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 LA ANGUSTIA



Abril 28, 2012, 05:16:33 pm
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LA ANGUSTIA
« en: Abril 28, 2012, 05:16:33 pm »
LA ANGUSTIA

 
La angustia es una emoción de la que se podría decir que está emparentada al miedo; o que es un estado emotivo previo al del miedo.

Quizá, entonces, más cerca del presentimiento o el presagio. Generalmente el estado sobreviene cuando se está en la antesala de situaciones o circunstancias que aún no han ocurrido, o cuya ocurrencia ha sido reciente. Se pueden poner varios ejemplos para graficar la angustia: cuando se llevan radiografías, análisis y otros estudios para que los vea el médico; cuando se espera, tras las puertas del quirófano, la cirugía que está practicándosele a un pariente; cuando se va camino del dentista; cuando el jefe le ha llamado al despacho; cuando va a darse un examen; cuando se está por dar a luz; cuando se va al Banco a pedir un crédito; cuando se va a una entrevista por trabajo; etc.

    Pero también, y van otros ejemplos: cuando a uno lo despiden del trabajo; cuando el Banco le rechaza la solicitud para el crédito; cuando el médico da un diagnóstico; cuando se reprueba el examen; cuando el parto se ha complicado; etc.

    Y por último, y terminamos con los ejemplos: cuando se corta la luz; cuando uno está perdido; cuando se está por viajar; cuando se espera a alguien; cuando se elige algo para regalar; cuando se invita gente a la casa o cuando uno va de invitado; cuando se pierden las llaves de casa o del auto, o se pierden los documentos; etc.

    Todas las personas sufren la angustia a diario, sea por una u otra circunstancia. Y todos, quien más, quien menos; podemos soportarla y convivir con esta emoción que daña por igual a cualquiera de nosotros.

    En los cuadros depresivos la angustia es un sentimiento estable e imprescindible para el diagnóstico de la afección. Entonces también la angustia podría estar un poco antes de la manifestación plena de la depresión.

    La angustia, como el miedo, produce reacciones físicas que son bien conocidas (el nudo en la garganta o en el estómago, súbita palpitación, imperiosa necesidad de orinar, restregarse las manos, comerse las uñas, estado de nervios “a flor de piel”, congoja, caminar de un lado a otro, respiración agitada y escasa oxigenación, falta de apetito, trastornos digestivos, mareos, vómitos, diarreas, escalofríos, etc.)

    La palabra angustia trae aparejada la implicancia de “angostura”; es como si en el organismo los canales se contrajeran, se hicieran más angostos; la fluidez de los flujos se entorpece u obstaculiza por el inesperado angostamiento de sus canales.

    La angustia, como el miedo, magnifica los síntomas, multiplica el dolor, obstruye las acciones medicamentosas, retarda la curación y puede hacer crónicas afecciones que, en realidad, no deberían serlo.

    La incertidumbre bien podría dar origen a la angustia; uno se angustia porque no sabe. Aunque también la certidumbre podría originarla; uno se angustia porque sabe.

    Como muchos estados emocionales negativos, la angustia, es producto de cierta alteración del estado mental; y esto no quiere significar que alteración implique demencia o locura. Esa alteración viene a darse por la inseguridad; uno no cree ser capaz; y por otro lado, disminuye la fe; uno no cree que Dios quiera ayudarlo. El incremento de los dolores, la ineficacia de los remedios, el fracaso de los tratamientos; hace que esta sensación o sentimiento tome posesión. ¿Qué es lo que en realidad tengo?, es la pregunta recurrente; ¿Por qué a mí, qué he hecho para merecer semejante martirio?, es la otra. En ambos interrogantes queda plasmada la inseguridad en cuanto a las posibles respuestas. Uno no anda preguntándose cosas de las cuales tiene certezas.



    La angustia es uno de los dolores morales más desagradables, ya que probablemente para mitigarla, sea necesario reconocer no sólo el miedo; sino también la desesperanza, la falta de fe, el descreimiento de lo Divino y algunas “culpas” que se suponía ya enterradas. Indefectiblemente la pérdida del estado de salud acarrea angustia (¿qué sentido tendría en los hospitales la presencia de sacerdotes y monjas, sino el de restaurar la fe y la confianza en la Divina Providencia?). En este estadio, la angustia se entremezcla con la tristeza; se ha perdido algo: la fe.

