4. El Principio De No-Contradicción
El principio supremo de la metafísica es el principio de no-contradicción. Recordemos: es imposible que algo sea y no sea en el mismo sentido y en el mismo sujeto. Recordemos también las dos operaciones del intelecto: 1) la operación de forjar un concepto; 2) la operación de afirmar o negar: juzgar o ajustar la propia mente a la realidad. En la primera operación, la mente forma la noción del ente, sin la cual ninguna otra cosa puede ser concebida (todos nuestros conceptos implican el concepto de ente). Es ésta la primera moción que nos viene a la mente, y, ya que la metafísica es la ciencia del ente, es, por ello, la tendencia más natural de la inteligencia. No es que, en realidad, podamos recordar cuándo formamos nuestro primer concepto. Pero somos capaces de reconstruir este proceso: podemos descubrir que la primera idea era el "ente" contemplando todos nuestros conceptos, y reconociendo que todos hemos accedido a ellos después de haber accedido a la noción de ente; ella es parte de nuestra humanidad. No hay aquí diferencia alguna de educación, cultura, talento o sexo: un ser humano se dirige natural y espontáneamente hacia la noción de ente desde el momento mismo en que empieza a conocer. Es éste, pues, en núcleo más profundo del ser humano: la búsqueda del sentido de la existencia. Si la primera noción es el "ser", la segunda debe ser el "no-ser". No es tampoco que podamos recordarla sino, de nuevo, que podamos reconstruirla: diciendo "ser", nada es excluido, lo cual significa que la segunda idea, después del ser, debe ser la "nada" o "no ser". Y la tercera idea debe ser la división, pues confrontando ser y no ser; los dividimos: ser no es no-ser. Nos elevamos aquí a la segunda operación de la mente juntamente con la noción de división, realizamos el primer juicio, que es el principio de no contradicción (ser no es no-ser). "Noción" es "operación primera", y "juicio" es "operación segunda". En este punto, hemos de hacer la capital observación de que la contradicción es imposible porque la realidad es así, no porque ésta sea nuestra manera de pensar: la contradicción es imposible, no por ser impensable, sino porque no puede tener lugar en la realidad (la filosofía moderna, sin embargo, sitúa a menudo el pensamiento por encima del ser). El principio de no-contradicción es un juicio evidente, basado en la noción misma de ser. No es un mero axioma de pensamiento sino arraigado y fundamentado en el ser. Este principio es auto evidente para todos. Se eleva en la inteligencia de modo natural como un efecto de la verdad misma, de la verdad de las cosas mismas, a partir del conocimiento experimental de los términos del juicio. Estos términos son "ser" y "no-ser", y tenemos un conocimiento experimental o empírico (sensible) de ellos. Y partiendo de esta experiencia inmediata, vemos la verdad de las cosas, y el efecto de ello es el principio de no-contradicción. Este principio es auto evidente para todos, porque estos dos términos (ser y no-ser) son naturalmente conocidos por todo el mundo. Es el primer de toda demostración o prueba, porque surge de las primerísimas nociones que llegan a nuestra mente, y, por lo tanto, no puede ser demostrado por otro principio que sea más evidente. No es nada parecido a una hipótesis, porque una hipótesis es sólo un tipo de tentativa de principio necesitada de comprobación; pero este éste principio es la primera certeza natural de la mente humana. Y como tal es asumido por todas las ciencias. El marxismo, siguiendo la dialéctica hegeliana , ha negado el principio de no-contradicción, pero no es la única filosofía que lo ha hecho: Aristóteles, ya en su época, cuatro siglos antes de Cristo, refutó a aquellos que lo atacaban. ¿Podemos nosotros probar la verdad de este principio contra esas filosofías?. Acabamos de decir que no puede ser probado, pues es precisamente el principio de toda prueba, de toda demostración. Lo que sí se puede hacer es mostrar el absurdo de negarlo, sencillamente afirmando su opuesto: "una cosa puede ser ella misma y ser otra en el mismo sentido"; "yo puedo ser yo mismo y otro al mismo tiempo"...El marxismo dice que no hay ser: sólo hay un proceso de devenir. Esto se debe al ateísmo intrínseco de esta filosofía que empieza por negar a Dios, porque Dios es "el ser que no puede cambiar".
