enriquecedor a nuestras vidas. Inténtalo.
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