Hay personas que tienen una inevitable tendencia a engancharse a la culpa.
No está mal responsabilizarse de lo que uno hizo mal, o de lo que no hizo, y ser consciente de ello, pero no es correcto engancharse a la culpa, y dejar que afecte en diferentes ámbitos de la vida.
No sé de dónde sale esa especie de masoquismo por el que una persona se convierte en implacable y riguroso juez de sí mismo, con tendencia a exagerar la condena, y es también exigente con que se cumpla rigurosamente.
No sé por qué algunas personas se regodean en su “error”, y se lo recuerdan continuamente, y siguen en la insistencia de proclamar su culpabilidad ante lo que, quizás, simplemente ha sido una decisión no acertada y nada más.
No sé a qué viene ese desamor, esa falta de comprensión y aceptación, ese negarse el perdón que implica comprender que uno siempre está en el camino de aprendizaje, y que las decisiones llevan implícita la posibilidad de no acertar.
No sé por qué hay personas que creen merecer un castigo cuando se consideran culpables de algo y no admiten la comprensión -que es la forma correcta de llamar al perdón- propia o ajena, y se martirizan continuamente.
Esa falta de amor hacia sí mismo –que no es otra cosa eso de engancharse a la culpa-, no se compensa con el castigo que uno se aplique.
Es más adecuado abrazarse incondicionalmente, acogerse en el regazo materno, darse mimos y cariño, cuidados y ternura, ser comprensivos, ser justos, desdramatizar la culpa, entenderla como parte del aprendizaje que es la vida, proponerse con buen talante tratar de evitar algo similar en el futuro, y dar por cerrado el asunto de que se trate.
Es mejor llevarse bien con Uno Mismo.