Habitualmente se ha dicho que el día debería dividirse en tres partes: ocho horas de sueño, ocho de trabajo, y ocho de placer.
Las primeras son casi inevitables. Nuestro cuerpo exige descanso y conviene dárselo. Y tenemos que entregar parte del tiempo de nuestra vida a cambio de un salario. Pero el resto nos pertenece.
Sí, ya lo sé. No todos los casos son iguales y hay quien precisa descansar más o tiene la necesidad de trabajar más horas; hay quien tiene, además, otras cosas que le ocupan el tiempo: la casa, los hijos, algún familiar mayor, compromisos realmente ineludibles… pero todos tenemos algo de tiempo, horas o minutos, de los que podemos disponer.
A esos me refiero.
Es que parece que el tiempo que uno no se dedica a sí mismo, que son las obligaciones, es un tiempo del que no puede disponer libremente –aunque sí se puede ser muy consciente de cómo sentir y vivenciar ese tiempo-, pero las horas o minutos que uno le sustrae a “las obligaciones”, los que puede disponer a su antojo, conviene dedicarlos a Vivir. Así, con mayúsculas.
Y es conveniente tener claro cuáles son los intereses, las apetencias, los deseos de cada uno para aprovechar el tiempo libre e invertirlo en ello.
Conviene tener una lista, mejor física que simbólica, en la que uno va anotando todas esas cosas que le gustaría hacer si pudiera, más que nada para no dejar que se gaste el tiempo personal disponible sin sacarle partido y con el añadido adicional de los reproches posteriores por no haberlo aprovechado.
Esa lista sí que es absolutamente personal e intransferible, por lo que es conveniente dedicar el tiempo que sea necesario para averiguar las cosas que a uno le aportan satisfacciones, para ponerse a hacerlas.
Y en esa lista caben desde descansar sin hacer nada hasta la hiperactividad más intensa.
Por ejemplo: leer, escuchar música, meditar o hacer relajaciones, escribir, pintar, hablar con amigos o familiares, pasear… la lista de cada uno es, sin duda, distinta de cualquier otra.
Es conveniente dedicar también una parte a la reflexión, que es de donde se puede aprender al final del día. Me refiero a revisar lo que se pensó, o lo que se hizo, con la intención de repetir lo que estuvo bien y de mejorar en la próxima ocasión lo que no nos gustó.
Conviene un tiempo de oración –lo que cada uno entienda por oración-. El contacto con Lo Superior, con la fe y la esperanza, es notablemente enriquecedor.
Es bueno dedicar un tiempo para preparar el futuro, o para prepararse para el futuro -que va a estar ahí hasta que llegue el último día-, y va a venir cargado con nuevas oportunidades.
Una de las maravillas de cada día es que trae en bandeja la oportunidad de comenzar de nuevo, de proponerse nuevos retos, de afianzarse, de mejorar, de practicar el Ser Uno Mismo.
Y es muy necesario un tiempo de placer. De ver, apreciar, y disfrutar, las delicias del mundo y los placeres que nos pueden proveer la vida y cada uno de los cinco sentidos.
La vida sin atención y sin vivirla es un derroche imperdonable. Un derroche que no nos debemos permitir. Porque la vida es irrepetible e irrecuperable.