A algunas personas les puede sorprender lo que van a leer a continuación, pero la experiencia de escuchar muchas historias personales, y las conversaciones con algunos psicólogos, me llevan a poder escribir esto:
“Generalmente, las personas que más desean tener una relación sentimental no están preparadas para ello”.
Me refiero, también, a que no están en el momento más adecuado.
La relación sentimental con otra persona no se debe buscar –como se hace en la mayoría de los casos- para que nos cubra una necesidad económica o sentimental, para salir de una desesperación, para cubrir unas apariencias, para llenar vacíos…
La experiencia dice que desde esa situación personal, esas relaciones se idealizan, se fingen, se magnifican, y en ellas se aceptan cosas inaceptables y se perdonan cosas imperdonables.
El hombre, en estos casos, y generalizando, que no en todos los casos, busca una mujer que le cubra su necesidad de compañía, que le resuelva los problemas domésticos y sexuales, y para poder decir a los otros hombres que no está solo, que es capaz de conquistar a una mujer, o lo hace por miedo a la soledad, o se lo plantea más como un asunto de conveniencia que como un acto libre de amor.
La mujer, y generalizando, que no en todos los casos, busca un hombre que le cubra su necesidad de compañía, sus problemas económicos si los tuviera, y que le permita hacer realidad su necesidad de amar y ser amada.
La mujer, y generalizando, que no en todos los casos, incurre en un error que debiera evitar, y es que se conforma con poco, casi con que le presten atención y le entreguen unas migajas de amor, un roce esporádico, y alguna atención.
Sí, ya lo sé: esto aparenta un poco exagerado y demasiado frío, y casi ninguna persona se verá reconocida en esto, pero sería conveniente –sólo por si acaso- averiguar si por el inconsciente no anda revoloteando algo que se parezca a lo descrito.
¿Cuál es la actitud correcta para ir a una relación de pareja?
Cuando una persona quiere formalizar y asentar una relación, el planteamiento ha de ser desde el amor, por supuesto –jamás desde el enamoramiento, porque en éste hay componentes de atontamiento, idealización, y sexualidad-, y uno, y una, debe reconocer su valía y hacerse valer.
Más o menos, así:
“De entre todas las personas que hay en el mundo, que son muchos millones, tú eres el afortunado, o la afortunada, que va a disfrutar de mi presencia, mi amor, y mi compañía: de mí. Así que sé muy consciente de ello. Valóralo, porque yo me siento libre de no estar contigo si no recibo de tu parte lo que merezco, que es lo mismo que yo te entregaré también en justa y recíproca correspondencia”.
Las palabras no tienen por qué ser textuales, pero la actitud y la intención, sí.
Exagerando un poco –pero no mucho-, sucede que cuando un hombre y una mujer formalizan una relación, en ese mismo instante él adquiere todos sus derechos y ella todas sus obligaciones y responsabilidades.
Recuerdo que en mi infancia oía contar en un tono jocoso-verídico que a partir de esa formalización (en el que consciente o inconscientemente hay una actitud de “ya eres mío o mía…”) ellas empezaban a engordar y descuidarse, porque ya no tenían que seducir a un hombre, y ellos empezaban a salir con sus amigos y a prestar atención a sus hobbies, porque ya habían cumplido con el rito de cortejo y seducción, y ya se daba por supuesto el resto: que, a su modo de ver, ella estaba ahí ya para siempre, y que tenía que asumir que ahora comenzaba la parte rutinaria de la relación. Sin duda, todo ello gobernado por un equivocado machismo.
Aunque no debiera ser necesario, es conveniente que quien sienta que no está siendo amado como quisiera lo reclame de un modo intenso y urgente. No es recomendable espera a que el otro se dé cuenta y cambie (los hombres casi nunca nos damos cuenta y nos es más cómodo no cambiar)
Esto es lo que dice Serrat en una de sus canciones:
“Porque la quería
no quiso papeles
ni hacer proyectos con vistas al futuro.
No confiaba en él
y quiso estar seguro
que cotidianamente
tendría que ganarla
con el sudor de su frente”.
Hay un peligro de muerte o rotura en la relación cuando la rutina se instala con visos de perpetuidad. Y los papeles que certifican el matrimonio invitan a la relajación y el descuido.
La relación sentimental –jamás hay que olvidarlo-, requiere atención, esmero, admiración, y respeto, además de amor incondicional.
Requiere alimento diario a base de besos, de miradas, de caricias, de frases que contengan el verbo amar en presente o en futuro, de demostraciones de interés y cuidado.
“No confiaba en él –o en ella-
y quiso estar seguro –o segura-
que cotidianamente
tendría que ganarla –o ganarle-
con el sudor de su frente”.
Bellísimo.
Es imprescindible tener claro el concepto de amor y relación que desea cada uno; conviene saber qué se está dispuesto a ceder –sin que haga daño ni cree frustración-, pactando las renuncias que hubiera, en qué se es irreductible, y qué es innegociable porque crearía una frustración que, antes o después, haría insalvable continuar con la relación.
En la parte de autoengaño que implica cualquier relación, hay cosas que se aceptan en la excesiva permisividad de las relaciones desesperadas, y se minimizan hasta pretender verlas como granitos de arena. El problema es que los grandes desiertos están compuestos por pequeños granos de arena. Esos “pequeños granos de arena”, cuando se miran objetivamente, son ya innegables. Y ya no tienen solución. Uno a uno, cuando se van produciendo, aún pueden tener solución, pero no hay escoba que pueda con todos juntos.
Así que si ya se tienen claros –más o menos- los conceptos del amor que se desea, del tipo de relación, de la convivencia y sus posibles inconvenientes, de que hay que alimentar el amor entre los dos, de lo que no se ha de aceptar bajo ningún concepto, del respeto a la dignidad personal y a la de la otra parte, de que el mundo real no coincide con las novelas rosas, de que el amor es un asunto del corazón y de los sentimientos, y no de la cabeza y los intereses; del valor propio, de que se va a la relación en igualdad de condiciones y no pidiendo limosna, entonces es el momento en que se puede iniciar la relación.
Y puedo garantizar, desde el análisis de los casos que he conocido, que sólo en ese momento y bajo esas condiciones es cuando realmente puede funcionar.
Entonces, y sólo entonces, es el momento.
En cuanto no se busca desesperadamente, cuando no es un asunto exclusivamente de intereses, es cuando el amor reconoce un campo abonado donde germinar y aparece.
La sugerencia es algo así como “quiérete y entonces aparecerá alguien que también te querrá”.
Si inicias una relación en inferioridad de condiciones, con una autoestima baja, ofreciéndote a cambio de poca cosa, la otra persona se dará cuenta de ello, y de que te tiene en sus manos, y se puede convertir en un tirano y abusador. Por eso es muy conveniente –más bien imprescindible- un proceso de Crecimiento Personal para realizarse.
Las personas no se enamoran cuando quieren, sino cuando están preparadas.
Y lo demás son mentiras que se cuenta uno o matrimonios de conveniencia.