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 DE LA AUTOESTIMA AL EGOÍSMO (segunda parte)



Junio 08, 2012, 05:16:41 am
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DE LA AUTOESTIMA AL EGOÍSMO (segunda parte)
« en: Junio 08, 2012, 05:16:41 am »
“La emoción es la mitad del proceso; la otra mitad es lo que uno hace con esa emoción”


La emoción, en el mejor de los casos, siempre finaliza en acción y, si no lo hace, se cambia a inquietud. La ansiedad, nacida de la duda y de la indecisión, es siempre vivida con una gran insatisfacción.
La motivación es, como su nombre lo indica, “el motivo de la acción”, y en nuestro esquema es parte de la emoción.
Lo que conocemos con el nombre de miedo no es más que esta combinación de duda, ansiedad, indecisión y parálisis. Pero no siempre, claro, la depresión aparece a través  de este mecanismo. Por ejemplo, si yo atravieso por un momento de dudas e inquietudes, la indecisión y la ansiedad no tardarán en aparecer. Pero si caigo en la parálisis y la angustia, y me quedo mucho tiempo detenido en ese estado, en vez de aterrizar en el miedo, aterrizo en la depresión.
No confundas depresión con tristeza, porque son dos cosas diferentes. Cuando estoy verdaderamente deprimido no siento; no tengo grandes sensaciones ni registro sentimientos demasiado profundos. En la depresión, dejo de tener registro del estímulo, dejo de tener vivencia de la emoción. La depresión es como un cambio a una situación diferente, que el organismo intenta para salirse de una situación que cree insoportable e insoluble. Pero se termina cayendo en una situación tanto o más terrible que la anterior.
Muchas veces se trata de personas que durante años han vivido al servicio de un modelo que no es el elegido sino uno impuesto por su entorno, y que debieron para ello reprimir duramente sus emociones y desactivar sus reacciones más auténticas. Esto no es gratuito, energéticamente hablando y termina, si no se lo modifica a tiempo, en un estado de agotamiento tal, que puede acabar en una depresión.
La persona triste está hiperemotiva, tiene aumentada su sensibilidad, le pasan muchas cosas aunque todas le parezcan displacenteras; la persona deprimida en cambio, tiene disminuida su capacidad de emocionarse, pareciera que no le pasa nada. La depresión nos acerca mucho y al peligroso estado de la verdadera indiferencia. Alguien profundamente deprimido podría dejarse morir y le daría exactamente igual. Una tristeza muy profunda, sostenida durante un tiempo prolongado o mal elaborada (como la pérdida de un ser querido) puede frecuentemente, por sobrestimulación, terminar en una depresión profunda.

“El miedo se vence actuando y no hay otro camino”

Cuando nos decidimos a actuar, puede ser que nos asustemos ante la idea de lo que vamos a hacer, pero ya no vamos a tener miedo. Es imprescindible tomar una decisión para salirse del miedo.

Es más fácil para el cuerpo utilizar un viejo síntoma para expresar algo distinto que fabricarse un síntoma nuevo, de la misma forma que es más sencillo el error de leer un fenómeno según parámetros conocidos que cambiar mis prejuicios.

“El único antídoto que hay para no tenerle miedo a la muerte es conectarse con la acción de estar vivo”.

Cada vez que percibas tu miedo a la muerte, sería bueno que te preguntaras qué es lo que todavía no hiciste, qué tenés miedo de dejar sin hacer, y después de darte cuenta, inmediatamente después, hacer lo que tenés pendiente.

“Cuando en un ser vivo se detiene el crecimiento empieza el envejecimiento”

Nosotros podemos crecer a nivel psicológico, a nivel espiritual, a nivel intelectual indefinidamente. No hay ningún límite. La llave de la juventud es el crecimiento, seguir creciendo eternamente, buscar nuevas cosas, investigar, tener proyectos, planes, deseos.

Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que cierta noche iba caminando por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y súbitamente lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces le dice:
“¿Qué estás haciendo Guno, vos que sos ciego, con una lámpara en la mano? Si vos no ves…”
Entonces el ciego le responde: “No estoy llevando la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino al verme a mi.”