5. Importancia de la metafísica para la teología
Como hemos visto, la metafísica es indispensable no sólo para la teología natural, sino también para la teología sobrenatural, porque sólo una filosofía de la realidad, del ser, es capaz de admitir científicamente la verdad de la fe tal como es, es decir, como una realidad sobrenatural. En otras palabras, la fe es una realidad sobrenatural: por tanto, solamente una filosofía que se ocupa de la realidad puede aceptar científicamente la fe y hacerse teología. Es en realidad de ser, del acto de ser, del ser de las cosas, donde, en cierto modo, hallamos un suelo común, un punto de encuentro en todas las cosas como una participación. Dios es la plenitud de ser; las cosas toman parte del ser. La filosofía recibe la fe e, iluminada por la fe, se desarrolla convirtiéndose en teología, la cual es la más profunda comprensión de la revelación. ¿Qué es la fe? , dos cosas: lo que Dios revela, y nuestro acto de creer en ello. Y, ¿Qué es la teología?, la mejor comprensión por nuestra parte de lo que Dios nos ha revelado. ¿Cómo podemos comprender mejor las cosas que Dios nos ha revelado? Entre otros medios, con la ayuda de la metafísica. ¿Por qué? Porque la metafísica se dirige de forma ultimísima a lo divino como tal: es la base común de los hombres con lo divino. Esta es la razón común de los hombres con lo divino. Esta es la razón común de los hombres con lo divino. Esta es la razón por la cual, como dijimos, el catecismo de la doctrina cristiana está repleto de metafísica: la mayor parte de las cuestiones tratadas por éste poseen implicaciones metafísicas. El proceso de la teología arranca de la fe, pero la filosofía es el instrumento de la teología, y, muy particularmente lo es la metafísica del ser, que no es una metafísica del "pensamiento " o de la "idea". La metafísica del ser abastece a la teología de las nociones básicas necesarias para comprender el contenido de la revelación en la medida en que esto es posible para la mente humana: nociones como sustancia, accidente, causalidad, subsistencia, naturaleza, persona, etc.
6. Conclusión
En su obra Metafísica, Aristóteles intentó definir el "ser". Quizá sea ésta su principal aportación a la historia de la filosofía griega y occidental en general. En el texto siguiente, Emile Bréhier profundiza en la concepción aristotélica de tal aspecto, estableciendo su relación con la anterior dialéctica platónica.
Fragmento de Historia de la filosofía.
De Emile Bréhier.
Volumen I: primera parte, capítulo IV, 3.
La metafísica de Aristóteles ocupa el lugar que ha quedado vacío al rechazar la dialéctica platónica. Es «la ciencia del ser en tanto que es ser, o de los principios y causas del ser y de sus atributos esenciales». Plantea un problema muy concreto: ¿qué es lo que hace que un ser sea lo que es? ¿qué es lo que hace que un caballo sea un caballo, que una estatua sea una estatua, que una cama sea una cama? Se trata de saber el sentido que tiene la palabra ser en la definición que enuncia la esencia de un ser. Así la Metafísica resulta ser, en gran parte, un tratado de la definición: el problema de la definición, que Platón creyó resolver mediante la dialéctica, no está, en realidad ni al alcance de la dialéctica, que juzga simplemente el valor de las definiciones formuladas, ni al de la ciencia demostrativa, que las usa como principios, sino de una ciencia nueva y todavía desconocida, la filosofía primera o ciencia deseada, que se ocupa del ser en tanto que ser.
Seguramente la palabra ser tiene otros sentidos distintos del que adquiere en la definición; puede servir para designar el atributo esencial o lo propio (el hombre es capaz de reír), o incluso el accidente (el hombres es blanco), pudiendo ser tomado éste, por lo demás, en una de las nueve categorías; pero el ser de lo propio, como el del accidente, supone el ser de una sustancia; y, si se puede hablar también del ser de una cualidad y preguntarse qué es, esto sucede porque hay antes una sustancia; todos esos sentidos del ser son derivados del primero. El objeto primitivo y esencial de la metafísica consiste, pues, en determinar la naturaleza del ser en su sentido primitivo; pero se extiende a todos los sentidos derivados, ya que éstos se refieren al sentido primitivo.
Por eso la metafísica tiene que empezar estableciendo axiomas, ya que sin ellos no se podría hablar del ser en ningún sentido: no se puede afirmar y negar a la vez; no se puede decir que una misma cosa es y no es; no se puede decir que un mismo atributo pertenece y no pertenece a un mismo sujeto al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. La negación de estos principios es equivalente a la tesis de Protágoras en el Teeteto, cuando declaraba verdadero todo lo que le parecía tal. El establecimiento de estos principios indemostrables no podría ser, por lo demás, una demostración positiva, sino una refutación de los que los niegan: refutación completamente dialéctica, consistente en hacer ver al adversario que, aunque parece que los niega, en realidad, los acepta. El hecho de que no haya término medio entre la negación y la afirmación es una condición del pensamiento; decir lo contrario es decir que lo que es no es y que lo que no es; es negar que exista lo verdadero y lo falso. La refutación consiste también en mostrar la insuficiencia de los ejemplos que ofrece el adversario en apoyo de su tesis; de modo especial, la variación de las impresiones sensibles, a tenor de las circunstancias, no le aporta ninguna prueba; porque si el vino, dulce para un hombre sano, le resulta amargo al enfermo, desde el momento mismo en que le parece amargo, no le parece dulce. La propia impresión sensible verifica el axioma.
