DALAI LAMA
DESDICHA Y EXPECTATIVAS
La cantidad de desdicha es igual a las expectativas menos la realidad. La expectativa tiene que ver con el resultado, no con el camino. El proyecto tiene que ver con el camino, no con el resultado.
La única manera de resolver esta ecuación para que no siga arrojando un resultado de desdicha es trabajar también sobre la expectativa y no sólo sobre la realidad.
Cada vez que nos sentimos desdichados luchamos muchas veces insensata y caprichosamente para cambiar la realidad, para hacer que se asemeje más a lo que esperábamos de ella, para forzar los hechos en una determinada dirección… sin pensar que lo que queremos verdaderamente es ser felices, el trabajo podría ser más interno que externo, más sobre las expectativas que sobre la realidad, más sobre lo pretendido que lo encontrado.
Occidente parece sostener a ultranza la idea de que ser feliz es no sufrir. Al desarrollar la capacidad para limitar el sufrimiento, fue perdiendo concomitantemente la habilidad para afrontarlo. En el extremo opuesto del mundo, las personas educadas en las culturas orientales, en cambio, parecen tener una mayor capacidad para aceptar el dolor y el sufrimiento; y aún admitiendo que ambos son fenómenos humanos universales.
Si pensamos que la frustración es algo antinatural, algo que no debiéramos experimentar, muy pronto buscaremos un culpable.
El riesgo obvio de asignar culpas y mantener una postura de víctima es, precisamente, eternizar nuestro sufrimiento, enquistado, anidado y latiendo en el odio; perpetuar el dolor potenciado por nuestro más oscuro aspecto: el resentimiento.
Los problemas son parte de nuestra vida. Los problemas por sí solos, no provocan automáticamente el sufrimiento. Si logramos abordarlos con decisión y compromiso, si logramos centrar nuestras energías en encontrar una solución, el problema puede transformarse en un desafío.
El sentimiento puramente vindicativo frente a la injusticia nos priva de la energía necesaria para solucionar el problema original.
Primera gran confusión: Identificar felicidad con éxito
¿Por qué tenemos tanto rollo con el éxito? Muchos de los pacientes que he atendido perseguían el éxito porque sus padres sólo les demostraban amor cuando eran exitosos. Aprendieron pues, a buscar el éxito para ser amados.
La salida de la confusión deviene de encontrar otra fuente de valor y dignidad no ligada al éxito, ni al aplauso, a partir de la cual podamos relacionarnos con el mundo que nos rodea sin competir con el otro para llegar más lejos, para saltar más alto, para ser el mejor: se trata del vínculo que se establece simplemente por saberse perteneciente a la comunidad humana.
Segunda gran confusión: Equiparar la felicidad con el placer
Como ya hemos visto, la gente suele identificar ser feliz con estar disfrutando de lo que sucede. Hasta dice “soy tan feliz…” el día que todo ha salido como pensaba o cada vez que le ocurre algo muy divertido. Es esta confusión de placer instantáneo con felicidad lo que motiva que muchos hombres y mujeres sostengan con convicción que como no se puede estar siempre gozando de lo que sucede, la felicidad no existe más que en fugaces momentos placenteros. Si algo me sale bien, o si hago un buen negocio, o si gano mucho dinero, puede ser que me sienta feliz o puede ser que no. De hecho, nada garantiza que algo agradable, que me da cierta cuota de alegría, se identifique con la felicidad. Que me cuenten un chiste y me ría, no quiere decir que esté siendo feliz.
Tercera gran confusión: Creer que con el amor alcanza
La vida es una transacción amorosa, no una transacción comercial. El amor que sentimos por nuestras mascotas es absolutamente compensado con un igualmente incondicional amor de su parte. Y este amor mutuo es de la mejor calidad, “el regocijo por la sola existencia del ser amado”. Evidentemente, la idea de sostener tamaña incondicionalidad se acaba con nuestros padres. Es indudable que merecemos un trato decente de parte de todos los seres humanos y que estamos de alguna forma obligados a retribuirlo; pero es preciso construir y actualizar permanentemente el respeto y el amor.
El amor adulto nunca es incondicional. Depende de lo que doy y de lo que recibo. Y hay que nutrirlo y alimentarlo. No importa cuanto yo haya llegado a amar a mi pareja; este amor depende de cómo se conduzca el otro, de lo que sienta por mí, de su manera de actuar.
