EL DUELO: CAMINO INICIÁTICO
Hoy quiero compartir una nueva visión del duelo.
Una forma de verlo que pueda permitir un grado de consciencia mayor. Otra manera de interpretar la travesía y la conquista de lo que podría llamarse el “desierto de una pérdida irrecuperable”.
Uno de los objetivos de este enfoque sería descubrir la luz que allí existe, y que a veces, debido a la misma dinámica del duelo, es imposible apreciar.
Cuando perdemos lo que para nosotros es nuestra vida, no sólo somos despojados de nuestros máximos tesoros sentimentales y personales sino también de todos los esquemas mentales y espirituales que tenían como eje esa relación básica y primordial.
El principal punto de referencia desaparece y nos quedamos aislados en un vacío aparentemente sin fin. El despojo es tal que hasta los más fundamentales apoyos parecen cambiar o dejar de estar.
Desde este inicio solitario y falto de toda aparente herramienta para cruzar ese país inhóspito en el cual, en una milésima de segundo, se ha convertido nuestra vida, descubrimos que lo que antes nos nutría se ha quedado más allá de todo posible alcance.
Incluso el simple hecho de acceder a las fuentes de energía normales como la comida y el descanso, se hace casi imposible. Nuestro centro vital que era la presencia de esa persona, como un río portador de vida regando hasta el último rincón de nuestro mundo, se ha evaporado y el sol reinante de nuestro universo que había sido motivación e inspiración ha dejado de brillar.
Nuestra capacidad ya no es lo que había sido y no podemos ni queremos hacer el esfuerzo para encontrar los recursos que ahora nos fallan. El sagrado cáliz que nunca supimos nuestro nos ha sido arrebatado y no existe sustituto. Nos encontramos a punto de iniciar un viaje evolutivo que tiene un valor analógico dentro del entorno iniciático que marca el M.T. y cuyas etapas o iniciaciones tienen un paralelismo importante que quiero yo destacar hoy aquí.
Las iniciaciones del M.T. son Nacimiento, Bautismo, Transfiguración, Renunciación y finalmente Revelación. Estas cinco primeras con sus condiciones muy marcadas tienen su eco en el proceso de duelo, como si se tratara de un ciclo menor que ayuda a transitar y conquistar el ciclo mayor donde se pueden encontrar a los discípulos y los iniciados.
En definitiva, creo que el conocimiento de los puntos en común nos va a ayudar a liberarnos de los senderos de la ignorancia y el dolor y así poder transitar los caminos del Amor y de la Consciencia en expansión.
La pérdida de nuestro ser querido nos proporciona todas las condiciones que vamos a necesitar para embarcarnos en una auténtica misión heroica, alquímica y evolutiva.
Cuando finalmente superamos el larguísimo y pedregoso recorrido llamado duelo, los logros devenidos estarán a la altura del tesoro mayor, jamás imaginado. Y aun así, teniéndolo y siéndolo, la mayoría de las personas que han llegado, se resistirán a admitir su proeza ya que suelen pensar y decir que cómo puede ser que lo peor que nos ha pasado, nos deje algún beneficio.
Pero queramos verlo o no, queramos aceptarlo o no, en algún momento puntual, el sufrimiento es transmutado y nos podemos elevar por encima de las limitaciones de los cinco sentidos.
Pero esto viene después y aunque sea el efecto más lógico de un proceso duro y extremadamente exigente, que obliga llegar hasta el final, raras veces se dará el último paso que sólo consiste en cruzar la meta, estirar el brazo y hacerse con el premio, que no es nada más que esa persona en la cual nos hemos convertido.
El camino de duelo es un camino que nos despoja de todo lo falso y que resalta de forma dolorosa todo aquello que somos capaces de lograr casi sobrehumanamente, sin quererlo ni buscarlo.
Cualquier viaje de mil millas, como decía Lao Tse, empieza con un paso, el primero y en este caso como en muchos se llama Nacimiento (Séptimo Rayo de orden ceremonial y magia).
