HAY QUE SER MUY EGOISTA
¿A que te ha sorprendido el título?
Todo el mundo diciendo que hay que deshacerse del ego, que hay que trascenderlo o transmutarlo, que el ego es malo y todos sus sinónimos… ¡y alguien afirma que hay que ser muy egoísta!
¿Por qué?
Hay muchas razones para ello.
Primero voy a aclarar qué es ser egoísta, en mi opinión, porque las personas, en general, tienen demonizada la palabra, y todo lo malo que se le pueda achacar a algo, vale para el ego.
El egoísmo tiene dos acepciones: en su versión correcta, la buena, es un interés significativo hacia sí mismo, y eso no es nada malo, sino todo lo contrario: la desatención hacia uno mismo sí que es mala. El abandono sí que es malo. La desidia, la apatía, la resignación… esas sí que son malas.
La otra acepción del egoísmo es menos buena, y se refiere a cuando esa gran atención hacia sí mismo elimina la atención amorosa y el cuidado a los otros.
El equilibrio es amarse mucho a sí mismo y amar mucho a los otros.
Lo interesante es desarrollar con uno mismo la inagotable capacidad de amar, para saber amar más y mejor a los otros.
Porque el amor es infinito.
Me gusta imaginar que el amor es tan mágico que se multiplica por sí mismo, y mientras más entregas, más tienes.
Lo que sí es cierto es que la fuente del amor es inagotable, y amar es casi un oficio, o un arte, en el que hay que practicar mucho para sentirse cómodo en la delicia de dar amor.
“Ego” es “yo”, y no otra cosa, y no es nada malo lo relacionado con “yo”.
Ser egoísta, sin arrogancia, sin despreciar ni olvidar a los otros no es malo. Sería mala la egolatría (adoración excesiva, casi enfermiza, a sí mismo), o el egocentrismo (pensar que uno es el centro del mundo y que el resto de las personas no importan).
El egoísmo –tal como yo lo interpreto y explico- no es malo.
No debemos olvidar que somos “yoes” individuales, aunque formemos parte de algo Universal; que la responsabilidad que Dios nos dio al entregarnos la vida es que nos realizáramos (quiere decir “hacernos realidad”) como personas individuales al mismo tiempo que como grupo.
Es muy común el error de renunciar a sí mismo para dedicar tiempo, energía y atención a los otros, sus necesidades y sus problemas.
Creo que es más acertado repartir entre uno y los otros.
La idea que nos han inculcado a muchos es que hay que pensar en el otro antes que en uno mismo, que hay que sacrificarse por el otro, que hay que aceptar que el otro es como es y hace las cosas porque las hace. Que hay que aceptar y perdonar al otro de antemano -cosa que no se hace con uno mismo-. Y si no lo haces así, eres un egoísta. Y “egoísta” es malo, muy malo. Dicen.
A muchos nos han convencido de que si pensamos con prioridad en nuestros deseos, en lo que para nosotros es importante, en las preferencias propias, estamos obrando mal. Una acusación ancestral nos recrimina por ello. Generaciones de antecesores que lo vieron de ese modo erróneo nos recriminan desde el inconsciente, y nos hacen sentir mal cuando pensamos en nosotros ante que en los otros.
Cada uno tiene la responsabilidad de hacer de su vida un lugar radiante, de procurarse una sonrisa que pueda contagiar a los otros, de conocer una felicidad y una autoestima que los otros puedan tomar como modelo, de entregar a Dios al final una vida que se ha sabido apreciar y se ha sabido cuidar.
Ser “egoísta”, cuidarse y amarse, siempre que no sea de un modo exclusivo y elimine amar a los otros, es una buena opción.
Amarse y cuidarse a uno mismo, hace ver que esa experiencia que resulta ser tan agradable, apetece compartirla y ofrecerla a los demás.
Para las personas que siempre se entregan a los otros incondicionalmente, que les dan prioridad absoluta en su atención, que se sacrifican renunciando a sí mismas, se les sugiere que conozcan –aunque sea breve o temporalmente- el otro extremo: el de la atención prioritaria a sí mismas.
Sólo desde el conocimiento de los dos extremos se puede averiguar cuál es el centro, el punto medio, que es el sitio equilibrado.
Recuerda: “Amarás al prójimo COMO A TI MISMO “. En la misma cantidad, con la misma dedicación, con la misma calidad, del mismo modo.
Y el día que comprendamos esto con claridad, habremos dado un gran paso hacia la justicia, la paz y el verdadero amor.