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 MUERTE: UN LATIDO DE VIDA



Mayo 30, 2012, 06:27:31 am
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MUERTE: UN LATIDO DE VIDA
« en: Mayo 30, 2012, 06:27:31 am »
MUERTE: UN LATIDO DE VIDA

 
Charla realizada en el centro de duelo de Barcelona, Aves en mayo del 2004


El tema de esta charla es el duelo, pero también muerte y por supuesto vida.  Para comprender el duelo como todo el tiempo y el espacio que se va a necesitar para sobrevivir, superar y transmutar la muerte de un ser querido,  se tendrá que reconocer como un acontecimiento vital, que toca y remueve hasta los cimientos más esenciales.  Esta profundidad, irremediablemente va a llevar a la muerte, ya que en realidad duelo es muerte, como también renacimiento e iniciación.

Hoy por hoy y en general, la Muerte es el conocido más desconocido y evitado.  Desconocido, porque aún teniéndolo como lo único seguro que nos va a pasar, le hemos dado la espalda, como quien no quiere ver lo que más tiene que ver.

Para vivir el duelo desde la sacudida trascendental que significa, y poder ser transformados mientras que transformamos la pérdida de esa persona que ya nunca estará de una forma física, tendremos que integrar la muerte en el corazón de nuestra vida y hacernos su amigo.  De esta manera, no sólo transmutaremos nuestro dolor personal, sino que estaremos ayudando a elevar el dolor en general.  Cada vez que logramos un paso más en la oscuridad, ese faro que potenciamos estará favoreciendo un poco más, la armonización del sufrimiento y de los que están ensombrecidos por él.

La gran asignatura pendiente es dejar de ver la muerte como el final y reconocerla como lo que es, un principio.  Y lo tenemos que hacer no sólo para dejar de padecer, sino para empezar a vivir.

La gran explosión de vida virtual que nos está alejando de lo auténtico, que supuso el final del siglo pasado y que está siendo este siglo, tiene que dar lugar a un nacimiento a la vida real.  La vida real no es nada más que la vida interior.  Esa que no se contenta con sólo la superficie, y desde donde podemos empezar a acercarnos a la muerte.

Es imposible conocer, comprender e integrar la muerte, desde nuestro cuerpo físico, ya que muerte significa su aniquilación.  Tampoco podemos vivir si la tenemos miedo, porque en cada momento de nuestra vida, estamos muriendo: La semilla de ahora tiene que morir, para que nazca la flor de ahora.  Y esto, esta aceptación de muerte, para dar paso a nueva vida, lo tenemos que hacer cada uno de nosotros, como partes integrantes de la gran totalidad, de ese holograma-realidad que ya forma parte del inconsciente colectivo.  Ese nuevo paradigma, se tiene que llevar, no sólo al consciente, sino a la praxis de cada minuto, cada segundo de nuestro saber hacer.  Tenemos que, por así decirlo, liberar a la humanidad a través de nuestra propia muerte-nacimiento.  Tenemos que deshacernos del Gran Miedo para encontrar el medio (mismas letras, distinto emplazamiento), la herramienta que nos llevará hacia la grandeza de nuestra herencia, y que sólo se puede cobrar muriendo serenos, muriendo en paz.

Como hemos oído una y otra vez, pero que nos resistimos hacer nuestro, somos polvo de estrellas.  Y aunque esto suene altamente poético no se queda allí, estamos compuestos de las mismas partículas que forman las estrellas.  Somos indestructibles porque somos energía y aunque nuestros cuerpos nos digan todo lo contrario, no somos trozos de una fragmentación colectiva, existiendo separados y muriendo como creemos a veces, solos.  No somos esa ilusión o engaño...  Esa trampa que nos tiene encadenados al miedo, es eso – pura Maya, una mentira o creencia caduca, que nos hace aún más presos de nuestro cuerpo.

Tememos en unísono y morimos aparentemente, solos.  Pero, cada vez que alguno de nosotros suelta el miedo y se desapega de la tragedia, todos nos liberamos un poco más de la generalizada alucinación, de que somos mortales.

