ENTENDER EL APEGO
(Noemí García Sanjuán)
En algún momento todos hemos escuchado alguna referencia en torno al apego del niño o al vínculo de éste con sus cuidadores. Claramente se trata de un asunto de suma importancia, ya que nos estamos refiriendo a una serie de experiencias tempranas que condicionarán el comportamiento social futuro de ese niño. A lo largo del presente artículo abordaremos diferentes cuestiones relacionadas con la Teoría del Apego que arrojarán luz sobre el porqué de su importancia y las repercusiones para la vida del niño.
1. Introducción
El estudio del apego ha pasado de ser una cuestión limitada a niños de temprana edad a extenderse en los adultos, para incluir las representaciones mentales elaboradas por los padres sobre los cuidados recibidos durante la infancia y su relación con el apego.
Una de las cuestiones que motiva el inicio del estudio del apego es el cuestionamiento sobre qué relación existe entre el desarrollo de la personalidad y el papel que desempeñan las interacciones padre-hijo en este desarrollo.
2. ¿Qué entendemos por apego?
Y ahora bien: ¿qué entendemos por figura de apego? Según Ainsworth (Cantón y Cortés, 2008), se trata de la base segura a partir de la cual el niño puede explorar su mundo. Dicho de esta manera aparentemente sencilla, podemos encontrarnos con numerosas dudas al respecto que procuraremos resolver en las siguientes líneas.
La investigación experimental de las relaciones de apego vino de la mano de Ainsworth y Witting, con su diseño del procedimiento de la “Situación Extraña”. Para ellos, el apego es un vínculo afectivo duradero entre el niño y su cuidador (no necesariamente ha de ser la madre o el padre); ello tiene un alto valor adaptativo para la supervivencia de la especie (id.ant.).
2.1 La “Situación Extraña”
El procedimiento de la Situación Extraña se fundamenta en el supuesto de Bowlby de que la principal función que cumple el apego es provocar la cercanía del adulto al niño en actitud protectora en caso de amenaza o peligro.
El objetivo es provocar estrés paulatinamente y, poco a poco, ir observando cómo su conducta cambia o no hacia el cuidador.
Este procedimiento se desarrolla en una habitación donde inicialmente entran el niño y su figura de apego (el adulto o progenitor) y donde entra a interaccionar una tercera persona desconocida para el niño.
Se dan siete situaciones distintas (de tres minutos de duración cada una de ellas): en primer lugar el niño y el adulto están en la habitación solos; en segundo lugar entra la persona extraña que, tras un minuto empieza a interaccionar con el adulto y finalmente lo intenta con el niño; en tercer lugar el progenitor o figura de apego se marcha y el niño se queda solo con la persona extraña; en cuarto lugar regresa la figura de apego y la extraña se marcha sin decir nada; en quinto lugar es el cuidador quien se marcha dejando solo al niño; en sexto lugar es la extraña quien entra con el niño y en séptimo y último lugar la extraña se marcha discretamente y entra el cuidador.
El objetivo es valorar la flexibilidad del comportamiento del niño y su conducta de apego durante cada una de las situaciones planteadas.
Parten de la base de que las reacciones del niño reflejan el nivel en el que el cuidador y su propio modelo interno le proporcionan unos sentimientos de seguridad o confianza. En base a todo ello se han establecido los principales tipos o pautas de apego.
2.2 Tipos de apego
Apego seguro: la vinculación afectiva con el adulto se refleja en la interacción (intercambian objetos, patrón de alejamiento-proximidad-alejamiento y existencia de interacción a distancia. En ausencia de la figura de apego el niño la busca e inhibe su conducta (no llora). En el momento del reencuentro busca el contacto tanto a través de conductas a distancia como próximas. En cuanto a la conducta exploratoria, el niño utiliza al progenitor como base segura: busca proximidad al a vez que es capaz de distanciarse. Cuando se produce el reencuentro tras la ausencia de éste, se reconforta y vuelve a sus niveles de juego y exploración con rapidez. El recelo frente a la extraña es inicialmente natural, aunque luego puede darse una interacción gradual con ella.
