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 DE LA AUTOESTIMA AL EGOÍSMO (primera parte)



Junio 08, 2012, 05:17:41 am
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DE LA AUTOESTIMA AL EGOÍSMO (primera parte)
« en: Junio 08, 2012, 05:17:41 am »
DE LA AUTOESTIMA AL EGOÍSMO
(Jorge Bucay)


Una buena autoestima es una buena capacidad de evaluarse a sí mismo y de encontrar las cosas valiosas de uno. Es ser capaz de valorarse adecuadamente; saber sin avergonzarme que hay aspectos en los que tengo ciertas capacidades y saber sin avergonzarme tampoco que hay otros en los que no las tengo. Cuidado con escudarme en “mis incapacidades” para justificar mi flojera o utilizarla como una excusa para que otros hagan para mí lo que no quiero hacer yo por mí.

El problema de la baja autoestima se hace evidente cuando lo vemos desde este ángulo… cuando sólo nos evaluamos desde la óptica de los otros.

Más pronto o más tarde me doy cuenta de que, por mucho que me empeñe, no consigo ser el YO IDEAL. Tomo consciencia de que no puedo ser tal como me enseñaron o me dicen que “debería”. Y entonces me frustro. Me siento un fracasado. De ahí, la auto-exigencia, sumada al esfuerzo en vano más la continua frustración del fracaso, terminan por agotar mi deseo, mi energía y mi voluntad de hacer. Esto lleva a una depresión o a una brutal caída de la autoestima.

Si cancelo la idea de que debo ser de una manera determinada, sólo queda el YO REAL. Y si no hay con qué comparar, no existe la conciencia del supuesto déficit, no hay necesidad de auto-exigencia ni motivo de reproches. No habrá que esforzarse en ser lo que no se es ni frustración por no conseguirlo. Liberados de los mecanismos de auto-tortura, la autoestima florece.
¿Y qué se hace con la gente que nos dice todo el tiempo cómo deberíamos ser?
El problema no es qué hacemos con esas personas, el punto es qué hacemos nosotros, frente a sus reclamos.
Si, claro… pero igual me preocupa qué hacer con ellos…
¿Por qué no dejarlos ser? Después de todo, ellos también tienen, por lo dicho, todo el derecho de ser como son: pesados, autoritarios, reiterativos, perfeccionistas y hasta paranoicos. Y vos tenés, por supuesto, el derecho de escucharlos, tolerarlos, desobedecerlos, ignorarlos, echarlos o abandonarlos.

El valor que tenemos por el solo hecho de ser quienes somos es el tipo de valor que tenemos que empezar por tener en cuenta. Es decir, en el comienzo de todo proceso por ser una persona que se sabe valiosa está el descubrimiento de la importancia de correr el riesgo implícito en ser auténticos. Saber que uno es valioso por el hecho concreto de ser quien uno es, y eso sólo sucede si tomo la decisión de ser verdadero todo el tiempo y en cualquier situación. Muchas veces, no ser como los otros esperan que uno sea es lo mejor que podría estar pasando.

No hay que ser de ninguna manera determinada para ser valioso. Para serlo verdaderamente, lo primero es ser exacta y exclusivamente como soy.

Autónomo define a una persona capaz de fijar sus propias normas. Son aquellos que deciden por sí mismos qué es bueno y qué es malo, qué es correcto y qué no lo es, revisando lo hecho o lo sucedido a la luz de su propia escala de valores.

Poner límites es una suma de dos acepciones; una combinación de la decisión de darse a uno mismo un lugar y la de establecer desde ahí una relación con los demás. Debo defender que hay lugares reales que son privados (mi cuarto, mi correspondencia, mis bolsillos) y lugares virtuales que me pertenecen en exclusiva (mi historia, mi vida, mis emociones, mis ideologías, mis proyectos, mi fe). Son mis espacios y yo puedo compartirlos, pero sólo con quién quiero y cuando quiera.

Saber poner límites es algo que adquiere importancia precisamente con las personas que más queremos, y con quienes convivimos; pues son los que podrían caer en la intrusión, a veces sin darse cuenta y otras conscientes de lo que hacen, creyendo que “es por mi bien”.

No hay nada más cercano al amor que el respeto mutuo por los espacios privados.