Cuando todo lo que más importaba muere, nos encontramos en medio del vacío mayor jamás imaginado. Todo lo que había sido nuestra vida anteriormente desaparece y todo lo que iba a ser se esfuma. Estamos en medio de un túnel negro, angosto, silencioso, sin aire, sin salida aparente y sin las ganas de encontrarla si la hubiera. En esos primeros momentos estamos suspendidos en una niebla espesa, que suele llamarse estado de shock.
En algún momento y sin saber cómo, somos repelidos de la negrura protectora para encontrarnos en medio de una luz, que con demasiada crudeza, nos enfrenta al gran agujero en el cual nos hemos convertido. Intuimos que de alguna forma vamos a tener que llenarlo pero su inmensidad nos asusta y nos asusta el hecho de que ya nada nos queda para hacerlo.
De esta manera nacemos a ese mundo tremendamente inhóspito que se suele llamar duelo. Es un nacimiento no buscado, es un nacimiento doloroso que nos encara a la necesidad de seguir viviendo. Aunque no estemos solos el sentimiento es de una profunda soledad y a pesar del intento por parte de nuestros familiares y amigos de comprendernos, nos sentimos tremendamente incomprendidos. No hay posibilidad de comunicación, las palabras no salen, los oídos se han vuelto insensibles, incapaces de registrar cualquier sonido excepto el lamento incesante que viene de algún lugar muy dentro y los ojos ensombrecidos sólo ven ausencia donde antes había vida. Ante la inexistencia de todo lo que había sido, nace un llanto profundo, desgarrado, incontrolable...
“Y las lágrimas cayeron...” la gran prueba de que existe vida, de que existe un corazón. Corazón que en un futuro va a unirse una vez más a su ser querido para encontrar la salvación, la salida de todo esto, otra vida totalmente distinta, jamás intuida, ni buscada, ni por supuesto querida. Esas lágrimas purificadoras nos reafirman gota tras gota en el nuevo camino. De esta manera y por un tiempo indefinido, cada uno con su ritmo personal, nos iremos ganando la segunda iniciación: El bautismo. ¿Cuántas lágrimas para lograrlo? Las que hagan falta.
Es una iniciación de Sexto Rayo (Idealismo y Devoción) que concierne al cuerpo emocional y que nos hace ganar nuestra razón de ser a través del sufrimiento que empequeñece, para poder llegar algún día a la grandeza de la devoción con todo lo que implica poder adorar y creer una vez más, habiendo conocido el precio de la desaparición del objeto idolatrado. Ese que tendremos que apear del pedestal para que encuentre su preciso lugar en nuestro corazón.
La segunda iniciación se gana a través del poder purificador de las lágrimas, que hilvanan su camino reparador a través de una emoción desbordada tras otra, muchas veces potenciadas por las obsesiones, dudas y miedos de la mente, hasta que de una forma rítmica y pausada, la purificación se va confirmando a través del tiempo. Está confirmación irá equilibrando y armonizando hasta ganar el sosiego necesario para que pueda actuar el cuerpo mental.
La tercera iniciación es la transfiguración y se consigue a través de las energías del conocimiento concreto, del quinto rayo. Aquí empieza el trabajo consistente, continuado y elevador del cuerpo mental que de una forma prolongada casi interminable, va a tener que transformar todos los pensamientos obsesivos y castigadores, las emociones desbordadas: los miedos, las culpabilidades, la ira, lo que no se hizo, o que se hizo, lo que podría haberse hecho mejor, dicho, expresado... Desde una consciencia crecida que ya nada tiene que ver con aquella que actuó lo mejor que pudo, nos juzgamos de mil formas despiadadas y con esa misma consciencia vamos a tener que reconocer nuestras antiguas incapacidades, para otorgarnos el perdón a través de la comprensión casi científica, porque si del corazón se tratara aún estaríamos machacándonos, ya que “la compasión”, nos dice, “no la merecemos, es sólo para esa persona que ya no está bajo nuestra protección y cuidado”.
No sólo vamos a tener que transformar las obsesiones y preocupaciones mentales devenidas de la imposibilidad de rehacer el pasado, sino que vamos a tener que transmutar la realidad física para dar entrada a su lado espiritual, que podrá a su vez hacer posible la aceptación.