Apego de evitación: observaremos a un niño muy activo con los juguetes pero con poca vinculación a la figura de apego a quien, además, no implica en sus juegos. Da sensación de desinterés o rechazo hacia su cuidador y el nivel de ansiedad frente a la separación es nulo o muy escaso. Hay una conducta exploratoria pero sin interactuar con el cuidador. No hay recelo frente a la persona extraña.
Apego ambivalente o resistente: hay una escasa interacción con el adulto cuidador pero cuando se da, su conducta es ambivalente de aproximación y rechazo. Cuando hay una separación de la figura de apego se angustia; llora pero no la busca y en el momento del reencuentro se resiste al contacto y no es fácil consolarle o que vuelva a sus anteriores niveles de juego. Le asusta la habitación nueva así como la extraña, con quien no interacciona.
Apego desorganizado: este tipo de apego muestra en los niños una aparente ausencia de estrategia para organizar su conducta ante una posible situación de estrés para él. El comportamiento de estos niños parece reflejar la vivencia de conflictos, miedo o confusión con respecto a su figura de apego.
Según Ainsworth y Eichberg, este tipo de apego desorganizado guara relación con alguna experiencia traumática de la madre durante su infancia o etapa adulta y que aún no ha resuelto (1991 en Cantón y Cortés, 2008).
3. El apego del niño según las características de la madre
Los factores responsables de los distintos tipos de apego están muy relacionados con las experiencias con los cuidadores durante la primera infancia. Sin embargo, también son muy importantes e influyentes en la conducta del individuo y su sistema organizativo durante la niñez y la adolescencia.
En relación a la madre, cuando los niños perciben que sus iniciativas de relación con ella tienen éxito, es probable que establezcan una buena interacción y desarrollen unas relaciones seguras de apego (Cantón y Cortés, 2008).
El hecho de que se haya puesto una buena parte de la atención en la madre se basa en la creencia de que es ésta (o el adulto cuidador) quien determina en mayor medida el ambiente de crianza necesario para un apego seguro. La acomodación del cuidador al estilo de conducta del niño durante el primer año se basa en la calidad de la interacción y a partir de ahí el desarrollo de unas relaciones seguras.
Para Bowlby (Cantón y Cortés, 2008) una de las condiciones para una relación segura es la sensibilidad del cuidador a las señales del niño: un cuidador sensible capta e interpreta correctamente las señales del niño, respondiendo a ellas de un modo adecuado.
De esa manera, el niño aprende a confiar en su cuidador, que en este caso hemos considerado que sea la madre, sintiéndole capaz de satisfacer sus necesidades y calmarlo ante situaciones de miedo o estrés.
En resumen, una de las conclusiones a las que llegamos es al hecho de que la conducta de la madre es un elemento determinante en el tipo de apego que desarrolla el niño.
Según Cantón y Cortés, la conducta interactiva de la madre y su sensibilidad en particular, constituye el principal determinante en la calidad del apego. Además, para que se pueda detectar la asociación sensibilidad-apego es necesario que las observaciones de la conducta del cuidador sean lo suficientemente intensas y fiables y que las dimensiones observadas sean conceptualmente próximas a la realidad, (2008, pp.89).
4. Influencia de las características del niño
De la misma manera que se han tenido en cuenta variables vinculadas a la madre como elementos determinantes en el establecimiento del apego del niño, no debemos obviar que las características del niño también pueden estar jugando un papel importante.
Se han sostenido posturas contrapuestas en relación, por ejemplo, a la influencia del temperamento. Finalmente se concluyó que a pesar de que el temperamento no se relaciona con la seguridad del apego en sí, al observar las conductas de los niños en la Situación Extraña, se pueden intuir diferencias de emotividad.