Para que mi autoestima esté preservada, hace falta que yo me sienta orgulloso de ser quien soy, que me sienta verdaderamente contento y conforme conmigo. Entendiendo que soy una sola cosa, suma y combinación de capacidades e incapacidades.

Una parte imprescindible de la autoestima es vivir sabiéndose tan digno de recibir como para permitirse aceptar de la vida todo lo nutritivo que ésta nos concede. Autoestima significa también asumirnos merecedores plenos de todo lo bueno que nos sucede, aceptar de buen grado los regalos, los halagos, las caricias, la presencia y, sobre todo, el reconocimiento de quienes nos rodean.

Tener una buena autoestima significa ser verdaderamente quien soy, autónomo, capaz de poner límites, orgulloso de ser quien soy y absolutamente abierto a recibir del universo lo que me he ganado.

Hay dos mecanismos por los cuales se enseña la autoestima a los hijos. Uno, el clásico, que nuestros padres nos hayan sabido y podido aportar aquella atención y cuidados que enumeramos a partir de la palabra VALOR (ser Verdadero, Autónomo, Limitante, Orgulloso y Receptivo). Y el otro, depende del nivel de propia autoestima que los padres demuestran tener, aprendida por imitación y que solo se recibe si se percibe que los padres tienen por sí mismos y por la familia que han construido, una importante valoración. Está más que claro que el 75% de nuestra comunicación es no verbal y que por esta y otras razones nuestros hijos aprenden más de lo que nos ven hacer que de lo que nos escuchan decir. Si hemos trasladado la capacidad emotiva de amar, cuidar y sostener a nuestros padres, hemos estado enseñando a nuestros hijos esa capacidad, hemos trasladado ese aprendizaje.

Sólo el que se siente valioso puede transmitir con claridad a su descendencia lo que significa sentirse valioso.

Sentirme orgulloso de ser como soy no es soberbia. Soberbio es el que cree que por ser así, soy más que vos, más que alguno.

La idea de valor y de orgullo personal tiene que ver con la satisfacción de ser como uno es, con el propio amor, no con el amor propio.

Pensar que para ser valioso se necesita llegar a determinado lugar, reunir equis cantidad de dinero, ser la pareja de tal persona, tener tal número de hijos y vivir en este o aquél lugar, es una idea equivocada. Lo único que verdaderamente tienes es aquello que no puedes perder en un naufragio.

Egoísmo, desde el punto de vista etimológico, significa un amor por el yo que hace que determinada persona se prefiera por encima de las demás. Esto requiere un amor, quizás muy grande por uno mismo. ¿Y por qué sería malo esto? ¿Por qué sería malo quererme muchísimo a mí mismo? Hay quienes piensan que si uno se quiere mucho a sí mismo no tiene espacio para querer a otros. Y cuando oigo decir algo así me es muy útil porque me sirve para argumentar todo lo contrario. ¿Qué es nuestra capacidad de amar? ¿Algo que se contiene en un barril? No es por quererse mucho  a sí mismo que alguien no quiere a los demás. En todo caso, el problema es averiguar por qué esa persona carece de sentimientos para con los otros. El amor hacia el otro proviene de la propia capacidad de amar, que comienza por amarse a sí mismo. Y egoísta, es aquella persona que se prefiere a sí misma antes que a los demás.

A mi juicio, cada persona debería transitar mejor el espacio de la autoestima y el egoísmo, que implica preferirse por encima de los otros. En efecto, altruismo, es preferir al otro antes que a mí. Quizás sería maravilloso, pero si fuera permanente lo consideraría enfermizo. Sobre todo porque no es necesario ser altruista para ser solidario, por lo menos cuando uno es un adulto sano.

Cuando uno hace algo por alguien, también debería agradecer el haberle permitido ayudar. Es decir, que también es uno el que disfruta sintiendo el placer de haber ayudado a alguien. En este proceso donde uno ayuda a otro, los dos ganan. El amor, tal como yo lo entiendo, no consiste en vivir sacrificadamente, sino precisamente todo lo contrario. La única ayuda que no genera deuda es la ayuda dada por el placer de ayudar.

