UNA EXPERIENCIA DE SILENCIO
“...Ah!, estábamos unidos para que el silencio pudiera permanecer entre nosotros.”
(Rainer M. Rilke, “El Testamento”.)
En nuestra cultura hemos desarrollado una sed de conocimientos demasiado insistente para quedarnos en silencio, instalados tranquilamente en el no saber.
El silencio es una actitud respetuosa ante lo que desconocemos. No es posible comprender las palabras sin experimentar el silencio de donde proceden. Una palabra comunica cuando la precede un silencio respirado, sentido y reflexivo.
EL IMPULSO DE LA PALABRA
A menudo no escuchamos y perdemos la oportunidad de comunicarnos llevados por la necesidad emocional de actuar, de hacer algo. No podremos estar receptivos y comprender si no somos capaces de suspender el impulso que nos lleva a responder desde nuestras necesidades. Tampoco si queremos tener el control en el intercambio o si somos reactivos y vomitamos nuestros juicios y valores (nuestra programación) en el otro/a.
Es difícil superar el impulso de hablar, estar realmente disponibles. Eso implica no dar nuestra opinión, no mostrar desacuerdo, no aconsejar, consolar, preocuparse o animar, no hablar de nuestra propia experiencia o dejar de pensar en lo que vamos a decir cuando la otra persona todavía está hablando.
Lo que hay en el fondo de nuestras dificultades en la escucha tiene que ver con nuestros conflictos internos, nuestros prejuicios y emociones que filtran lo que escuchamos y determinan la actitud y la respuesta frente al otro.
Una escucha deficiente refleja confusión de límites, incapacidad para aceptar las diferencias y poca autonomía, y no permite una disposición sincera a CONOCER algo que el otro/a comunica. Puede transformar una conversación en discusión y agresión, porque al no escuchar nos quedamos atascados emocionalmente en nuestro mundo subjetivo. Y también sentimos el dolor de no ser escuchados, del aislamiento, de no sentirnos valorados y aceptados.
TENGO TIEMPO Y ESTOY AQUÍ, CON EL SILENCIO Y LA PALABRA
Tomarnos tiempo, estar en contacto propio y con el otro/a. Poner atención a lo que dice y a lo que quiere decir: su mirada, sus gestos, su postura. Poner la INTENCIÓN en comprender lo que el otro intenta comunicar y procurar no instalarnos en nuestros juicios y valores.
Hay algunas técnicas para la escucha, pero no se escucha mejor con técnicas, sólo lo parece. Para escuchar bien es necesario prestar ATENCION, tener INTERÉS real en la experiencia del otro y una actitud de CONSIDERACIÓN. También se requiere atención para saber en qué momento la persona necesita ser escuchada y sobre todo conectar con nuestra disponibilidad para escucharla. Y si no sentimos el sincero deseo de escuchar, tener Valor para decir: ahora no, en otro momento.
Estar con el silencio y la palabra abre la posibilidad de acercar nuestro espacio subjetivo al espacio subjetivo del otro y establecer vínculo.
Intentamos ser seres autónomos, independientes y responsables. Sentimos que las relaciones con los demás nos sustentan, nos dan forma y contenido. Formamos parte de una red de vínculos, y en la medida que aprendemos a establecer relaciones profundas y limpias nos tranquilizamos al sentirnos comprendidos.
Cuando de nuestra boca brotan palabras y no encontramos oídos disponibles sentimos dolor. En cambio, cuando nos escuchan, nuestros sentimientos profundos expresados vuelven a nosotros clarificados y sentimos gratitud por compartir.
Para escuchar es necesario el silencio hacia fuera (ausencia de palabras) y hacia dentro (presencia de sí). No es fácil hacerlo de forma automática, supone un esfuerzo, hay que pararse por dentro y por fuera, hay que escuchar al otro y escucharse a uno mismo simultáneamente. Como dice Paco Peñarrubia en “La Escucha Gestáltica”: “La escucha interna no es sino la capacidad del escuchador de mirarse hacia dentro, de tomar conciencia de sí y atender a los procesos que se le despierten... estar disponible para el otro no significa olvidarnos de nosotros. El gestaltista tiene en cuenta lo que a él le está pasando en el mismo momento en que atiende lo que le pasa al otro. Esta escucha interior no tiene porqué interferir al otro, más bien es un excelente método de acompañamiento, un usarse a sí mismo al servicio de la mejor comprensión y escucha de aquello que ocurre fuera”.
(Teresa Barbena Anglada)