Otro de los aspectos considerados fue la prematuridad del nacimiento. En muchos de los casos de nacimiento prematuro, los bebés han de permanecer hospitalizados, lo que implica también en ocasiones tratamientos médicos intrusivos en buena medida. Sí parecen existir diferencias entre estos niños y aquellos que han tenido un tiempo normal de gestación: los niños prematuros tienden a estar menos alerta, a responder menos y a tener más dificultad para comunicar sus necesidades; también suelen ser más irritables y más difíciles de calmar. Todo ello provoca una necesidad de mayor esfuerzo en las madres (o cuidadores) y en muchos casos acaban provocándose situaciones de ansiedad y sentimientos de fracaso (Cantón y Cortés, 2008).
En los casos de niños con malformaciones físicas al nacer también se ha observado que la familia en general y por supuesto la madre en particular, se ve sometida a numerosas situaciones de gran estrés: no solo por la aceptación de la enfermedad o malformación del hijo, sino también por las operaciones quirúrgicas y tratamientos médicos a los que han de someterse con posterioridad. La influencia se puede dar: dificultades de comunicación en niños con labio leporino; dificultades en la interacción madre-hijo en niños con anomalías craneofaciales, entre otros. Todo ello puede suponer factores de riesgo para el establecimiento de un apego inseguro.
Otras características que pueden condicionar el apego de los niños pueden ser la sordera, el padecimiento de síndromes (como puede ser el síndrome Down) e incluso el autismo.
Sin embargo a pesar de que en estos tres últimos casos pudiera parecer que depende el tipo de apego del propio niño, no olvidemos la relevancia de las características de la madre. La combinación de ambos factores será lo que determine si un niño establecerá un vínculo de uno u otro tipo.
5. El apego y la estabilidad
Niños que crecen en entornos en los que suceden acontecimientos estresantes o inesperados puede ver alterado su tipo de apego a lo largo de su desarrollo.
Los cambios en el ciclo de vida: nacimiento de un hermano, fallecimiento de una figura de apego también pueden provocar modificaciones fruto del estrés generado por el acontecimiento en cuestión.
En términos generales, el apego seguro es el que tiene una mayor tendencia a la estabilidad, así como se observa esa misma tendencia en familias de clase media por encima de aquellas con bajos niveles de ingresos (Cantón y Cortés, 2008).
Es muy probable que la estabilidad del apego no dependa en exclusividad de la existencia o no de hechos estresantes sino también de la combinación de estos con las características de los padres (o figuras de apego), así como la presencia o no de otras figuras y/o redes de apoyo.
La pregunta sería entonces, más que si los acontecimientos vitales generan inestabilidad en el apego, si los padres tienen la capacidad (a pesar de estos) de mantener relaciones estables y positivas con sus hijos.
6. ¿Por qué es tan importante el apego?
6.1 Aspectos personales
Llegados a este punto, podemos preguntarnos, pues, ¿por qué el apego es tan importante? Bien, la respuesta expresada de un modo muy general sería el hecho de que la relación primaria de apego madre-hijo sirve de prototipo para las relaciones afectuosas posteriores, son las representaciones mentales de las experiencias de apego construidas en los primeros años de vida los que explican esta continuidad (basado en un estudio de Waters et al., 1995 en Cantón y Cortés, 2008).
Si las circunstancias de la crianza del niño facilita suficientes cuidados sensibles para estimular el desarrollo de relaciones de apego seguras durante el primer año, también puede continuar siendo adecuado en momentos posteriores y así estructurar el apego seguro durante las dos primeras décadas de la vida (Cantón y Cortés, 2008).
Bowlby afirmó (1982 en Cantón y Cortés, 2008) que las conductas de apego que se activan instintivamente al principio, posteriormente son guiadas a nivel cognitivo por representaciones internas o modelos internos de trabajo del apego. Esto llevó a darse cuenta de que cuando los adultos se convierten en padres desarrollan representaciones sobre el niño y su crianza.
Alguna de las hipótesis que han ido surgiendo es que la representación mental que tienen los padres sobre sus experiencias de apego durante la infancia influye en gran medida en la calidad del apego del hijo.
Se puede transmitir de generación en generación un modelo interno de trabajo de las relaciones de apego (Cantón y Cortés, 2008). Sin embargo ello no significa que no se pueda modificar un modelo interno sobre uno mismo y de relación con los demás. Hay padres o cuidadores que rompen ciclos negativos, o bien porque han experimentado otros modelos positivos de apego o porque han aceptado esa historia negativa y los afectos que –de mantenerse- podría tener en ellos.