Recordá siempre que si hay miedo, es que hay algo que no estoy haciendo, algo que no me estoy atreviendo a hacer, algo que no estoy queriendo saber o no estoy pudiendo decidir.

“Si tenés miedo, hacelo igual”


CULPA

La culpa es un concepto mayor que el de responsabilidad, por lo menos en términos culturales. Ese plus que tiene la culpa reside en la idea de que uno podría haber hecho otra cosa y, sin embargo, hizo justamente eso que, agrego, involucra el daño a alguien. Pero lo aclaro, si sincera y objetivamente no puedo evitarlo, entonces no debería haber culpa, aunque se mantenga intacta la responsabilidad.
La culpa es ese sentimiento displacentero de autoacusación, el dedo con el que me apunto porque hay otro que padece a partir de algo que yo estoy haciendo, hice o dejé de hacer. De hecho, se empieza a hacer más complejo. Es un sentimiento que me ocasiono ante un sufrimiento que en realidad yo imagino que el otro tiene, o bien que yo sentiría si estuviera en esa situación. Al sentirnos culpables nos identificamos con la utópica acusación de aquel que sufre, aunque no la haga nunca.
Detrás de la culpa siempre está tu propia manera de exigir. Las exigencias del otro pueden estar o no; es más, si están, solo te producen esa sensación si se identifican con las tuyas. La culpa está en relación con tus propias exigencias; las que te exigís a vos mismo y las cosas que le exigirías al otro si cambiaran los papeles.
Lo que te estoy diciendo es que desconfíes de los pobres llorosos que sufren la eterna tortura de la culpa, porque en muchos de ellos hay un exigente encubierto. Porque está proyectando sus exigencias en el afuera y se siente culpable ante esas mismas cosas que él proyecta.
Toda violencia es el resultado de la impotencia. Pero en general, cuando alguien se siente exigido, la respuesta primordial que aparece es la bronca. A todos nos da bronca sentirnos exigidos.

Vamos a redefinir la culpa más precisamente: La culpa es la retroflexión (mecanismo por el cual me hago a mi mismo lo que en realidad quiero hacerle a otro) de una agresión sentida frente a una exigencia muchas veces imaginaria. La culpa empieza y termina en uno, pero no como autoexigencia, sino como autorreflexión.
La indiferencia es sólo una excusa tibia de los que no nos permitimos conectarnos con nuestra agresividad ni siquiera para defendernos.
Desde esta perspectiva que te explico, la culpa no es más que una forma sofisticada de canalizar agresión. Es una despiadada autoagresión producto de un resentimiento no actuado para con esa persona.

Si frente a un pedido del otro yo siento que no puedo elegir, que no tengo el derecho a decir que no, si siento como si el otro ya hubiera decidido por mi, ese pedido es una exigencia aunque venga anticipado de palabras dulces y de formas muy elegantes. Esta carga, la de la expectativa del otro, me conecta con la desagradable vivencia de no poder elegir. No hace falta que el otro me grite enojado para que sea una exigencia. Puede ser que alguien me diga en voz muy suave: “Jorgito, vos que sos tan bueno, ¿podés venir a mi casa esta noche a prepararme un cafecito? Porque yo no tengo a nadie, sabés…”
¿Cómo le digo que no? Y si termina diciéndome: “Porque parece que a nadie le importa los que están solos en la vida…” Ya está sembrada la semilla de la culpa.

En la medida en que cada uno de nosotros deje de pensar que el otro debe aceptar mi propuesta, debe acceder a mi pedido, debe cumplir con la palabra dada, debe considerar privilegiadamente mi deseo… va a dejar de colocar la exigencia en el afuera, y por lo tanto, va a dejar de sentirse culpable. Aquellas personas que dicen que no sienten culpa, quizás es porque tal vez son muy poco exigentes. Y si vos no sos exigente, probablemente no sientas culpa.

