LOS CASTIGOS: CUANDO LA SOLUCIÓN SE CONVIERTE EN EL PROBLEMA.
Cristina Santolaria
Debatimos sobre una de las herramientas educativas más usadas y controvertidas.
El castigo forma parte de una de las herramientas educativas más utilizadas tanto en el ámbito familiar como escolar. Los castigos suelen ser vistos como una forma rápida destinada a corregir conductas. Sin embargo, detrás de esta aparente solución se esconde un problema más profundo: los castigos no fomentan aprendizaje, comprensión, ni conexión emocional. En lugar de resolver conflictos, pueden generar resentimiento, miedo y una desconexión entre las personas.
Cuando castigamos, enviamos el mensaje a la persona castigada de que el error es inaceptable, en lugar de verlo como una oportunidad para crecer y entender las consecuencias de sus acciones. La mayoría de las veces, el castigo solo aborda el síntoma del problema, no su raíz. Así, quien es castigado aprende a evitar el castigo, pero no necesariamente a cambiar su forma de pensar o actuar. En este punto cabe decir que el error puede partir también de la persona adulta educadora.
En un mundo donde buscamos relaciones más auténticas y armoniosas, quizás sea momento de replantear ciertas herramientas educativas. ¿Qué pasaría si en lugar de castigar, nos enfocáramos en dialogar, en conectar con los valores y en construir una solución juntos? Tal vez descubriríamos que el verdadero cambio no nace del miedo, sino del entendimiento y la empatía. Para esto hace falta voluntad y visión a largo plazo.
El debate sobre el uso del castigo como herramienta disciplinaria ha estado presente durante décadas en el ámbito de la psicología y la educación. Mientras que algunas corrientes tradicionales defienden el castigo como una forma de corregir conductas no deseadas, otras, como la parentalidad positiva y la crianza consciente proponen alternativas basadas en el respeto mutuo, la empatía y el desarrollo emocional de los niño/as y adolescentes.
Desde mi punto de vista el verdadero problema radica en que muchas personas adultas parten del paradigma de que “quien tiene el poder también tiene el saber”. Sin embargo, nada más lejos de la realidad cuando se trata de la educación infantil y adolescente. Este enfoque jerárquico no solo es limitante, sino que también impide una conexión genuina y un aprendizaje mutuo.
El nuevo paradigma educativo nos enseña que, al educar, tanto el educador como el alumno –o padre/madre e hijo– aprenden el uno del otro. Ya no se trata de imponer desde la autoridad, sino de construir juntos un proceso en el que ambos se transforman y crecen.
Cuando los adultos aceptamos que podemos aprender de quienes educamos, dejamos de lado el control rígido y abrimos espacio para el respeto, la empatía y la colaboración. Educar no es solo enseñar, es escuchar, guiar y permitirnos ser influenciados positivamente por quienes acompañamos en su desarrollo. Este enfoque no debilita nuestra autoridad, sino que la humaniza y la hace más efectiva. Porque en el acto de educar, no solo formamos a otros: también nos formamos a nosotros mismos.
EL IMPACTO DE LOS CASTIGOS FÍSICOS Y PSICOLÓGICOS
Como ya he comentado, el castigo ha sido una herramienta ampliamente utilizada en la educación y crianza de niños. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que este enfoque puede tener consecuencias negativas tanto a corto como a largo plazo.
Cuando hablo de castigo físico me refiero también a “un cachete o una palmada en el culito a tiempo”, tan instaurado en muchas culturas del planeta. En palabras del psicólogo y psicoanalista infantil Bruno Bettelheim “el castigo puede lograr obediencia momentánea, pero a menudo al precio de suprimir el desarrollo de la autodisciplina y la comprensión emocional en los niños”.
Por su parte, y gracias a sus investigaciones sobre la infancia, Alice Miller, psicóloga conocida por sus trabajos sobre el maltrato infantil, afirma que la violencia ejercida sobre los niños conduce a la violencia global que reina en el mundo entero, sobre todo si se empieza a pegar y a castigar a los niños en los primeros años de su vida, justamente en el momento en el que se construye su cerebro. Incluso si las escandalosas consecuencias son evidentes, la sociedad no las percibe y aún menos las tiene en cuenta.
Ahora bien, la situación es fácil de comprender: los niños y niñas no tienen derecho a defenderse de la violencia de sus padres y están obligados a suprimir y reprimir las reacciones naturales a la agresión de sus padres como la cólera y la angustia. Sólo siendo adultos pueden descargar esas fuertes emociones sobre sus propios hijos, parejas, o en ciertos casos, sobre naciones enteras.
POR QUÉ NO FUNCIONAN LOS CASTIGOS?
