“COMPRENDER LO QUE SOMOS NOS LIBERA”
Entrevista publicada en la revista
Psicología práctica, nº 136 (agosto 2010)
Psicología Práctica: ¿En qué consiste “vivir lo que somos”?
Enrique Martínez Lozano: En algo tan sencillo de expresar como difícil de realizar: simplemente, dejar ser o dejar fluir lo que ya somos. La dificultad radica en la ignorancia (in-consciencia, en el sentido más radical de la palabra), desconocimiento o ceguera de quienes somos, y en la tendencia a controlar todo mentalmente.
¿Quién (o qué) es el “pequeño yo” ignorante y carenciado que nos sabotea?
Es la identidad o “yo mental” que nuestra mente piensa que somos, y que no es más que el conjunto de pautas o patrones mentales y emocionales, grabados desde nuestra infancia. La ignorancia, de donde nace toda confusión y sufrimiento, consiste en tomar ese “yo mental” como nuestra identidad verdadera. Hemos confundido la realidad con la “película” que pasa nuestra mente.
Si lo analizamos con rigor, ¿qué es el “yo”? Una realidad creada por la mente, alimentada por el pensamiento y sostenida por la memoria; “un relato o puñado de pensamientos y emociones” (E.Tolle), hilvanadas por la memoria, En definitiva, como dijera Einstein, “una ilusión óptica de la conciencia”.
¿En última instancia, qué somos? (Para vivirlo)
Somos, precisamente, aquello que no puede ser observado. Todo lo que observamos no son sino “objetos”, de los que podemos tomar distancia: cuerpo, pensamientos, sentimientos, emociones… Todo ello está en mí, pero no soy yo. Podría establecerse esta ley elemental: No eres nada de aquello que puedes observar, sino “quien” observa (aunque éste es un modo siempre inapropiado de nombrarlo porque, al desaparecer pronto la dualidad, desaparecerá también el “quien” separado). Somos esa Realidad que no puede ser observada ni delimitada, a la que sólo podemos denominar –de un modo inapropiado, porque trasciende la mente- como Conciencia, Presencia, Lo Que Es… Es nuestra Identidad última –transegoica o transpersonal-, “compartida” con todos los seres. Por lo que podemos decir: no somos iguales, pero somos lo mismo. De igual manera –por utilizar una metáfora- que todas las olas y el océano entero no son nunca iguales, pero son todas Agua.
¿Cómo desidentificarnos del ego?
A través de la comprensión de que no somos ese ego, en un “ver” inmediato e intuitivo que es certeza absoluta. Me parece que las personas no cambiamos a fuerza de voluntarismo, sino cuando comprendemos lo que somos y lo que es la realidad. La comprensión es la fuerza eficaz que produce la transformación. No tiene ningún sentido luchar contra el ego; más aún, el ego no es malo. Lo único “malo” es nuestra identificación con él: en esa identificación se asienta el engaño que nos confunde, nos reduce, nos encierra en una especie de prisión y hace que suframos inútilmente y que hagamos sufrir. Un modo práctico de avanzar en la desidentificación consiste en aprender a observar el ego, a distancia, para de ese modo caer en la cuenta de que no soy él.
¿Cómo nos ayuda la meditación a identificar quiénes somos?
Puesto que nuestra identidad más profunda es transmental, sólo accederemos a ella cuando seamos capaces de silenciar la mente. Mientras estemos en la mente, no podremos reconocernos sino como el “yo mental” que la propia mente ha construido. Al acallar la mente, se corre el velo que la ocultaba y emerge nuestra identidad más profunda. La meditación es la práctica que necesitamos, puesto que meditar no es sino acallar la mente. Y descubrimos que, cuando eso se produce, estamos ya simultáneamente en el presente.
¿Cómo nos hace más libres?