En el terreno de los sentimientos, nadie puede hacerme sentir nada, absolutamente nada. Nadie puede hacerme sentir culpa, amor, odio ni nada. Esas sensaciones y sentimientos son míos, no del otro. Nadie te puede hacer sentir nada y no sos capaz de hacer sentir nada a nadie, no sos tan poderosa. Hay que asumir humildemente que no soy capaz de hacer sentir bien a nadie y que nadie es capaz de hacerme sentir nada a mí. No digo que vos no puedas enamorarte, digo que nadie puede hacer que te enamores. Por ejemplo, yo estoy junto a mi mujer y me siento feliz, a su lado me siento contento, me excito, me enojo, etc. Pero soy yo; yo siento con ella, no es que ella me haga sentir. Y a veces ocurre, afortunadamente, ella también siente. Y lo siente ella conmigo, no es que yo la haga sentir. Creer que yo soy capaz de hacerle sentir al otro es una cuestión de poder.

Es necesario para nuestra salud y desarrollo que nos demos cuenta de que nosotros no tenemos ninguna obligación de responder linealmente a las exigencias de nadie, que ni siquiera tenemos derecho a esperar que el otro cumpla con todas muestras expectativas.

“Yo soy yo y vos sos vos, yo no estoy en este mundo para llenar tus expectativas y vos no estás en el mundo para llenar todas las mías, porque vos sos vos y yo soy yo.”

La idea que te fue inculcada es que deberías pensar en el otro antes que en vos mismo, porque si no sos egoísta. Y entonces, cuando pienso en mí, en mis deseos y en mis prioridades, me siento culpable, porque en ese sólo hecho estoy contrariando pautas de generaciones y generaciones de ancestros que formaron esta cultura. Esta es nuestra educación. Y no estoy diciendo que esté de acuerdo, estoy diciendo que esto es lo que sucede.
Estoy convencido de que hay que enseñar a nuestros hijos a aprender el placer de ayudar, pero sólo a nuestros jóvenes. Como adultos podríamos desembarazarnos de esa pesada mochila y empezar a elegir libremente nuestras acciones sin sentirnos culpables sólo porque algunas veces elegimos en función de nuestro propio placer. Sólo a partir de romper con el modelo de la educación que cada uno ha recibido se empieza a ser capaz de elegir la propia conducta; y sólo a partir de eso es posible dejar de sentirse culpable. Nosotros nos sentimos culpables cada vez que hacemos algo que se supone que no debemos hacer, pero como también se supone que no debemos dedicar nuestro tiempo y dinero al placer, entonces está claro que nuestras pautas educativas estén puestas al servicio de que no podamos disfrutar.

“El verdadero solidario, el que de verdad ayuda a otros, es alguien que es capaz de ayudar, pero no porque se siente culpable, sino porque siente placer al ayudar”.

La ayuda tampoco enaltece cuando se brinda desde la culpa, porque aparece como un acto casi mezquino. Ojalá cada uno de nosotros pudiera dar lo que quiere dar, pero que no sea para solucionar la culpa. Ojalá cada uno pudiera soportar ser lo solidario que es o ser lo mala persona que es, pero ser cada uno lo que verdaderamente es. En definitiva, éste es el desafío de ser un adulto.

La compasión es la virtud de sentir el dolor ajeno en sintonía con él, apenarme por tu dolor sin sentir culpa.

La lástima es el sentimiento de los soberbios, de los que se sienten por encima de los demás. Prima hermana del desprecio, es casi lo peor que se puede sentir por alguien.

“La culpa es un bozal que les cabe sólo a los que no muerden”

Hay que dejar que salgan las emociones.
Hay que sacarlas hacia donde van dirigidas.
No hay que reprimir, ni tragarse las cosas.
No hay que retroflexionar, ni las buenas ni las malas, ni las positivas ni las destructivas, ni las mejores ni las peores.
No hay que vivir regalando compulsivamente cosas cuando en realidad necesito que alguien me regale alguna vez algo a mí.
No hay que vivir enojándome conmigo para no enojarme con aquellos que me colman de sus expectativas.
Hay que asumir la total responsabilidad de todo lo que hacemos, de todo lo que decimos y de todo lo que decidimos no hacer y no decir.
Si lo hacemos así, no habrá más necesidad ni motivo para sentirse culpable.
Y sin culpas, la vida será mucho, pero mucho más placentera.

(Jorge Bucay)

 

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