REFLEXIONES RIMBOMBANTES
Sufrir es una de las actividades humanas más fáciles, porque no requiere un esfuerzo, ni siquiera atención: va por libre. Encuentra en cualquier parte motivos para alimentarse, casi cualquier cosa le vale, y le gusta regodearse, le gusta crecer, le gusta demostrar su autoridad y su maestría en el desagradable acto de hacer daño.
Y tenemos experiencia en el trance, porque llevamos mucho tiempo sufriendo, y muy a menudo, y por muchos motivos, y en el fondo complace esa masoquista sensación de sentirse desgraciado, diana de los males, víctima predilecta, y hemos oído a lo largo de la vida diferentes justificaciones de por qué nos merecemos sufrir, y eso confirma de algún modo la insostenible teoría de que no se puede ser sólo feliz y gratuitamente.
Y es que ser feliz es más difícil.
Requiere un “esfuerzo”.
Por ejemplo, aceptar que uno merece que le pasen cosas buenas. O ponerse a descubrir cuáles son las razones que le impiden ser feliz continuamente, por naturaleza, a todas horas, sin necesidad de un motivo que justifique la felicidad. (Ver el capítulo de la felicidad).
Calderón de la Barca decía: “todo es según el color del cristal con que se mira”.
Si tu cristal es el de la aceptación de que el sufrimiento es necesario, lo verás sin escandalizarte y te parecerá normal. Si lo cambias por otro, quizás no te sigas permitiendo redundar en el sufrimiento porque verás que no es inevitable.
Los problemas no los pone la vida: los pone la mente. Los pones tú.
El sufrimiento no está en la realidad: está en ti.
POR SI NO LO SABES
Es imprescindible ser sabio. O por lo menos, un bebé de sabio que está creciendo cada día, porque si no es así no te darás cuenta de que todo (he escrito todo) puede llegar a ser una fuente de sufrimiento.
De ti depende que las cosas que te suceden, y las que no, te afecten de un modo u otro. Sólo de ti depende.
Los ojos pueden ser fuente de sufrimiento cuando ves cosas que no te agradan, o cuando ves a ciertas personas si no estás de buen humor en ese momento; el amor, que teóricamente es tan bello y agradable, puede ser fuente de sufrimiento si no obtienes lo que deseas de él; otro motivo de sufrimiento es desear ser feliz y no serlo; o la riqueza, si luego temes perderla…
Tienes que comprender perfectamente que sólo va a depender de ti que las cosas te afecten o no, que te afecten más o menos, y que has de tener claras las ideas, y el espíritu aposentado para no permitir que los vaivenes habituales de la vida destrocen tu calma y felicidad.
OTRA VERSIÓN DE LOS HECHOS
Nos han convencido de que tenemos que conseguir éxitos, tenemos que estar bien, recibir alabanzas, ser felices, y es necesario que seamos reconocidos y bien valorados… nos han dicho tantas cosas… y la mayoría de ellas nos las hemos creído. Y nos han convencido de que no lograr esas cosas, y no tener bienes materiales, nos tiene que producir, inevitablemente, mucho sufrimiento, porque no conseguirlo todo es haber fracasado.
Y es mentira.
Si se consigue, bien; si no se consigue, bien.
Todo está bien.
Hay que darse cuenta de esto, y evitar que cualquier cosa ajena a nosotros controle nuestra estabilidad personal y emocional. Nadie nos ha de marcar cuáles son nuestras aspiraciones, ni nos tiene que decir qué ha de hacernos sentir bien o mal, ni qué cosas nos han de producir placer y, menos aún, cuáles nos han de hacer sufrir.
Uno ha de decidir aquello que permite que le produzca sufrimiento, si previamente se ha dado cuenta de la necesidad o utilidad de él, y cree que le va a servir de algo, porque la mayoría de las veces lo único que aportan es una bajada de la autoestima, un punto de vista negro de la vida, una caída en picado del ánimo, desesperanza, desconfianza en uno mismo y en el porvenir, depresión, angustia, infelicidad y demonios similares, a cambio de nada positivo.
VISTO DE OTRO MODO
Todos seguimos un modelo que nos inculcaron nuestros educadores y acabaron convirtiéndose en costumbres, en prejuicios, en reacciones automáticas equivocadas y caducas que nos siguen gobernando, y dejamos nuestro control en sus manos como si fueran de fiar. Eso es indudable.
Cuando todo lo que hay a nuestro alrededor está de acuerdo con ello parece que todo va bien. Cuando no coincide con lo que espera nuestro interior, todo se alborota.
Si fueras capaz de comprender esto, no derrocharías ni un ápice de energía, ni una milésima de tiempo, ni perderías un fragmento de alma cada vez que el sufrimiento llama a tu puerta.
Son tus condicionamientos, y no lo que sucede en el exterior, los que te hacen padecer. Si fueras capaz de descubrir esos condicionamientos y deshacerte de ellos, tu desarreglo desaparecería.
Reconocer que solamente uno es el causante de sus propios sufrimientos es el primer paso imprescindible para eliminarlos.
Y esto es muy objetivo: la misma cosa que es causa de tu padecer, a otra persona no le afecta en absoluto, de lo que se deduce que no es la cosa en sí la causante, sino tu modo de percibirla. Simplemente, su modelo es distinto del tuyo.