Transmutamos para dejar la materia y así abrirnos espacio hacia aquello que no podemos ver, ni tocar, para ya finalmente aceptar lo inaceptable... la muerte y ausencia física de lo que más extrañamos. Solo a través de este cambio de perspectiva podremos renunciar a no tenerlo aquí ya que hemos podido ubicarlo. Sólo reconstruyendo la espiritualidad que se quedó reducida a hojarasca ante el magno acontecimiento que cambió nuestra vida para siempre, podremos conllevar la ausencia física. La muerte de lo que más queremos es un suceso tan inmenso que si es más grande que nuestro Dios, ese será exiliado, destronado, culpado sin piedad y de pronto nos encontraremos huérfanos no sólo aquí sino en el más allá. Sólo a través de la transformación podrá llegar esa nueva espiritualidad, que no significa religión, pero que nos coloca dueños de nuestra vida aquí porque nos hemos ganado un espacio más, una perspectiva mayor y ya todo cabe.
La Transfiguración con su don de transmutación nos encamina hacia la cuarta iniciación y esta es la Renunciación que se consigue a través del cuarto Rayo de armonía a través del conflicto.
Toda renuncia va a suponer conflicto ya que suele enfrentar dos áreas, dos sentimientos, dos verdades sumamente importantes. En este caso se trata de lo que había sido significante para nosotros hasta ahora y que ya no puede ser, enfrentado a lo que estamos necesitando para dar un paso más y encaminarnos hacia una nueva verdad que se está instalando y buscando eco en nuestro interior.
Y así, tendremos que renunciar a la importancia de la presencia física, tendremos que renunciar a nuestro papel de víctima, tendremos que renunciar a ser el centro de esa persona que tiene que proseguir su camino y finalmente, tendremos que renunciar también al dolor. El dolor que nos ha significado y que ha servido como reafirmante de que seguimos queriendo, y tendremos que abrazarnos al amor que empieza a tejer sus lazos, más fuertes que la vida misma, que conseguirán que ya nunca más podamos perder a esa persona que ahora está en nuestro corazón.
La Renunciación con su don de sacrificio nos proporciona la herramienta que vamos a necesitar para entrar finalmente en las energías regeneradoras del Amor: la aceptación.
En este momento cuando nuestro vacío interior que estaba lleno de ruido y sufrimiento, se convierte en espacio real donde pueda caber una vez más la vida, nos vamos a rencontrar con nuestros seres queridos. Todos lo que habíamos dejado más allá de cualquier posibilidad de comunicación y cariño, para empezar muy lentamente a repoblar el desierto.
Si el contacto con nuestra familia y amigos, con todos los que, rechazados por nosotros, nos acompañaban en nuestro vía crucis particular, es de igual a igual y no de víctima dependiente, podremos dar ese paso hacia la quinto iniciación y entrar en la revelación de la grandeza de la muerte y como consecuencia, la grandeza de la vida. Entonces los lazos de amor que siempre nos han unido con ese ser se volverán más evidentes y se convertirán en brotes internos, enriqueciéndonos y repoblando hacia un renacimiento.
Pero la gran revelación es: saber a ciencia cierta que todo es posible; dejar de ver viejas verdades para empezar a reconocer otras; y ver en palabras del Maestro Tibetano el poder de manejar la luz, como portadora de vida a los tres mundos: físico, emocional y mental. Es el verdadero momento de surgimiento desde la tumba de la oscuridad y constituye la entrada en una luz, de naturaleza totalmente distinta a cualquier otra experimentada hasta ahora.
Y esto ocurrirá, cuando seamos capaces de liberarnos de la noción de que no podemos ser mejores de lo que habíamos sido antes de perder lo que más queríamos. Tendremos que reconocernos en todas las cualidades que han surgido durante el largo camino de duelo, para mirarnos al espejo y dar la bienvenida a ese ser heroico y fuerte, gobernante de sus actos, emociones y pensamientos, siervo de su espiritualidad y testigo de la Vida con mayúscula. Entonces, habremos dado los primeros pasos dentro de la quinta iniciación, cuyo tránsito nos llevará a nuevas perspectivas, nuevos amaneceres para algún día renacer en una nueva realidad y así seguir la llamada de la Vida que sólo nos indica cuan grandes y capaces somos.
(Anji Carmelo)