Cuarta gran confusión: Escapar del dolor
No intentes escapar de la pena. El dolor es una manera de enseñarte dónde está el amor. El dolor de afuera y el dolor de adentro; el dolor de tu cuerpo que te avisa que algo está funcionando mal, y el dolor que te avisa que estás yendo por un camino equivocado.
El dolor es un maestro, está allí para enseñarnos un camino.
Cuidado con temer al dolor. Si en algún momento te toca sufrir, no te asustes, no te escapes, no te rindas. Puede ser que la realidad te haga retroceder, pero de todas maneras lo importante, acordate, es estar en el camino, no llegar a algún lugar.
Quinta gran confusión: Sobrevalorar lo que falta
El ser humano tiene la tendencia de sabotear su propia felicidad, y una de las maneras más comunes y efectivas, es la de buscar la más mínima imperfección hasta en los escenarios más hermosos. Todos somos capaces de imaginar una vida más perfecta; lo destructivo en todo caso es que ese imaginario sea utilizado para fabricarnos un argumento que nos condene a vivir pendientes de lo que falta. Desde el sentido estricto de la palabra, la idea de con-formarse (adaptarse a una nueva forma), me parece encantadora. Y por lo tanto, la idea de ser un conformista, uno que prefiere conformarse, no sólo no me insulta, sino que me halaga. Pero conformarse no significa dejar de estar interesado en lo que sucede ni bajar necesariamente la cabeza. No tiene que ver con la resignación, sino con reconocer el punto de partida de un cambio, con el abandono de la urgencia de que algo sea diferente y la gratitud con la vida por ser capaz de intentar construir lo que sigue.
Este agradecimiento con la vida es una de las claves de la felicidad, y todo lo que socave esta gratitud habrá de ponerle trabas a la posibilidad de ser felices.
Las expectativas son dañinos obstáculos para una buena relación con la vida. Es casi obvio que cuantas más expectativas tengamos, menos habremos satisfecho y por tanto menos gratitud sentiremos.
EXPECTATIVAS DE PADRES E HIJOS
Si de verdad no querés vivir en un mundo lleno de expectativas, no vivas comparándote. No evalúes lo que tenés en base a lo que el otro tiene. No te vuelvas loco por conseguir en base a lo que el otro consiguió. No te compares: así evitarás que tu felicidad dependa de otros. Nuestros padres, adorables, nos enseñaron a crear nuestras propias expectativas y plantaron en nuestro jardín las suyas para que florecieran. Incluso los padres más bondadosos y esclarecidos se constituyen a menudo en los mayores causantes de algunos de los caminos más infelices.
La maldad es el resultado de la ignorancia. Y la ignorancia, de la falta de educación. La maldad se combate con más, y más y más educación.
GENÉTICA O FILOSOFÍA DE LA VIDA
Así como la medicina clásica determinaba los cuatro temperamentos básicos y encontraba correlatos clínicos entre las enfermedades somáticas y los rasgos temperamentales, la psicogenética parece haber confirmado que algunos de nosotros hemos nacido con una personalidad predispuesta hacia el optimismo o la alegría y algunos con una personalidad predispuesta a la queja pesimista. En otras palabras, la exploración y la conciencia de mi tendencia a la insatisfacción pueden y deben conducirme a un trabajo más arduo conmigo mismo en lugar de guiarme a un abandono resignado a “mi mala suerte”. La tarea es el desarrollo de cierta disciplina interna que me permita experimentar una transformación de mi actitud, una modificación de mi perspectiva y un mejor enfoque acerca de la vida, el éxito o la felicidad misma. Yo sostengo que, más allá de ciertos determinantes reales, nuestra posibilidad de ser felices está mucho más relacionada con nuestra filosofía de la vida que con la bioquímica de los neurotransmisores que heredamos. Pensar en lo hereditario, me des-responsabiliza del resultado. Pero si no es un tema genético, ¿Cómo hago para deshacerme del condicionamiento que genera la educación que recibí y que luego trasladé a mis hijos en complicidad con la sociedad entera? Es básicamente un cambio de actitud, que empezará a suceder el día del descubrimiento de que puedo sanar mi conexión competitiva y mezquina con el mundo. La vida se evalúa basándose en el recorrido, no en el lugar de llegada. La vida se evalúa en base a como transito, no en base a cuanto consigo juntar en el camino. El camino no es satisfacer a quienes hubieran querido que seamos tal o cual cosa.