Empezamos a conquistar nuestra inmortalidad a través de la transformación del Gran Miedo, pero aún la mayoría lo estamos acelerando inconscientemente, a través de cualquiera de las múltiples enfermedades modernas, muchas de las cuales se propagan y dan la vuelta al mundo, más rápidamente que la posibilidad de aislarlas.

Por otra parte, nuestros cuerpos están ganando longevidad parcial, como respuesta suprema a la mortalidad.  Nos negamos a morir en el aquí y ahora, a nuestra juventud caduca, y repelemos la vejez como si se tratara del fracaso mayor, alejando así nuestra propia sabiduría y desperdiciando uno de los caminos iniciáticos más naturales.

El miedo es y ha sido siempre la puerta que proporciona más oportunidades, más recursos y más territorio de superación, porque puede ser transformado en medio, en instrumento útil, en puente que lleva más allá, de donde se había llegado antes.

¿Cómo entonces encontrar el medio de la muerte?  Pregunta importante, aunque altamente descuidada, ya que en el fondo, dar la espalda a los grandes interrogantes, ha sido siempre la autopista que hemos tomado desde el exilio del paraíso, cuando aparentemente, no pudimos enfrentarnos a nuestro error, para transformarlo, con ese acto de consciencia que nos hubiese redimido.  Pero encontrar la utilidad de la muerte, sólo se puede conseguir cuando se integra y acepta por lo que es: un latido constante e irrevocable de vida.  La muerte es el gran medio y está en el corazón de lo inmediato.  Y cada vez que nos negamos a morir, cada vez que nos aferramos a no perder el sol que se pone, a no perder ese momento de risa espontánea, a no perder el disfrute pasajero de una gota de vida, escurriéndose para no crear un charco estancado, nos atiborramos, nos petrificamos y dejamos de marchar hacia ese potencial de perfección que somos.  La perfección no es estanca, la perfección se reconoce y sigue su desarrollo:  a más reconocimiento, más consciencia.

¿Qué, os debéis de estar preguntando, tiene esto que ver con duelo?  Todo.  Vivimos el duelo de 1000 maneras, aún rodeados de nuestros seres queridos, porque no queremos aceptar la muerte.  Si reconocemos este hecho inevitable, el único seguro que tenemos, si lo aceptamos amándolo, transformaremos el definitivo apagón en claridad eterna.

Entonces transformaremos esta carrera a contrarreloj, en un paseo por el ritmo de la propia vitalidad que recorre los millones de átomos que somos, formando universos interminables que nacen y mueren, y renacen en una sucesión de manifestaciones vitales, de esa sinfonía universal sin fin.  Y no me refiero sólo a la grandeza del cosmos, sino a la magnitud de los mundos internos, con todas sus constelaciones renovándose constantemente, para mantenernos en el camino de nuestro propio proyecto cósmico.

La auténtica vida no es esta, es toda vida, la verdadera manifestación no soy yo, somos todos.

No morimos solos, en ese gran acto de vida, jamás estamos aislados, pero estamos haciendo todo lo posible para vivir solos.  Y así cuando esa persona que queríamos y queremos tanto, quizá ahora más que nunca, nos deja, esa soledad, ese vacío que ya se instaló en nuestro corazón el día que temimos doler y empezamos a huir de la muerte, se hace realidad.

Si la vejez es un camino iniciático natural, y para mí lo es, con todas las pruebas a la altura de la hazaña mayor, el duelo también, aunque mayoritariamente se considere falsamente antinatural.  Sea lo que sea, es una iniciación con todos los elementos necesarios para que podamos dar ese salto cuántico, consciente o despistadamente, y que es el resultado real de haber vivido todas las pruebas “humanas” e “inhumanas” que supone el periodo después de la pérdida de lo que más se quiere.

Cuando consideramos, que nuestra evolución no tiene que pasar por una larga lista de territorios prohibidos, en los cuales se encuentran nuestra muerte y la de nuestros seres queridos, damos la espalda a la misma vida.  Y cuando sucede lo temido, nos coge totalmente desprevenidos y sin saber qué hacer ni cómo reaccionar y menos aún, actuar.