Egocentrismo es sentirse el centro del mundo. Y en verdad, tampoco considero que esto sea malo. Porque uno es el centro del mundo, de SU mundo. Cada uno de nosotros es el centro del mundo en el que vive, y todas las cosas que pasan alrededor de uno pasan necesariamente por uno.
Egolatría es otra cosa. Es creer que uno es el centro del mundo de los demás o de la vida del otro. Y eso es lo complicado.

El sentido del amor no se mide solamente en nuestra capacidad de inmolarnos en sacrificios por el otro, sino también y sobre todo en la disposición a disfrutar de su sola existencia. Si te amo, lo mejor que puedo hacer es trabajar para construir la manera en que los dos vivamos juntos el mayor de los placeres: el encuentro. Un encuentro donde vos sepas que estoy a tu lado porque me quiero y me prefiero; y donde yo sepa que estás junto a mí porque, haciendo uso de tus mejores egoísmos, me elegís a mí para estar con vos.

MIEDOS

Hay tres conductas estereotipadas de la neurosis que son emblemáticas: el mal humor, la queja y el miedo. Todos sabemos que sin ser quienes somos no podremos nunca ser felices. Sabemos que la falta de autenticidad nos ocasiona sufrimiento.

¿Qué es lo que nos impide ser verdaderamente quienes somos? Y la respuesta es, básicamente, el miedo. Y cerca de él algunos hábitos que hemos adquirido, como consecuencia de haber quedado anclados en algún miedo, propio o ajeno. El trabajo personal con los condicionamientos internos desempeña un papel preferente a la hora de luchar por la autenticidad, que es la pelea por ser, cada vez más, uno mismo.

En principio, eso que llamamos miedo incluye muchas cosas: Miedo, susto, temor, fobia, terror, pánico, espanto y pavor. La imaginación alimenta el miedo, como la percepción alimenta al susto.
El famoso estrés es fundamentalmente un estado de agotamiento completo de los sistemas de adaptación y del manejo del peligro, en el que el cuerpo ya no puede responder con señales de alerta y el individuo se desmorona. La sensación es de derrumbe, la persona siente que no puede hacer nada más, que no tiene fuerzas para seguir adelante y se desliza hasta un estado de postración psíquica y física del cual es muy lento y penoso el regreso.

Para resolver el miedo, hay que enfrentarlo. Uno tiene que someterse para transformarlo en susto; esto es, llevarlo hacia la salud. Una vez que un miedo se transforma en susto, entonces uno lo puede dominar y vencer. Hay cosas que podemos hacer con los miedos, y la primera es diferenciarlos, clasificarlos, hacerlos objeto de nuestro estudio. Recordar, para empezar, que una cosa es asustarme de un tigre y otra asustarme de la foto del tigre. El miedo conlleva una sucesión de pensamientos (comienza pensando en una cosa y lleva a la otra y así sucesivamente), hasta que llega al punto de desesperación. Por el contrario, el susto es como un reflejo, una respuesta frente a un estímulo. El miedo se genera a raíz de una situación de peligro inventada por el pensamiento. Es el reflejo de la idea del desagrado que me produce imaginarme algo que podría llegar a pasar, y yo no lo deseo; sea esto real o imaginario. Surge a partir de suponer con todo criterio que si le pasa a otro también me puede pasar a mí.
El susto es una respuesta natural. Ahora bien, cuando el susto evoluciona aparece el miedo, que ya no es una respuesta instintiva sino intelectual.
Por eso es una barbaridad decirle a nuestros hijos “Tené cuidado”. Porque “tené cuidado” es “tené miedo”, “el mundo es peligroso” o “hacete cargo de que no te pase nada”. Y sobre todo porque implica un lúgubre mensaje: “Cuidate porque yo no podría vivir si algo te ocurriera”. Hay que enseñar a los hijos que el hecho de cuidarse es de ellos y para ellos.
Uno no puede actuar desde sus propios miedos y desde el amor hacia el otro a la vez, porque el peso de los propios miedos anula la actitud amorosa, y además, porque la persona que me ama quiere que disfrute, no que me cuide, sobre todo si no cree que soy un tonto sin remedio. El que te dice “disfrutá” te está diciendo: “El mundo es un lugar de goce” Me parece que es una mejor forma de amar.



 

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