Privilegiando el resultado puedo con suerte conquistar momentos de gloria. Privilegiando el proyecto y siendo éste el camino, puedo cambiar esos momentos de esplendor por el ser feliz. El camino marca una dirección y una dirección es mucho más que un resultado.
EL SENTIDO Y EL PROPÓSITO SON ESENCIALES
Si la necesidad de un sentido y un propósito es indispensable para la vida, cuanto más lo será para la felicidad, una de las características fundamentales del ser humano. Optar por encontrar lo positivo y centrarse en ello, no es, en absoluto, una forma de engaño.
La búsqueda de la felicidad no es sólo un derecho de algunos, es para mí una obligación natural de todos.
La búsqueda del sentido
La felicidad produce beneficios, muchos de ellos inherentes al individuo, muchos más que trascienden a su familia y al conjunto de la sociedad.
Grupo I: Los románticos hedonistas, quienes sostienen que la felicidad consiste en lograr lo que uno quiere.
Grupo II: Los de baja capacidad de frustración, los que creen que la felicidad tiene que ver con evitar todo dolor y frustración.
Grupo III: Los pilotos de globos de ilusión, que viven un poco en el aire y que aseguran que la felicidad no tiene casi relación con el afuera, sino con un proceso interior.
El rumbo es una cosa, y la meta es otra. La meta es el punto de llegada, el camino es cómo llegar; el rumbo es la dirección, el sentido.
La felicidad es para mí, la satisfacción de saberse en el camino correcto. La felicidad es la tranquilidad interna de quien sabe hacia dónde dirige su vida. La felicidad es la certeza de no estar perdido. La cuestión es que, aunque el afuera no me deje ver la costa, si yo sé hacia dónde voy, nunca me interesa el lugar al que llegar, sino la dirección en la que avanzo.
Si la felicidad dependiera de las metas, dependería del momento de la llegada. En cambio, si depende de encontrar el rumbo, lo único que importa es estar en camino y que ese camino sea el correcto.
Cuando mi camino está orientado en coincidencia con el sentido que le doy a mi vida, estoy en el camino correcto. Todos los caminos son correctos si voy en el rumbo. En la vida, el rumbo lo marca el sentido que cada uno decida darle a su existencia: ¿Para qué vivo? No por qué, sino para qué. No cómo, sino para qué. No con quién, sino para qué. No de qué, sino para qué. ¿Qué sentido tiene tu vida? Contestar con sinceridad esta pregunta es encontrar la brújula para el viaje. Y sin embargo, encontrar la propia respuesta no es tan difícil. Sobre todo si me animo a no tratar de convencer a nadie. Sobre todo si me atrevo a no tomar prestados de por vida sentidos ajenos. Sobre todo si no me dejo convencer por cualquier idiota que me diga:”No, ése no puede ser tu rumbo”.
Encontrar el sentido de tu vida es descubrir la llave de la felicidad. La respuesta está dentro de vos mismo.
Cada uno construye su vida eligiendo su camino. No puedo construir un camino donde quede garantizado que yo consiga todas las metas que me proponga, pero sí puedo elegir el que vaya en la misma dirección que el propósito que decidí para mi vida. Cuando el camino es correcto se tiene la certeza de no estar perdido, se siente la satisfacción de saber que uno ha encontrado el rumbo. La habilidad para sobrevivir a las atrocidades de nuestro mundo un poco cruel no se apoya en la juventud, en la fuerza física o en los éxitos obtenidos en combate, sino en la fortaleza derivada de hallar un significado a cada experiencia. Fortaleza que se expresa, en la paciencia y en la aceptación, entendiendo ambas como la cancelación de la urgencia de cambio. El propósito de nuestra vida ha de ser claro para poder tomar la decisión correcta. Porque estaremos actuando para dotarnos de algo permanente, con una actitud que supone “moverse hacia” en lugar de alejarse, esto es, abrazar la vida en lugar de rechazarla.