Nuestra esclavitud no viene de fuera; nace de nuestros miedos y de nuestras necesidades. Somos esclavos o prisioneros de la mente mientras estamos identificados con ella, porque tomamos sus películas como si fuera la realidad y seguimos reaccionando de acuerdo a nuestras necesidades y miedos. Quien es capaz de tomar distancia de su mente –gracias a la observación de la misma-, deja de ser arrastrado por ella: ha conseguido la libertad.
¿Qué significa que nos hace más ecuánimes?
Libertad interior y ecuanimidad van de la mano. No somos ecuánimes porque estamos a merced de los movimientos sensibles que se producen en nosotros; es decir, somos objeto de los vaivenes que nacen de nuestros miedos, necesidades y deseos. La ecuanimidad sólo es posible cuando empezamos a reconocer que no somos ese “oleaje” que se mueve en nuestro interior, sino la Paz de fondo que permanece siempre detrás del mismo. Con otras metáforas: no somos las olas, sino el Océano en el que nacen y mueren; no somos las nubes, sino el Espacio por el que circulan; no somos el ego, sino la Conciencia que en él se expresa…
¿Qué le aporta la ecuanimidad a la vida?
Le aporta luz, sabiduría, descanso, serenidad, compasión, bondad, gusto por la justicia, vivencia de la solidaridad que nace de la más genuina compasión… El ego, con todos sus movimientos egocéntricos, se hace a un lado y la Vida que somos puede manifestarse.
¿A qué se refiere cuando dice que la meditación es una forma de vida, una forma de ser?
Meditar no es una técnica, ni un método, ni un medio para conseguir un bienestar mayor. Si se entendiera de ese modo, no sería sino una “herramienta” más del yo. Meditar es una manera de vivir, una manera de ser, que se caracteriza por vivir en presente, atendiendo a lo que acontece en cada instante. Hay dos formas de vivir: la de quien se halla identificado con su mente y, por tanto, con su yo o ego, y la de quien, sin reducirse a la mente, vive en el “aquí y ahora”. Esto último es “meditar”. Por eso, puede que necesitemos de momentos de silencio y de práctica meditativa para adiestrarnos en esa nueva forma de vida, pero meditar es algo que tendríamos que ir ejercitando a lo largo del día, en todo lo que hacemos. Por eso, la pregunta de quien se embarca en este nuevo modo de vivir bien podría ser ésta: ¿Estoy completamente aquí ahora?
Primero hay que integrar el yo para, luego, transcenderlo. ¿Qué significa integrar el yo? ¿Cómo hacerlo?
Sí, la evolución parece que no admite “saltos” en el vacío. Sólo puede ser trascendido aquello que previamente es integrado. No es fácil que pueda trascenderse el yo y acceder a un estadio transpersonal, si previamente el yo no se ha integrado. Por decirlo con otras palabras: no puede darse un crecimiento espiritual sin un trabajo psicológico. Un yo integrado es el yo de la persona que se conoce, se acepta íntegramente y se siente a gusto en su propia piel. Habrá que integrar el cuerpo y la mente, la imagen y la sombra, hasta posibilitar una armonía psicológica, que no consiste en “ser perfectos”, sino en aprender a “ser completos”. Todo ello nos pone de relieve la necesidad de conjugar adecuadamente psicología y espiritualidad, si no queremos olvidar nada importante en la integración de la persona. De cara a avanzar en ella, psicología y espiritualidad nos ofrecen dos principios básicos como punto de partida: “ámate tal como estás” y “ven al momento presente”.
La integración es fruto del amor. Así como fue la falta de amor, en la primera infancia, la que originó fracturas y neurosis –neurosis es escisión-, será ahora el amor de la persona hacia sí misma la que posibilitará la integración de todas sus dimensiones.
¿Qué significa transcenderlo? ¿Cómo hacerlo?
