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 EL VIAJE A LA MADUREZ



Enero 05, 2011, 05:40:46 pm
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EL VIAJE A LA MADUREZ
« en: Enero 05, 2011, 05:40:46 pm »

EL VIAJE A LA MADUREZ

Hacernos mayores no significa sólo sumar años, sino descubrir a través de las experiencias adquiridas la esencia del mundo y de uno misma.
Para el sistema productivo es ideal una mentalidad infantilizada que se deja atrapar por las modas y perpetúa los temores adolescentes: miedo a envejecer, a asumir responsabilidades, a ganar experiencia, a cambiar con los tiempos.

LA CÚPULA FAMILIAR

En el fondo de todos estos temores está el miedo a crecer. Sabemos quiénes somos ahora, pero nos da vértigo pensar en lo que seremos, porque alcanzar metas más elevadas requerirá un esfuerzo y un aprendizaje, ya que madurar es, en esencia, aprender.
En su ensayo La madurez personal, el profesor Juan José Zacarés apunta que el verdadero objetivo de crecer es que cada persona pueda llegar a ser lo que realmente es. En sus propias palabras:”Una persona madura es aquella que logra, o se encuentra en vías de lograr, la máxima realización de sus potencialidades únicas e irrepetibles, de todo lo que cada peculiar persona puede llegar a ser. La madurez como plenitud de la existencia no es una etapa o fase más del desarrollo, sino una conquista individual. Todos los individuos alcanzan la edad adulta, pero no todos consiguen la madurez personal”.
¿En qué consiste la madurez personal? Podemos resumir este conjunto de atributos y valores en cinco puntos:
LIBERTAD. La persona madura es capaz de juzgar por sí misma y no necesita repetir consignas de otros.
CRITERIO. Tiene suficiente experiencia e intuición  para elegir sus propias normas de actuación.
FIABILIDAD. Asume responsabilidades e inspira confianza a la hora de emprender cualquier proyecto.
SEGURIDAD. No depende de la opinión o de la aprobación de terceras personas.
FLEXIBILIDAD. En lugar de hundirse ante los contratiempos, sabe mantener la calma y adaptarse a la nueva situación.

Las personas que llegan a la edad adulta sin desarrollar estos valores se encuentran con grandes dificultades para hallar su lugar en el mundo y realizarse como seres humanos. De hecho, ser inmaduro es un problema cada vez más extendido y suele tener su origen en la sobreprotección por parte de los padres. Los niños que han crecido a salvo del mundo por la cúpula familiar, como en La Fuga de Logan, no desarrollan un criterio propio de pensamiento y actuación, ya que prefieren adoptar el de los padres. El problema es que, cuando abandonan la cúpula protectora, se van a enfrentar a un escenario de competencia descarnada y golpes que llegan sin previo aviso.

UNA GENERACIÓN INMADURA

Los niños que han crecido apartados de los peligros y fracasos no saben cómo enfrentarse a las dificultades, con lo que sucumben a la inseguridad y se enrocan en actitudes victimistas o infantiles, a menudo ambas, a la vez que se vuelven dependientes de terceras personas. El psicólogo y terapeuta Antoni Bolinches ha publicado recientemente Peter Pan puede crecer, un ensayo en el que analiza el llamado síndrome de Peter Pan. Esta pauta de conducta infantil, que cuando se definió en 1983 se identificaba con una minoría de adultos, afecta hoy a alrededor del 50% de la población masculina de Occidente, en mayor o menor grado.
Según este autor, las causas de la creciente inmadurez no sólo en los hombres, hay que buscarlas en “un modelo de sociedad consumista que ha creado una idea de felicidad en la que se requiere poco esfuerzo para conseguir las cosas, así como en un estilo de educación excesivamente permisivo, que se ha olvidado de enseñar la resistencia a la frustración”.
Los peterpanes fracasan especialmente en las relaciones amorosas. No soportan sufrir y, por lo tanto, no asumen los riesgos de una relación de pareja, lo cual les convierte en solteros a la fuerza o directamente  fracasados sentimentales.
Antoni Bolinches hace la siguiente reflexión sobre la madurez: “No podemos detener el tiempo ni podemos evitar el envejecimiento, pero sí podemos elegir lo que hacemos durante nuestro viaje por la vida. Podemos aprovecharlo para aprender de lo que vamos viviendo, o podemos vivir como si el tiempo no pasara. Si elegimos el primer camino, tenemos muchas posibilidades de convertirnos en adultos maduros y autorrealizados.
Pero, si elegimos el segundo, es muy problable que acabemos convertidos en seres desorientados que, por miedo al Presente y al Ahora, corramos el riesgo de quedarnos para siempre en el País de Nunca Jamás. A nosotros nos toca decidir hacia dónde queremos volar”.