El sufrimiento es una reacción muy humana, pero eso no quiere decir que sea correcta, ni “normal”. Como reacción que es, ya no es algo puro y espontáneo, sino algo aprendido que conviene desaprender, de forma que antes de que de reaccionar, inconscientemente, nuestra consciencia sea quien comprenda la situación y decida si es pertinente.
Si algo ajeno a ti te fastidia, te mortifica, te saca de quicio… ¿es que a ese “algo” le has dado poder sobre tu vida?
No responsabilizarse del propio malestar es una cobardía. Es querer aparentar, incluso ante uno mismo, ser una víctima que no puede hacer más que sufrir lo que le pasa. Es conformarse con la lástima de los demás.
Lo correcto es que arregles tus asuntos y evites ese continuo vaivén que te producen las cosas que te pasan. La ecuanimidad y la vida más placentera serán el resultado de solventar tus problemas educacionales.
VISTO DE OTRO MODO
Como la manera habitual de actuar del ego es evitar todo tipo de conflictos, para ello disfraza sus conflictos de una búsqueda respetable de armonía, de concordia, y no se da cuenta de que en el sufrimiento, como en todo, también se aprende, y que hay cosas que se aprenden mejor, precisamente, en el sufrimiento.
Parece que es muy sensato evitarlo, pero una parte del aprendizaje se revuelve interiormente con el sufrimiento, y es mucho lo que uno aprende de sí mismo conociéndose en esa circunstancias; son esclarecedoras y enriquecedoras las lecciones que trae entre sus pliegues dolientes, así que muchas veces (y hay que aprender a distinguir cuándo) conviene dejarse conmover, para llegar de ese modo al origen y, conociéndolo, poder remediarlo para que no haya una próxima ocasión.
Suena un poco masoquista, pero recomiendo probarlo. Por supuesto, siendo absolutamente consciente de lo que está sucediendo y del fin que se persigue. Con el Yo Observador más atento y observador que nunca, porque si no es así, sería un sufrimiento doliente, desperdiciado, inútil, y nada explicativo. Conviene dejar que se exprese en lo más interior, pero no como un ejercicio de resistencia al dolor, sino para dejar que la fuerza profunda le saque el jugo y lo diluya después.
La vida hará su función para sacarte de ese estado.
Aprenderás, antes o después, que el sufrimiento es innecesario. El día que te des cuenta de ello querrá decir que ya lo has resuelto. Ya no tendrás más que pequeñitos sufrimientos humanos comprensibles. Te afectará la muerte de un ser querido, por ejemplo, que es una grande amargura, pero no la desilusión por algo que es distinto de lo que uno quisiera.
El sufrimiento y el dolor se interpretan en muchos casos como la misma cosa.
(Para más información, puedes ver el capítulo de “el dolor”).
CUENTECITO
“La principal razón por la que las personas no son felices es porque se complacen insanamente en el sufrimiento”, dijo el Maestro.
Y contó cómo, viajando él cierta noche en la litera superior de un vagón de ferrocarril, le era imposible conciliar el sueño, porque en la litera inferior había una mujer que no dejaba de gemir: “¡Qué sed tengo, Dios mío, qué sed tengo…!”
Una y otra vez se oía aquella lastimera voz, hasta que, finalmente, el Maestro descendió sigilosamente por la escalerilla, salió del departamento, recorrió todo el pasillo del vagón hasta llegar a los servicios, llenó con agua dos grandes vasos de papel, regresó con ellos y se los dio a la atormentada mujer:
“¡Aquí tiene, señora, agua!”
“Muchas gracias, señor, Dios le bendiga”.
El Maestro volvió a su litera, se acomodó en ella… y a punto estaba de conciliar el sueño cuando, de pronto, oyó de nuevo la lastimera voz: “¡Qué sed tenía, Dios mío, qué sed tenía…!”
(Del libro un minuto para el absurdo, de Tony de Mello)
CUENTECITO
Un alumno ya mayor fue a visitar al Maestro Otis y le dijo: “he visitado a muchos Maestros y he dejado muchos placeres. He ayunado, he sido célibe y he velado noches enteras para alcanzar la iluminación. He abandonado todo lo que se me ha pedido que abandonase y he sufrido, pero la iluminación no ha llegado, ¿qué debo hacer?”
El Maestro Otis contestó: “Abandona el sufrimiento”.
CUENTECITO
Los discípulos se hallaban enzarzados en una acalorada discusión acerca de la causa del sufrimiento humano.
Unos decían que la causa era el egoísmo. Otros, que el error. Y otros, por último, que la incapacidad para distinguir lo real de lo irreal.
Cuando le preguntaron al Maestro, éste dijo: “Todo sufrimiento proviene de la incapacidad para sentarse tranquilamente y estar solo”.
RESUMIENDO
Tiene dos puntos de vista.
En uno de ellos, parece que el sufrimiento es necesario para extraer la lección que trae para cada persona; lección que se puede resumir en llegar a la conclusión de que es innecesario.
En el otro, se ve que es claramente innecesario, perfectamente prescindible. Mejor eliminarlo de raíz.
Aprende a distinguirlos.