Trascenderlo es reconocer que no somos ese yo. Del mismo modo que tenemos un cuerpo, pero somos más que el cuerpo, podemos decir que tenemos un yo, pero que somos más que ese yo. El modo es a través de la compresión cuando, como decía más arriba, empezamos a observarlo. El día que el niño es capaz de observar su cuerpo, se da cuenta de que es más que su cuerpo: ha nacido el yo-mental; el día en que somos capaces –y parece que la humanidad, colectivamente, se encuentra ahora en esta fase- de observar nuestra mente, somos conscientes de que somos más que ella: ha nacido la conciencia transpersonal o Conciencia Testigo.
Usted dice que estamos poco en el presente, dado que solemos estar en el pensamiento (pasado o futuro). ¿Qué ventajas nos aporta no vivir en el presente sino en el pensamiento? (¿Por qué lo hacemos?).
Es cierto: siempre que seguimos haciendo algo es porque obtenemos algún “beneficio”, aunque sea –así suele ser con frecuencia- inconsciente. Por ejemplo, la persona que se “autocastiga”, sigue haciéndolo porque obtiene el “beneficio” de apaciguar un sentimiento de culpabilidad. ¿Qué “beneficio” obtenemos estando lejos del presente? Vivir en un mundo que creemos poder controlar y, a la vez, mantenernos lejos de lo que pensamos que nos hace sufrir.
Dicho con más claridad: el niño se aleja de su cuerpo y, por tanto, de sus sentimientos y de su vida cuando empieza a sufrir emocionalmente. Es el miedo el que nos hace huir. El niño que sufre se instala en su cabeza, porque es el lugar más lejano de donde siente el sufrimiento –la zona del diafragma- y porque necesita entender por qué le ocurre lo que le ocurre. Al hacer así, deja de “vivir” y empieza a “rumiar” o cavilar. Se ha alejado de sí, se ha alejado del sufrimiento, vive en las películas de su mente… y empieza a sufrir inútilmente.
Usted opina que quizás la mayor lacra actual sea el reduccionismo de lo humano. ¿En qué consiste este reduccionismo?
Si la pobreza de la persona consiste en reducirse a su yo, olvidando o ignorando su identidad más profunda, otra pobreza no menor es la de reducir lo real a lo tangible o material, olvidando o ignorando la Dimensión profunda de lo Real –la dimensión espiritual-y convirtiendo la vida en –como diría A. Whitehead- una realidad “aburrida, muda, inodora e incolora, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material”, en un “mundo chato”, en expresión de Ken Wilber. También esto tiene su porqué –habría que buscar sus raíces en el nacimiento de la Modernidad-, pero es una pena que, queriendo tirar el agua de la bañera, se acabe tirando con ella al bebé. He analizado mucho más detenidamente toda esta cuestión en el libro “La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual”, publicado por Desclée de Brouwer.
¿En qué consiste dialogar con la niña/el niño interior?
El diálogo con el niño/a interior forma parte del proceso de integración psicológica del que hablábamos más arriba. En cada uno y cada una de nosotros, vive el niño o la niña que fuimos. Más aún, todas nuestras reacciones desproporcionadas y repetitivas no nacen del adulto que somos hoy, sino del niño/a que nos habita. Ese niño requiere ser escuchado, atendido, reconocido…, para que podamos crecer en unificación. Para dialogar con él, necesitamos empezar por visualizarlo –a partir de nuestros recuerdos o de alguna fotografía-, para poder envolverlo en una mirada bondadosa y en un afecto sincero. Al dejarse alcanzar por esa mirada y ese sentimiento, el niño empezará a sentirse vivo, recuperando el gusto por vivir y por ser como es. Esto puede ser lento, porque el niño que sufrió no se va a “entregar” fácilmente, pero cualquier paso que demos en ese diálogo beneficiará el conjunto de nuestra vida.
Para vivir lo que somos nos propone cuatro actitudes y un camino. ¿En qué consiste vivir en presente? ¿Qué nos impide o dificulta vivir en presente?
Vivir en presente es algo tan simple como atender a lo que está aconteciendo aquí y ahora, como si no existiera ninguna otra cosa que lo que ahora acontece.
