Todos nacemos con un corazón así de grande…
Todos tenemos cualidades, habilidades, atributos, compasión, generosidad, ternura, misericordia, caridad, bondad…
Y todos tenemos algo que nos ha sido dado para ser compartido…
“No mueras con tu música dentro de ti.”
Esta poética frase te reta a que te cuestiones qué estás haciendo con “los talentos” con que Dios, o tu naturaleza, te han dotado.
Todos tenemos una naturaleza generosa que no hemos explotado del todo; todos sentimos un impulso de generosidad; todos somos capaces de conmovernos ante una desgracia o una necesidad ajena, pero… nos falta el empuje, o nos sobran los frenos, para compartir-nos, para entregar-nos, para ofrecer esa parte nuestra que podríamos distribuir entre los necesitados de luz, de compañía, de sonrisas, de silencio, de acogimiento, de comprensión…
La caridad es inagotable y su entrega no se debiera aplazar.
La bondad se multiplica y se auto-reproduce en cumplimiento de una fórmula mágica: mientras más das, más tienes.
El servicio a los demás no forma parte solamente de los mandamientos de alguna religión, sino del cumplimiento del impulso vital del ser humano.
Todos tenemos un don, por lo menos.
Todos tenemos la disposición innata de ayudar a los demás (en los orígenes de los humanos, cuando eran pocos y las condiciones de supervivencia difíciles, si no existía un grupo en el que todos aportaban y colaboraban, su subsistencia estaba en peligro, así que desde entonces “sabemos” en alguna parte de nuestro interior que debemos aportar-nos para ayudar a los demás) y todos tenemos la virtud de la entrega incondicional, el corazón que sale a cuidar o apoyar al necesitado, la conciencia que nos recuerda que ese es nuestro deseo primigenio.
No mueras con tu música dentro de ti.
No aplaques tus impulsos de generosidad, no pongas trabas a expresarte y a expandir tu esplendidez, tu amor, tu capacidad cuidadora, tu habilidad de saber escuchar, saber consolar, o saber abrazar.
Sé lo que tu corazón es.
No mueras con tu música dentro de ti.