La muerte de lo que más queremos, nos golpea con la realidad de un final contundente y doloroso y precipita nuestra muerte.  Todo lo que éramos deja de ser y todo lo que íbamos a ser desaparece.  De pronto nos enfrentamos, no sólo a una sino dos muertes.  La de la persona que se ha ido y la nuestra propia, al perder todo lo que éramos e íbamos a ser.  Y esta última, la nuestra, con todo lo que significa, será la más difícil de superar, porque jamás habíamos vivido, esas otras muertes constantes y continuadas que han sido y que son nuestra vida aquí.

El camino del duelo es un verdadero camino de héroes, ya que la proeza de rescatarnos de la desaparición de todo lo que importaba, de todas las posibilidades que significaba esa persona en nuestra vida, sólo está a la altura del más valiente.

El vacío que queda, se va a vivir mayoritariamente, sólo desde los cuerpos físico, emocional y mental ya que la fuerza o valor del cuerpo espiritual, desaparecerá proporcionalmente a nuestra superficialidad trascendental.

Muy pocas creencias van a sobrevivir a semejante acontecimiento.  Sólo aquellas, cuya magnitud sobrepasa el hecho en sí de la pérdida.  Pero incluso en estos casos, raros pero reales, el vacío físico vivido como un auténtico síndrome de abstinencia, va a llevar a un desmonte inicial, hasta que pueda ser transformado.

Las etapas se suceden y desde el estado de shock inicial, que nos planta en medio de un enorme desierto alienante, hasta el gran momento de renacimiento, al que se llega cuando hemos podido estrechar los límites de la arena abrasante, a través de la expresión del dolor, de llorar y rabiar y transformar las mil y una culpabilidades, nos damos cuenta del papel que el amor ha representado en todo nuestro recorrido por el sufrimiento:  amor a ese ser que de repente vuelve a estar con nosotros y que jamás podremos perder ya; amor a nuestros seres queridos, que nos han esperado más allá del espacio que habíamos interpuesto entre ellos y nosotros; y amor a la vida, que no nos deja de llamar desde la propia dinámica vital de nuestro futuro.

La clave es definitivamente amor y si hay algo que queda muy claro, además de la necesidad de reconciliarnos con la muerte, es que el camino de duelo, es un camino de amor y sus viajantes expertos.  Amor que en un principio, parece habernos sido arrancado, pero una vez superado el sufrimiento del vacío y la pérdida, cuando la ausencia física se convierte en presencia profunda, ese amor nos es devuelto con creces.  Y sólo entonces tenemos la gran certeza de que ya nunca más, perderemos a nuestro ser querido.

Vivimos por amor, existimos por amor, porque en realidad somos amor.  Hemos podido conocer su grandeza y nos hemos enterado, de que sólo amando tenemos un alcance infinito.  También, hemos experimentado cómo el amor une y nos acerca a nuestros seres queridos que ya no están aquí, de una forma aún más profunda que si estuvieran.

Y hemos podido comprobar cómo el amor eleva, abriendo espacios interiores y dejando que se dé la magia del encuentro.  No sólo con ese ser que ya no está aquí, sino con todos los seres cercanos que aún nos acompañan, en este viaje de vida y muerte.

Cuando perdemos físicamente, nos damos cuenta que en realidad somos mucho más de lo que podemos percibir con los cinco sentidos.  Esto lo intuimos todos desde nuestra más sagrada verdad.  Somos energía y somos indestructibles y aunque nuestro cuerpo físico no lo sea, lo más importante nuestro sigue, no sólo existiendo, sino creciendo, evolucionando, amando y tendiendo puentes donde aparentemente existe vacío.

El Amor, son los puentes infinitos que creamos desde nuestra esencia, hacia nuestros seres queridos, aquí y más allá de la captación física.  Menos mal, ya que esto indica que estamos más unidos, que las simples distancias o cambios de dimensión.  Y este hecho es una de las grandes verdades que nos nutren.

Demos pues su debido lugar en el duelo al amor, que junto con la muerte, es el gran impulsor de nueva vida y renacimiento.  Reconozcamos con nuestra mente, lo que nuestro corazón ha sentido y vivido siempre, porque sólo así podremos abrir de par en par, el camino universal de la superación y Vida con mayúsculas, sólo así podremos reconocernos en el latido de vida que existe en el corazón de la Muerte.

(Anji Carmelo)

 

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