Lo que nos lo impide es nuestra identificación con la mente: cada vez que nos dejamos reducir, consciente o inconscientemente, a nuestros pensamientos, nos hemos alejado del presente. Porque el pensamiento sólo puede estar en el pasado (o proyectándose en un futuro). Se suele hablar de una “mente funcional”, que desarrolla su trabajo a nuestro servicio, como si de un órgano más se tratara; y de una “mente pensante”, aquélla que nos atrapa y de la que no logramos tomar distancia. Es esta “mente pensante” la que nos aleja sin remedio del presente. Por eso decía antes que meditar es, a la vez, acallar la mente y venir al presente.
¿En qué consiste vivir en profundidad? ¿Qué nos lo dificulta?
Vivir en profundidad es equivalente a vivir en plenitud, bien conectados y anclados en las raíces que dan sentido a todo lo que es. El poeta argentino Francisco L. Bernárdez nos recuerda que “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”. Vivir en profundidad significa no negar ninguna dimensión de lo Real.
Lo dificulta de nuevo la reducción a la mente y una cultura “chata” que, por diferentes motivos, pareció empeñada en negar todo aquello que la mente no pudiera medir. Poco a poco, esa visión de va modificando, afortunadamente, y hasta la misma física moderna nos abre a horizontes que la ciencia clásica había descartado.
¿En qué consiste vivir en solidaridad? ¿Qué nos lo dificulta?
La solidaridad es la forma concreta que toma la compasión. La compasión –como capacidad de ponerme en el lugar del otro y sentir-con él-, a su vez, nace de la comprensión de nuestra unidad radical. Y nos lleva a plasmar lo que desde siempre había preconizado la “regla de oro”: “Trata a los demás como quieres que ellos te traten”.
La mayor dificultad, como siempre, es la ignorancia, que nos hace reducirnos a nuestro ego, que se rige además por sus propias necesidades y carencias. El ego no puede entender la vida sino en clave de competitividad: lo que doy, lo pierdo. Sólo tomando distancia de él, seremos capaces de percibir las cosas de otro modo: en la gran Red que somos, compartiendo la misma identidad profunda, dar es recibir; obtengo lo que doy.
¿En qué consiste vivir constructivamente? ¿Qué nos lo dificulta?
El vivir constructivamente tiene que ver con la tarea de reeducación. Con frecuencia, fruto de nuestra historia, nos dejamos conducir por actitudes destructivas, que causan más daño que el problema en sí mismo. Todos podemos reconocer en nuestra infancia necesidades, frustraciones y defensas. De ese triple bloque suelen nacer los comportamientos del ego. Pero las defensas que puso en marcha en un momento determinado no siempre fueron las más adecuadas. Algunas de ellas habrían de revelarse particularmente nocivas: endurecimiento, rigidez, aislamiento, rumiación, agresividad, autorreproche, comparación, culpabilización, dramatización, huida de sí, justificación…
Ahí encontramos la gran dificultad para, sobre todo cuando se hace presente el malestar, actuar de un modo constructivo, desde actitudes ajustadas a la situación. Y se trata en realidad de una cuestión nuclear, si tenemos en cuenta que lo realmente decisivo no es lo que nos ocurre, sino aquello que hacemos –eso es una actitud- con lo que nos ocurre.
¿Por qué es la meditación el camino? ¿Cómo nos ayuda a vivir lo que somos?
La meditación es el camino porque nos conduce a nuestra verdad más profunda. Si, como hemos venido repitiendo, todo nace de la comprensión, únicamente en la medida en que vayamos comprendiendo y experimentando quiénes somos realmente, podremos vivirlo. Pero, para poder comprenderlo, necesitamos acallar y trascender la mente: eso es meditar.
Meditar es algo que se halla al alcance de toda persona. Se requiere sólo una práctica perseverante que, progresivamente, nos vaya haciendo diestros en el arte de tomar distancia de la propia mente y de empezar a habitar y saborear el presente, el único lugar de la Vida y de la Plenitud, porque fuera de él no hay sino ignorancia y sufrimiento.