6.2 Repercusiones sociales
Entendemos por competencias no solo cuestiones referidas a las habilidades sociales, sino también a la resolución satisfactoria de tareas propias del momento evolutivo, en las que se asientan las bases de afrontamiento de las tareas propias de la fase siguiente.
La competencia durante los dos primeros años de vida se define por la calidad de las relaciones establecidas con la figura de apego o cuidador. El apego establece la organización inicial de la personalidad que guía el posterior funcionamiento a nivel social y personal de diversas formas: influyendo en el desarrollo de las relaciones con los iguales a través de la experiencia adquirida con su cuidador o figura de apego. Asimismo, el niño a prende a dar, recibir y conductas empáticas mediante la interacción de un cuidador sensible (y así será capaz de dar respuestas empáticas en otros contextos o situaciones). También el niño tenderá en mayor medida a tener nuevas experiencias si cuenta con una base segura facilitada por la figura de apego.
6.3 A largo plazo…
Aunque la intensidad de la conducta de apego disminuye con la edad, el vínculo de apego a la madre o cuidador principal se mantiene.
Contar con una base segura favorece la exploración del ambiente, incluyendo el mundo de los iguales, promoviendo así la práctica de habilidades sociales con ellos. También los niños con un apego de tipo seguro tienen creencias más positivas sobre los demás y sobre las relaciones. Su estilo de interacción es más cooperativo (Putallaz y Haflin, 1990; Youngblade y Belsky, 1992 en Cantón y Cortés, 2008).
Cuando estos niños lleguen a la adolescencia, efectivamente se dará una disminución en las interacciones con los padres pero basándonos en la perspectiva del ciclo vital de Bowlby (Cantón y Cortés, 2008) tendremos en cuenta la importancia del apego o vinculación con los padres durante este período. Ya no es tan necesaria la proximidad física pero sí la conciencia de disponibilidad de esa figura de apego.
Algunos estudios han puesto de manifiesto el hecho de que aquellas personas que percibían una mayor disponibilidad de sus progenitores y que en momentos de estrés buscaban más su ayuda mantenían mejor sus relaciones de amistad (Cantón y Cortés, 2008).
7. Conclusiones
Según Bowlby, la organización del apego se va haciendo cada vez más estable y más resistente al cambio. Este patrón inicial organiza sus experiencias de apego en un modelo interno de trabajo que filtra y canaliza las nuevas experiencias. Por lo tanto, tenderá ese patrón a mantenerse estable a lo largo de su vida (Cantón y Cortés, 2008). Pero también es posible que se produzca una reorganización del apego en base a experiencias positivas (Bowlby, 1998 en Cantón y Cortés, 2008).
En resumen: la representación del apego se forma a partir de sus experiencias tempranas, pero también influyen sus relaciones posteriores.
A pesar de todo ello y sin cuestionar en ningún caso el papel determinante de la figura de apego en la relación con el niño, no podemos dejar de tener en cuenta que todo ello recibe otras múltiples influencias. Entre otros factores podríamos señalar: la relación de pareja de los padres, el nivel cultural, la situación económica y la existencia o no de apoyo de la familia extensa o apoyos sociales, entre otros (Palacios, Marchesi y Coll, 2006).
A modo de conclusión señalaremos tres ideas que consideramos fundamentales tras la exposición previa:
El establecimiento de una base segura con la figura de apego contribuye a un mejor desarrollo personal y social, que se verá reflejado en las interacciones a lo largo de la vida.
El estilo de apego adoptado durante el desarrollo de un bebé podrá influenciar no solo esas relaciones futuras (desde la misma niñez), sino también su ejercicio parental llegado el caso.
Nada de lo anterior es determinante. Aun habiendo tenido un desarrollo en base a un apego no seguro, la experiencia posterior puede ser transformadora y generarse otro tipo de apego que contribuirá positivamente no solo al bienestar individual sino también en las interacciones con los demás.