Algunos de los motivos más relevantes por los que los castigos no son efectivos incluyen:
• Aprender a través del miedo: El castigo suele basarse en no hacer algo por miedo a las consecuencias, lo que puede llevar al niño a modificar su comportamiento para evitar ser castigado, pero no porque comprenda el impacto de sus acciones. Esto puede limitar el desarrollo de la autorregulación y la toma de decisiones autónomas.
• Resentimiento versus reflexión: Los castigos pueden generar sentimientos de resentimiento hacia los padres o figuras de autoridad dañando el vínculo emocional y dificultar la comunicación futura. En su lugar una buena conversación podría suponer una buena ocasión para fomentar vínculos emocionales.
• Consecuencias como la culpa y la vergüenza: El castigo puede hacer que los niños/as internalicen mensajes negativos sobre sí mismos, asociando su identidad con el error cometido. Esto puede afectar su autoestima y su capacidad para gestionar emociones de manera saludable.
• Manejo de conflictos de forma ineficiente: Sin una conversación clarificadora y empática desde la compasión del educador, es probable que se repitan las mismas conductas al no saber cómo actuar de otra manera.
• Conductas rebeldes o evitativas: Al sentirse controlados o amenazados, muchos niños responden con conductas desafiantes o intentan ocultar sus acciones en lugar de asumir responsabilidad por ellas. Esto puede reforzar dinámicas negativas en el hogar.
• Falta de confianza y conexión: Como señaló Bettelheim, el castigo puede debilitar la confianza y la conexión emocional entre padres, madres e hijos. Una relación basada en el miedo o el control es menos efectiva para construir un entorno de aprendizaje y apoyo.
LA PARENTALIDAD POSITIVA: PRIORIZANDO, LA COMUNICACIÓN, EL RESPETO Y LA EMPATÍA
La parentalidad positiva es un enfoque educativo que prioriza el respeto, la empatía y la comunicación efectiva. Este modelo se centra en fortalecer el vínculo afectivo entre la familia y en promover la autorregulación y la autonomía de los jóvenes. En lugar de recurrir al castigo, la parentalidad positiva apuesta por:
• Establecer límites claros y respetuosos: Los niños/as necesitan entender las reglas y las consecuencias de sus acciones, pero estas deben presentarse de manera constructiva.
• Reforzar valores: Enseñar a los niños/as a reflexionar sobre cómo sus acciones impactan a los demás y al entorno.
• Fomentar la comunicación: Crear espacios donde los niños/as se sientan a gusto para expresar sus emociones y preocupaciones.
• Guiar desde el ejemplo: Los padres, madres y cuidadores/as son los principales modelos de conducta para sus hijos/as, por lo que deben actuar en coherencia con los valores que desean transmitir.
PARENTALIDAD POSITIVA EN LA PRÁCTICA
Implementar la parentalidad positiva no significa evitar los conflictos o dejar de establecer normas. Se trata de abordar las dificultades desde un lugar de comprensión y guía, en lugar de reacción y castigo. Aquí hay algunos ejemplos de cómo aplicar este enfoque en situaciones cotidianas:
• Cuando tu hijo o tu hija rompe una regla: En lugar de: "Estás castigado durante toda una semana”, puedes decir: "¿Puedes explicarme qué pasó? ¿Cómo crees que podemos solucionarlo juntos/as?".
• Cuando hay un mal comportamiento repetido: En lugar de: "Si lo haces otra vez, te quedarás sin….", puedes decir: "¿Qué sientes cuando actúas así? Hablemos de lo que podrías hacer diferente la próxima vez".
• Cuando necesitas establecer un límite: En lugar de: "Porque yo lo digo y punto”, puedes decir: "Vamos a ver qué te parece esto que yo pienso. Cómo lo ves tú?”.
LA COMPASIÓN: UNA PALABRA MÁGICA EN LA CRIANZA
Hace casi 18 años llegó a mis manos “No hay padres perfectos”, un maravilloso libro del psicólogo y psicoanalista infantil Bruno Bettelheim, recomendado por mi gran amiga la psicóloga Eva Aguilar, cuando mis hijos gemelos tenían a penas 2 meses de vida. Hoy puedo sentir que su lectura hizo un “clic” en la forma de abordar la educación y la relación con mis hijos. Le estoy profundamente agradecida por esta recomendación que ha sido mi inspiración, y lo sigue siendo para acompañar a madres, padres y educadores/es en su tarea de caminar juntos.
La palabra mágica es “Compasión”. Una compasión bien entendida en la educación infantil y adolescente es aquella que nos ayuda a entender sus emociones, aprender juntos de los errores (suyos y nuestros), y afrontar problemas. La verdadera compasión en la crianza implica estar ahí para guiar a los hijos/as en sus momentos difíciles, pero también permitirles aprender de las consecuencias naturales de sus actos, para que crezcan en capacidad de autorregulación y responsabilidad.
https://psicologiaymente.com/psicologia/castigos-cuando-solucion-se-convierte-en-problema