EL TEST DE PETER PAN

Para los lectores que dudan si adolecen o no de este síndrome, algunos síntomas pueden ser reveladores, como estos:
Entramos en conflicto con personas de nuestro entorno debido a que nos consideran egoístas o poco responsables.
Tendemos a aparentar lo que no somos o exageramos los méritos para captar interés de posibles presas sexuales.
Necesitamos sentirnos queridos, pero nos cansamos de las personas con las que mantenemos una relación.
Nos gusta flirtear en reuniones sociales, por mucho que incomode a nuestra pareja, en caso de tenerla.
Somos presa del mal humor cuando no satisfacemos el deseo más inmediato.
Necesitamos ser el centro de atención en cualquier situación pública.
Nuestra seguridad depende de la aceptación y elogios de los demás.
Tendemos a culpabilizar a terceras personas de los problemas, en lugar de actuar inmediatamente para resolverlos.
Entre lo que nos gustaría hacer y lo que debemos hacer, acostumbramos a inclinarnos por lo primero.
Incumplimos los compromisos que hemos aceptado por voluntad propia.

Reconocerse en cuatro o más de estas situaciones significa que se sufre el síndrome Peter Pan y que, por lo tanto, necesitamos un ejercicio de reflexión para salir de estos límites.
Es importante entender que la madurez no es un estado, sino un proceso de mejora continua, una forma de entender el viaje de la vida. Actuar movido por los deseos inmediatos es como un turista que se limitara a ver los monumentos de la guía, sin entender nada del país que está recorriendo.

MADUREZ INTELECTUAL

La diplomática de Naciones Unidas y esposa del presidente de EEUU Eleanor Roosevelt definía así las cualidades intelectuales de una persona madura: “Aquella que no piensa en absolutos, sino que es capaz de ser objetiva incluso en momentos de gran agitación emocional; aquella que ha aprendido que el bien y el mal se hallan dentro de cada persona y en todas las cosas”.
Más allá de las dificultades en el ámbito de la pareja, un aspecto problemático de las personas inmaduras es su adicción a dividir el mundo entre buenos y malos.
Puesto que acostumbran a carecer de espíritu autocrítico, les cuesta aceptar que tal vez no tengan razón. Al situarse enfermizamente como víctimas, tienen la impresión de que la humanidad entera confabula en su contra. El inmaduro se siente muchas veces injustamente tratado, o poco correspondido por personas que le deben favores; interpreta la falta de atención como una ofensa y un comentario desafortunado como una declaración de guerra. Anclado en el niño que era el centro de la familia y obtenía respuesta satisfactoria a sus pataletas, no logra entender que el mundo fuera del hogar no gire también a su alrededor.
Eso le lleva a la distinción simplista entre buenos y malos, de la que no se salvan algunos dirigentes políticos, que se comportan emocionalmente como niños con demasiado poder.
Sobre esto mismo, el conocido actor John Malkovich se refería en una entrevista al renoconocimiento de la dualidad como signo de madurez. Cuando un periodista le preguntó qué opinaba sobre los grupos fascistas de nuevo cuño que afloraban en las ciudades, respondió: “No me da miedo el neonazi que pasea por mi barrio. Me da miedo el neonazi que habita dentro de mí”.

