Es del todo imprescindible ir más allá de las simples palabras y así vivenciar por nosotros mismos. El hombre inferior simplemente repite, como un loro, siguiendo cierta autoridad. Por esto es necesario obrar a partir de hechos, y no de creencias.
La religión no es el culto a las palabras, no es la proyección de símbolos y el experimentar luego esos símbolos. Religión es vivenciar aquello que se encuentra más allá de la medida de la mente. Pero para vivenciar ese estado, para darse cuenta de su inmensidad, uno debe comprender el proceso de su propio pensar. Viviendo en este mundo infernal de ambiciones, codicia y problemas se quiere experimentar al mismo tiempo lo que está más allá de la mente, llámese Dios, Verdad o como se quiera llamar. Pero es obvio que esto no es posible. Uno no puede ser ambicioso y, aun así, descubrir qué es Dios o la Verdad. Ambas cosas son incompatibles, contradictorias. Pero es lo que la mayoría trata de hacer. Somos ambiciosos, envidiosos, nos dejamos llevar por impulsos primitivos, y al mismo tiempo soñamos con descubrir a Dios, el amor, la belleza, un estado intemporal...
Una mente agitada por la envidia, que vive dentro del campo de la ambición, de la codicia, no puede comprender algo que es completamente quieto y que tiene un movimiento propio en esa quietud. Tampoco sabemos que significa encontrar a Dios, porque no sabemos qué significa eso, aunque hayamos leído innumerables libros. Porque todos los libros son sólo palabras que carecen de realidad para quienes no han experimentado aquello que está más allá de la mente.
No podemos encontrar a Dios, a la Verdad, porque una mente estúpida y mezquina no puede encontrar lo inconmensurable. Si se es inteligente y se da cuenta de este hecho, uno ve que debe comenzar por comprender lo que uno realmente es. Un ser humano se muestra honesto cuando declara que no sabe si existe o no una posible realidad, pero considera que debe descubrirlo. Y para descubrirlo su mente debe estar libre de la ambición y de la envidia, porque ambas son un movimiento de agitación. Sólo un ser humano así, honesto, es capaz de realizar una verdadera investigación.
Pero no se trata de "investigar la realidad", sino de descubrir si viviendo en este mundo puedo estar libre de la ambición y de los dictados del ego. El ego, la ambición, es el estado de la mente que exige más y más todo el tiempo. Y el exigir el "más" es la actividad de una mente centrada en sí misma, de una mente egocéntrica.
El deseo de ser diferente, de ser más, la persecución del más, ese ansia, tanto interna como externamente, todo ese movimiento se basa en la ambición. La mente se halla retenida en este movimiento de la ambición, y con una mente así uno no puede descubrir lo real. Para descubrir lo real nuestra mente debe estar por completo libre de la ambición, no puede haber requerimiento alguno del más ni consciente ni de forma inconsciente. Pero, por poco que se observe, nuestra mente siempre está persiguiendo el más.
Ayer uno tuvo cierta experiencia y desea más de ella hoy, o siendo ambicioso uno desea no ser ambicioso, etc. Estas son todas actividades de una mente que se sólo se interesa por sí misma. Comprender todo el proceso de la mente es lo que importa, no saber si existe o no existe Dios. Nos interesa todo, cualquier cosa que nos aleje de esta cuestión central. Pero no podemos contribuir a crear un mundo distinto hasta que uno mismo, como individuo, no se haya transformado fundamentalmente. Ver que uno debe comenzar consigo mismo es comprender una verdad inmensa -que casi todos pasan por alto. Esta transformación explosiva tiene lugar cuando toda la energía de uno se concentra para resolver el problema fundamental de la ambición. El deseo de tener la capacidad de liberarse de la ambición es un movimiento egoísta de la mente.
(de
http://www.proyectopv.org)
Es imprescindible conocer el motivo por el que uno investiga la ambición, pues si no es el adecuado, si no se investiga con humildad, perpetuaremos el mundo monstruoso que hoy tenemos. Uno debe darse cuenta de que no tiene esa capacidad para liberarse del deseo de más, por ello debe decidir que "averiguará", lo que implica que hay humildad desde el principio mismo. Y en el momento en el que uno es humilde, tiene la capacidad de liberarse de la ambición y del ego. Son quienes quieren lograr dicha capacidad mediante métodos y sistemas los que han originado este mundo terrible y engañoso.
Una mente humilde y sencilla tiene una capacidad inmensa para la investigación, ella dice "no sé, averiguaré", lo que significa que el averiguar jamás es un proceso de acumulación. La capacidad de ver y de investigar llega por sí misma, no es algo que "uno" haya adquirido. Una mente que dice "no se" y que no desea llegar a ser esto o aquello, ha dejado totalmente de ser ambiciosa. Ese ser humano entra en un estado de seriedad, rectitud y moral que proviene de una sencillez y una humildad y de descubrir, de instante en instante, qué es la verdad. Si un ser humano se da cuenta de su mundo interno y se observa de día en día, de instante en instante, sin condenar ni justificar nada de lo que ve, sin buscar nada, escubrirá que en esa percepción alerta hay una vitalidad extraordinaria, asombrosa, porque cada instante es nuevo. Sólo entonces, que es morir a cada instante, la mente es capaz de descubrir. Es imprescindible que dentro de uno mismo tengamos el sentimiento de seriedad, que seamos profundamente serios, sin objeto alguno que nos induzca a ser serios, que vivamos en ese estado en el que la mente aborda cada situación, por alegre, dichosa o excitante que sea, con un propósito serio.
La humanidad y el ser humano necesitan hacer surgir ese estado explosivo, el cual constituye la verdadera revolución en el sentido religioso y social de la palabra, porque sólo cuando la mente es explosiva tiene la capacidad de descubrir o crear algo original, nuevo.