    En todo proceso curativo la fe y la confianza son imprescindibles; el soporte psicoterapéutico de los enfermos en los hospitales, es parte obligada de los tratamientos; aún cuando muchos médicos lo consideren innecesario y muchos pacientes lo rechacen (…estoy enfermo, no loco…). Cuando se va de visita a cualquier hospital o sanatorio, es factible ver en la cabecera de la cama de los enfermos, las estampas de Santos, vírgenes y las imágenes de Jesús.

    Cuando la fe se pierde, uno ya ha perdido la mitad de la guerra contra la afección. La fe contrarresta la angustia y es un poderosísimo vehículo para llegar a la recuperación de la salud.

    La enfermedad y la pérdida de la fe, nos pone cara a cara con lo más oscuro y tenebroso de nosotros mismos; con lo más nefasto de nuestra propia mente. Hace que nos introduzcamos en la parte oscura, en esa zona donde residen todos nuestros defectos, todos nuestros ocultamientos, encubrimiento y enmascaramientos; la mentira, el engaño; en fin, lo que no mostramos ni nunca mostraremos. De allí, de esa zona de nuestra mente, la angustia saca continuamente material para alimentarse y crecer.

    Es obvio que aliviar la angustia y la fe no alcanza para curar. La afección, la enfermedad; y el dolor físico, orgánico; de ninguna manera constituyen el pago de deudas. El dolor intermitente, recurrente; no redime por acciones injustas del pasado; ni la enfermedad es el justo castigo. Este es un pensamiento que realmente debería erradicarse cuanto antes.

    Pero la angustia no solamente aparece en casos de afecciones (aunque es lo más común); también se da en muchas otras circunstancias, que no viene al caso enumerar por cuanto es una de las emociones más comunes y conocidas por todas las personas.

    Vivir angustiado por uno mismo o por los demás, tarde o temprano, desembocará en el resentimiento y quebrantamiento de la salud. Es un estado que mantiene al organismo en constante tensión. Dijimos que la angustia no es una emoción que venga con uno; es una consecuencia de la propia inseguridad y desconfianza; y, generalmente, se produce cuando hay contrariedades o cuando uno cree que las habrá.

    La angustia es corrosiva y así corroe las partes duras del organismo, los huesos, los dientes. Enferma al corazón y las arterias. Produce colesterol. Trastorna la tiroides y el funcionamiento de otras glándulas. Es muy probable que la angustia ponga en caos a todo el organismo, al funcionamiento del mismo; y así se generen cuerpos extraños del que se producen desprendimientos que viajan por el torrente sanguíneo y se instalan en otros sitios.

    En líneas generales casi siempre la angustia enferma el plexo solar y la zona posterior que le corresponde; el pecho y la parte alta de la espalda (vértebras cervicales y parte de las dorsales, omóplatos, hombros, antebrazos). Las vías respiratorias, pulmones y zona nasofaríngea.

    Como se dijo en un post anterior, el ser humano no es perfecto; por lo tanto no podemos evitar la tan nociva angustia; pero sí podemos (y debemos) ponerla bajo control y para ello se necesita recuperar la fe y la confianza; y analizar con frialdad y en el marco de la realidad lo que realmente está ocurriéndonos y el porqué de dicha ocurrencia. La enfermedad y el dolor que puede producir, está diciéndonos que en algo estamos fallando y que algo debemos corregir; el qué, depende de cada uno y de sus circunstancias; también el cómo. La supresión de los síntomas no solucionará el conflicto por el que la enfermedad ha aparecido. El analgésico puede calmar el dolor, pero no cura la articulación dañada o el órgano afectado.

    La enfermedad puede obligarnos a sincerarnos con nosotros mismos y así a poder cambiar aquello que corresponda en aras de una recuperación total y sostenida de la salud. Casi siempre el organismo termina afectado por una disposición mental; la afección indica claramente que aquella disposición no es correcta.

 

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