EL VALOR DE LA MADUREZ

Crecer no sólo implica controlar los propios deseos y asumir responsabilidades, sino también separarnos del egocentrismo que impide valorar de forma más objetiva nuestros actos y los de los demás. Entender, por ejemplo, que otras visiones son tan válidas como las nuestras, aunque no desagraden. En definitiva: renunciar a las verdades absolutas para entender la relatividad de las cosas.
Así como la infancia nos produce nostalgia y la juventud genera envidia y admiración, la madurez es una etapa igual de excitante si sabemos reconocer su valor. De niños nos rodeaba un mundo siempre nuevo. Cada día estaba lleno de lecciones que nos costaba asimilar, porque estábamos sobrepasados por todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Esto explica por qué a edades tempranas resulta tan difícil mantener la atención durante un tiempo prolongado. En la infancia crecemos empujados por el viento de la vida sin ser conscientes de las reglas de juego.
La juventud se caracteriza por la arrogancia de los extremos. Queremos vivir tan intensamente que nos dejamos guiar por los impulsos y muchas veces nos estrellamos contra los muros de la realidad. Todo es blanco o negro y magnificamos tanto lo que nos sucede que cualquier pequeña dificultad se vive como un terremoto. Es una etapa de vigor y pasión, pero también de sufrimiento y confusión.
A medida que ganamos madurez, el mundo nos sorprende menos y mantenemos más a raya nuestras emociones, lo cual no significa que debamos nadar en la apatía. Al contrario, tras descubrir el mundo en la infancia y descubrirnos a nosotros mismos, por ejemplo, a través del amor en la juventud, la madurez es el momento de sumar ambos aprendizajes.
El conocimiento del mundo y de nosotros mismos nos abre la puerta a una relación más intensa y profunda con la vida. No es casual que sea justamente en esta etapa cuando muchas personas se lanzan a escribir una novela, cuando encuentran una causa que da sentido a sus días o incluso cuando se embarcan en una aventura que de jóvenes les hubiera hecho temblar.
A fin de cuentas, como dijo lúcidamente el saxofonista norteamericano Randall Hall, la madurez también es saber cuándo debes ser inmaduro.

DECÁLOGO DE LA MADUREZ

El autor de Peter Pan  puede crecer propone diez claves para dejar atrás la inmadurez y empezar a vivir como una persona libre, proactiva y sin complejos.
?   AUTOESTIMA. Aceptar que si no empezamos a querernos a nosotros mismos, difícilmente obtendremos y conservaremos el amor de los demás.
?   RESPONSABILIDAD. Tener en cuenta que, aunque nuestros problemas vengan de la infancia, las soluciones sólo las podemos encontrar siendo adultos.
?   AQUÍ Y AHORA. Si no somos capaces de volar hacia el País del Presente, corremos el riesgo de quedarnos para siempre en el País de Nunca Jamás.
?   CONFIANZA. Recurrir a nuestras propias capacidades y valores para corregir cualquier déficit de autoestima.
?   AUTONOMÍA. Creer en nuestras posibilidades y aprender a llevarlas a la práctica con planes de acción concretos que no dependan de terceras personas.
?   REFLEXIÓN. Convertirnos en maestros de nosotros mismos y, a través del diálogo interior, decidir lo que debemos hacer para llegar a ser lo que queremos.
?   RUMBO PROPIO. Tener presente que, en todo momento  y lugar, estamos capacitados para corregir nuestros errores y reorientar el rumbo de nuestra vida.
?   INTREPIDEZ. No olvidar que nunca es tarde para cambiar y que siempre estamos a tiempo de mejorar, aunque cuando antes iniciemos el proceso, mayor será el beneficio que obtendremos.
?   PROVISIONALIDAD. Los buenos momentos son para disfrutar y los malos para aprender. Aceptar lo que no podemos cambiar y tomar las decisiones necesarias para cambiar lo que sí podemos.
?   FINALIDAD. Con la madurez tendremos tres grandes recompensas: viviremos con coherencia, nos sentiremos realizados y seremos dignos de ser amados.


(TEXTO: FRANCESC MIRALLES)


 

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