Por lo demás, la tarea de la metafísica es nueva. No se trata ya de llegar por descomposición a los elementos componentes de los seres, como hacen los físicos, ni de elevarse mediante una dialéctica regresiva hasta una realidad suprema, objeto de una intuición intelectual, como en Platón, sino de determinar por generalización los caracteres comunes de toda realidad. La metafísica no es tampoco la ciencia del Bien o causa final ni la de la causa motriz, ya que Bien y causa motriz dejan fuera cosas inmóviles como los seres matemáticos, sino la ciencia mucho más general de la quididad (Quididad, es la traducción al castellano del latín "quidditas" o "quiditas", la cual a su vez proviene del latín "quid", pronombre interrogativo que significa ¿qué es?, ¿qué cosa?, o de manera indeterminada: "algo". En ocasiones se latiniza también como «quiddidad». En filosofía, el término quididad, fue usado dentro de la escolástica medieval por Santo Tomás de Aquino, quien en el siglo XIII, le otorgó la acepción de sinónimo de esencia, de naturaleza), la cual no deja nada fuera de ella. La metafísica no estudia una a una ni colectivamente todas las sustancias, sino lo que hay de común en todas; pero una vez más; lo que hay de común no son elementos concretos, como el fuego o el agua, sino que cada una tiene una quididad que permite clasificarla en un género y determinarla por una diferencia. Desde esta perspectiva, no hay que hacer ninguna distinción entre las sustancias sensibles y las no sensibles, ni tampoco entre las corruptibles y las incorruptibles; el terreno de la metafísica no está limitado a la categoría de cosas no-sensibles e incorruptibles, sino que es mucho más extenso. Sin embargo, el metafísico, al estudiar el ser en tanto que ser, no debe tener la ilusión de haber alcanzado el género supremo. Ese es el error de los platónicos y de los pitagóricos, que al hablar como de un género supremo del ser (o de lo uno, que viene a ser lo mismo, ya que se puede decir uno de todo aquello de lo que se dice es) determinan a continuación todas las clases por el método de división, mediante diferencias del ser: error lógico, ya que es una regla lógica que la diferencia (por ejemplo, bípedo) no debe contener en su noción el género (animal) del cual es diferencia, mientras que de cada pretendida diferencia del ser, se puede decir que es. El ser, atributo universal, no es pues en modo alguno el género cuyas especies serían los otros seres. Los primeros géneros son las categorías, y el ser, como lo uno, está por encima de ellas y es común a todas.
Para hacer de lo uno o del ser el género y, por consiguiente, el generador de toda realidad, la dialéctica platónica tomaba como punto de partida no ya el ser, sino las parejas de opuestos: ser y no-ser, uno y múltiple, finito e infinito, mediante cuya mezcla engendraba todas las formas de la realidad. La metafísica cierra también esta salida a la dialéctica: los opuestos no son principios primitivos, sino maneras de ser de las sustancias. Una cosa es sustancia antes de ser finita o infinita; ahora bien, la sustancia, es decir, un hombre o un caballo, «no tiene contrario». Por tanto, ese primer principio no puede ser el punto de partida de una dialéctica. La ciencia de los opuestos no es más que una parte subordinada de la metafísica; más adelante veremos que conserva un inmenso papel como principio de la física.
Si el ser no es género supremo ni término de una pareja de opuestos, resulta que no es más que un predicado; y las únicas realidades de las que es predicado, cuando se toma en sentido primitivo, son las realidades individuales; por ejemplo, Sócrates o este caballo. Tales realidades son las que estudia la metafísica, no como particulares, sino en cuanto que son algo. Pero ¿no hay en ello una dificultad grave?; esas cosas sensibles, móviles, perecederas, ¿son realmente algo?; ¿es posible la ciencia de otra forma que no sea alcanzando su modelo inteligible y fijo? De aquí el famoso dilema: o un objeto es objeto de ciencia, en cuyo caso es universal y, por tanto, irreal, o bien es real y, por tanto, sensible sin necesidad de ser verdadero, o sea, sin sujeción a la ciencia, porque no hay «ciencia más que de lo universal». Esto fue lo que llevó a Platón a superponer a las realidades del devenir —objetos de opinión— las realidades estables de las ideas —objetos de ciencia—, salida que le está vedada a Aristóteles, una de cuyas principales preocupaciones consiste entonces en mostrar los elementos estables y permanentes implicados en el seno del devenir mismo.
OPINIÓN PERSONAL
La metafísica ha recibido en el siglo XX severas críticas. Las principales son las que provienen del positivismo lógico, para quien la metafísica es un discurso sin significado porque sus enunciados son afirmaciones acerca de los cuales nunca se podrá tener una experiencia. No obstante, debemos decir que los temas concernientes a la metafísica no fueron dejados a un lado en el siglo XX, sino, por el contrario, las distintas corrientes de pensamiento se ven remitidas a ellos con la necesidad de formular maneras alternativas en su tratamiento.
Fuente: Bréhier, Emile. Historia de la filosofía (2 vols.). Traducción de Juan Antonio Pérez Millán y Mª Dolores Morán. Madrid. Editorial Tecnos, 1988.
Autor:
Lic. José Luis Dell’ordine