La historia del hombre es una historia de revoluciones.
Revoluciones sociales, sean políticas, religiosas, científicas, económicas, artísticas o culturales se han dado a través del tiempo dejando huellas que hablan de una humanidad que camina, de una raza que evoluciona en cada paso que da, en cada tiempo nuevo que vive.
Creo que en la gran mayoría de los pasos evolutivos del hombre, para lograr cada avance fue necesaria una verdadera revolución.
Revolución en todo sentido: en el dejar de dar por obvio algunas “verdades intocables” y dudar de ellas, en el enfrentarse con las “máximas autoridades” que regían, en el romper con algunas costumbres instauradas, en el desconfiar de los dogmas morales y religiosos que desde el seno familiar se habían aprendido e incluso en el arriesgar la vida (cual Cristóbal Colón) en búsqueda de seguir la propia intuición que se contradecía al pensar de la mayoría.
No quiero decir con esto que para evolucionar hay que rechazar a priori, las costumbres y las enseñanzas de los padres y la iglesia por ejemplo.
Lo que pretendo señalar es la importancia que tiene el usar la cabeza y el corazón para nunca dar las cosas por sentado, sino reflexionarlas, elaborarlas uno interiormente y discernirlas entre lo que uno vitalmente cree y en lo que es solamente una linda idea que le transmitieron otras personas (sean padres, u otras autoridades morales).
Yo le tengo mucha estima y respeto a las tradiciones y a la sabiduría que la experiencia y el tiempo le fue regalando a los hombres y mujeres que pensaron y miraron más allá de su propio ombligo.
Pero no por eso voy a creer en todo lo que se dice simplemente porque ellos vivieron antes que yo, o más que yo. Eso es una falacia por autoridad.
Aunque me puedan reprochar por esto… siendo yo católico, me atrevo a poder dudar hasta de las cosas que dice el Papa, si aun tratando de entenderlas, no las comparto. Eso no significa que las rechace. Simplemente yo veo otra cosa y punto.
Me abro a que él pueda tener razón (que es “más probable”), pero acepto también mi juicio y me animo a pensar que quizás sea yo el que tiene razón… o quizás ninguno de los dos. No digo tampoco con esto que la verdad es relativa sino que a la verdad se la va descubriendo poco a poco y nada está asegurado en este campo… ni siquiera las verdades científicas. Para mí, por ejemplo, el infierno no existe como tal. Y con respecto a los principios, si creo que son inmutables; pero esos principios, como “leyes escritas en el fondo del mar, los vamos descubriendo de a poco y todavía nos falta mucho camino por recorrer.
Para evolucionar como personas, para crecer como humanos, en definitiva creo que es necesaria una verdadera revolución interior.
Una revolución donde se redescubran los principios, los valores, las creencias. Pero no rechazando las anteriores por rechazarlas nomás, sino confrontarlas con la propia realidad y el propio corazón, para renovarlas, para actualizarlas.
Buscar en ellas lo sabio, pero dar un paso más, ir un poco más allá.
La revolución interior implica riesgo y también soledad.
Riesgo de equivocarse, riesgo de chocarse contra una pared y después ser víctima de los típicos comentarios al estilo “Yo te advertí”, “yo te dije“.
También implica soledad, porque pocos son los que se animan a abrir caminos, a romper esquemas.
Pero son pocos no porque la gran mayoría no quiera, sino porque no tienen la fuerza suficiente, ni confían en si mismos lo necesario como para salir adelante ante situaciones donde la duda es grande.
Incluso esta revolución interior implica una gran humildad de saber aceptar la derrota cuando esta se de y animarse a volver a empezar.
La creatividad al final de cuentas, también surge de la revolución interior.
Sólo cuando uno logra destrabarse de “las leyes inmutables” y se permite pensar más allá de lo común, ampliando el campo visual, recién ahí se abren las puertas de la creatividad.
En la adolescencia, la mayoría de nosotros experimenta la primera y gran revolución interior.
Se descubre un nuevo mundo: lo sexual, y por otro lado, los papás dejan de verse tan “perfectos” y “sin mancha” como antes se percibían.
Surge en esa misma etapa una búsqueda profunda de la propia identidad. En ese tiempo la vida es aventura y soledad, vivir es prueba y error. Es el tiempo de experimentar, es el tiempo en que la educación por medio de palabras pierde fuerza y lo más importante es el ejemplo vivo y la comprensión incondicional. Es justamente ese momento donde hay que darles libertad y ayudarles a reflexionar por ellos mismos y que empiecen a tomar las riendas de su propia vida… equivocándose… creciendo.
No digo por esto que es buenísimo que un adolescente se drogue para que descubra que la droga es mala y que uno no haga nada al respecto para evitarlo… pero si digo que es mejor que el joven interiorice esas verdades con ejemplos vivos de vida sana y que lo pueda descubrir por él mismo a través de distintas vivencias y atmósferas… y no lo tome como algo impuesto sino que lo crea y decida por si mismo.
De todas formas a lo que quería llegar con esto es que la flexibilidad adolescente de “romper esquemas” y buscar lo nuevo; y esa fuerza a jugársela por lo que descubre como valor, nunca la tenemos que perder. Es lo que mantiene vivos los motores del alma, es lo que hace valer la libertad.
Incluso es necesario quebrar de vez en cuando las clasificaciones que uno tiene sobre la propia identidad… y volver a descubrirse uno mismo con más profundidad y veracidad. Muchas veces por tener esquemas internos armados, uno no se deja sentir cosas o tener reflexiones que contradigan lo que siempre uno creyó.
Es verdad que hubieron revoluciones que no llegaron a buen puerto y fueron totalmente nefastas… como el nazismo, entre muchas otras… Sin embargo, no creo en eso de que el hombre involuciona, ni siquiera en esos casos. Simplemente se desvía de forma aparente… Pero siempre existe un “revolucionador” natural e instintivo en la humanidad que redirecciona el camino cuando esta se “desvía”… haciendo nacer una nueva revolución (o contra revolución) para “enderezar el camino”; y al hacerlo, avanza más que antes, descubriendo nuevas verdades que dan más claridad al misterio de la vida.
Yo creo en que los destinos de los tiempos se encaminan hacia una especie plenitud (quizás infinita). Creo en una naturaleza sabia que va detrás de todo, conduciendo… evolucionando en nosotros…. Creo en un Dios que camina con nosotros hacia esa plenitud.
Así mismo pasa en la vida de cada persona: Cuando uno comienza a desviarse fuertemente de su propio ser, de lo que realmente quiere, sueña o siente, algo interno empieza a clamar… hasta que al final ese clamor se transforma en explosión, en revolución… el tema es no darse cuenta tarde…. cuando ya el retorno es mucho más difícil.
http://www.jpvillani.com.ar/2009/04/la-revolucion-interior-necesaria/