¿LLEVO LA VIDA QUE QUIERO?
Esta es, sin duda, una de esas preguntas que, cuando aparecen, habitualmente tratamos de eliminar a la mayor brevedad posible.
Es una pregunta incómoda porque obliga a pensar, a reconocer esa idea velada de “fracaso” que casi todas las personas arrastramos -por los sueños no realizados, por los propósitos no cumplidos-.
Si uno se atreve con ella, se da cuenta de la vida que está teniendo –a veces tan distinta y distante de la deseada-, y es consciente de que podría cambiarla y mejorarla, eso le obligaría a tomar decisiones.
Y tomarlas da miedo, porque implican la posibilidad de no acertar.
Cada uno debiera planteársela muy a menudo, y sería interesante dedicarle todo el tiempo necesario a encontrar la respuesta adecuada.
De ello puede depender la calidad del resto de su vida.
La pregunta corresponde al diseño del Plan de Vida que es imprescindible marcarse -y actualizar cuando sea necesario-, y, lógicamente, éste ha de ser realizable y no utópico.
Hay que ser consciente de las limitaciones, pero hay que saber distinguir entre los dos tipos básicos de limitaciones: las reales y las excusas.
Y hay que tener valor y honradez para hacerlo.
Las limitaciones reales, que existen, las tenemos que aceptar como parte de la vida. Uno tiene una cierta altura, una inteligencia, unas circunstancias, y, aunque se puede perseverar por mejorar ligeramente, a veces son imposibles de variar.
Y esto hay que aceptarlo.
Las otras, la inmensa mayoría, son hábiles excusas que se pueden desmontar fácilmente.
Si uno no lleva la vida que quiere, se debe en muchas ocasiones a que no hace lo necesario para que así sea.
Es más fácil esperar –inútilmente- que el destino tenga por ahí algo bueno previsto que involucrarse en todo un proceso de revisión y reconocimiento, de aceptación, y de proponerse cambios que conllevan esfuerzo y dudas.
¿Llevo la vida que quiero?
¿Y qué vida quiero, si ni yo mismo lo sé?
¿Qué quiero añadir a mi vida y de qué quiero despojarla?
¿Cómo sería la vida que yo realmente quiero?
¿Y qué estoy dispuesto a hacer por conseguirla?
No responder a estas y muchas otras preguntas similares nos hacen pagar el precio de la insatisfacción, de la desilusión, de la impresión de que la vida se está gastando sin enriquecerla, que se va y se va vacía, que llega la noche y nos trae otra vez el estremecimiento doloroso de que no estamos siendo auténticamente responsables.
Lo siento, pero no puedo dar una respuesta a ninguna de las preguntas, porque las respuestas tienen que nacer de cada uno.
Nadie puede vivir de los deseos prestados por otro.
Sólo puedo crearte la inquietud, o hacerla más visible, e incitarte a que tomes conciencia de la importancia del asunto.
Y animarte a que lleves la vida que realmente quieres para ti.