PREPARA TU CORAZÓN
(Carlos Rodríguez)
Una vez le pregunté a un señor:
_ ¿Cuándo fue la última vez que le dijiste a tu esposa “te quiero”?
_ ¡¿A quién?!
_Me contestó extrañado.
_A tu esposa…
_ ¡¿A mi esposa?!
_Sí... ¿ella te dice cosas bonitas?
_No me hagas reír.
Estamos acostumbrados a recibir y a dar castigos más que caricias, al maltrato más que al buen trato. Cuando vamos a cualquier sitio de atención al público esperamos ser mal servidos, desconfiamos o nos burlamos si nos tratan bien. Una vez alguien comentó de un mesonero: “Ese tipo parece raro”, porque era muy amable, todo un caballero. Es más fácil reclamar que felicitar: “¡Esta sopa te quedó horrible!”, protesta el esposo, pero cuando está deliciosa no dice: “Mi amor, te felicito”… simplemente se la toma. Si le falta un botón a la camisa pone el grito en el cielo y si los tiene completos calla, se viste y se larga. Nuestro corazón está más acostumbrado para recibir críticas o desprecios que para las alabanzas o piropos.
¡Qué tristeza cuando el amor causa extrañeza!
¡Cuantos seres queridos se nos van para siempre y nunca oyeron de nuestros labios un “te quiero”! No somos malos sino descuidados y olvidamos a la gente que queremos. Muchas veces manifestamos amor cuando ya es tarde, cuando muere “el tío Pedro” hacemos lo imposible para asistir a su entierro, y no asistimos al cumpleaños del “tío Juan”.
Un hombre después de unas charlas de reflexión se dio cuenta de que nunca le había expresado amor a su madre. Un día le dijo muy compungido: “Mamá, te quiero mucho” mostrando el mismo afecto a los demás familiares, y luego se retiró. La señora asombrada, asustada y envuelta en llantos gritó: “¡Ay, Dios mío!, ¡qué le pasa a mi hijo! ¡Vino como a despedirse!”, pensó que su hijo se iba a suicidar. Unos días antes este señor había llegado a su casa con una tremenda borrachera encima e insultó a todos, esto les pareció algo normal. ¡Qué tristeza cuando el amor causa extrañeza!
Ante las alabanzas nos achicamos, desaparecemos…
_Pedro, quiero decirte algo…
¿Qué me vas a decir?
Tú eres una bella persona.
_¡¿…?! _Pedro se pone rojo de la vergüenza, le da pena.
_Sí todas las personas fueran como tú…
_Estás exagerando _dijo Pedro sin levantar la cara.
_Siempre te he admirado por tu solvencia moral y…
_No, tú no me conoces bien.
En cambio ante las ofensas o las críticas duras nos envalentonamos…
_ ¡Tú eres un desgraciado!
_ ¡Sí!... ¡¿y qué?! ¡¿Eso es problema tuyo?!
El corazón humano está hecho para dar y recibir amor, no para odiar ni recibir desprecios. Por eso hay que prepararlo, entrenarlo para el bien. Se aprende a nadar moviendo los brazos y las piernas dentro del agua, el amor se logra amando dentro de uno mismo, con acciones, no hay otra forma. El amor que das a los demás debe comenzar en ti, pasar por los otros y volver a ti.
Jesucristo dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39). No dice: “lee a tu prójimo como a tus libros”, ni “piensa de los demás como tú piensas”. Nadie aprende a nadar sólo leyendo ni sólo pensando.
Sé de una persona que se lanzó desde un trampolín a una piscina sin agua, vacía… algunos pretenden amar estando vacíos de amor, aspiran a querer a los demás y se olvidan del “sí mismo”, se lanzan a la vida vacíos de amor. Cuando alguien no se ama a sí mismo, en vez de apreciar, castiga; hace mucho daño… “amando”.
La única forma de que una lámpara alumbre en la oscuridad es que ella misma se ilumine para que todas las cosas adquieran color. Así, el que quiera amar que se encienda de amor, que se ame a sí mismo para que brille. Para esto hay que dejarse querer, hacer algo para que te amen… ser cariñoso, querendón, mimoso.
Amar es como el vuelo hermoso de las aves y ser amado es como el viento que sostiene sus alas desplegadas en ritmos de libertad.
El que no comparte amor es como el pájaro que se remonta ágilmente a las alturas sin dejarnos escuchar su bello canto y esto es egoísmo, y el que no recibe amor es como una fiera que ataca al sentirse herida y se niega a ser salvada, y esto es orgullo, cree bastarse a sí misma. Por eso quien no se ama no puede dar amor… ni recibirlo. Porque el amor es una experiencia interna.
¡Qué bonito es abrazar al ser querido!
¡Qué hermoso es pedir una caricia y recibirla!
Ponemos muchas barreras para el amor: el carácter, la educación recibida, falsas creencias, ideologías, conceptos propios de la vida, formas hirientes de decir las cosas, el modo de tratar a los demás y muchas otras que inventamos.
¿Qué es lo que te impide que ames y seas amado?
Es cuestión de revisarse, aunque mejor no revises nada porque te convertirás en un intelectual del amor… simplemente ama y déjate querer.
Una muchacha dejó al novio porque era muy disipado y tomaba mucho licor. Con el tiempo consiguió otro pretendiente y también terminó con él porque era muy religioso y tachado a la antigua: no le gustaban las discotecas ni las parrandas. Con el tercer novio tampoco continuó porque era sumamente irresponsable y no católico practicante. Yo le aconsejé que se mandara a fabricar un novio a su medida o que siguiera esperando porque el hombre de su vida todavía no había nacido, y aun así estoy seguro que encontraría errores de fábrica. Es como tener una mesa amarilla y querer solamente su color, y lo importante no es el color sino la mesa. La incapacidad de amar con frecuencia se viste de excusas, de autoengaños y de mentiras.
Prepara tu corazón para que te amen, no seas tan antipático, ni pedante, ni caigas mal, no pongas tantas barreras.
La mejor forma de que a uno lo amen es dando amor.
El amor que uno da es el mismo que recibe.
Sé como un fax: envía y recibe.
¡Arriésgate a dejarte querer!
(Autor desconocido)