El Yo
Concepto complejo, también considerado como Ego o Personalidad, no es el Espíritu ni lo que se conoce como Yo Espiritual, que permanece oculto. En el ser humano es el sentimiento de auto-consciencia, el “Yo soy un Yo”, algo que en la inmensa mayoría de la humanidad no existía hasta hace poco. Ya sabemos que en épocas pasadas el sentimiento que prevalecía era el de la pertenencia grupal a una familia, tribu, raza, nacionalidad, linaje, etc., con mayor arraigo según retrocedamos en la historia evolutiva humana. El Yo humano, como se manifiesta en la actualidad, es el resultado de un proceso de cambio de consciencia que comienza en el siglo XV y que eclosiona de forma masiva a lo largo del siglo XX.
Los procesos de individualización del ser humano, característicos de lo que conocemos como la época del Alma Consciente en la que estamos, son imprescindibles para que el hombre pueda conquistar su libertad, aunque muy problemáticos, dado que la fuerza cualitativa que promueve la yoidad es la del egoísmo. Ya sabemos que el ideal de las clases dominantes es el de que existan grupos humanos dóciles, con ideologías, normas y tradiciones asumidas por todos, fácilmente controlables y así lograr la “paz social”, tan deseada por todos los gobernantes y que significa: “obedece y calla”. Todo lo cual ya no es propio de nuestra época de despertar de la consciencia individual y libre utilización del pensamiento y desarrollo de la moralidad.
Existen individuos que son propensos a formar parte de grupos o asociaciones, sobre todo en Oriente, mientras que otros, sobre todo en Occidente, lo que quieren es defender sus propias peculiaridades individuales, independizándose de normas, dogmas, creencias y doctrinas impuestas. A partir de 1900 se produce una especie de fractura en la que se hace necesario que el ser humano piense, y por tanto actúe de otra forma, en base a un proceso de individualización en el que se reivindican los derechos humanos. Me libero de los condicionamientos del pasado desembarazándome de doctrinas y costumbres, asumiendo el contenido de mi propia alma y no en función de lo que otros decidan. Es un proceso necesario de “limpieza” pero que también produce un vacío en muchas almas. Es un proceso que tiene que pasar, nos guste o no, en el que el ser humano tiene que ganar su libertad. Es una situación nueva para la que no estamos preparados, peligrosa porque nos vemos abocados a decidir responsablemente sobre nuestra propia vida: ¿Qué quiero ver, oír, aprender e integrar libremente en mi alma?
Pero la individualización también puede desembocar en un egoísmo individualista en el que se considere a los otros congéneres como competidores o enemigos a combatir, o mundo de ganadores frente a los perdedores, sobre todo en la cultura germano-anglo-sajona con justificación en las doctrinas luterano-calvinistas. (Predestinación Divina, etc.)
La fuerza del Yo proviene de que el alma se siente a si misma en el interior del cuerpo físico-material, ancla para el alma, sin la cual no tendríamos ese sentimiento de estar aislados de los demás, separados por la piel: “lo de dentro soy Yo.”
Ya en 1908 Steiner hizo hincapié en su ciclo de conferencias sobre el Apocalipsis de San Juan, en que es este Yo la causa de que los hombres se puedan tornar anímicamente duros y rígidos buscando poner al servicio de este yo suyo todas las cosas y bienes que están a su disposición para apropiarse de una parte del patrimonio colectivo en calidad de posesión personal, esforzándose por expulsar de su territorio a todos los demás, combatiéndoles, etc. Ese Yo es a la vez aquello que confiere al ser humano su independencia, su libertad intrínseca y lo que realza al hombre, en donde reside su dignidad humana; constituye el germen de lo divino en el hombre y es el garante más elevado del destino del ser humano. Si no encuentra el camino del Amor y se encierra en si mismo, es a la vez el seductor que hace caer al ser humano en el abismo. Entonces es el Yo el elemento que crea discordia entre la gente y les induce a la guerra de todos contra todos, de individuos, clases, castas, sexos, y generaciones, no sólo entre naciones. Puede llevar a lo más sublime, pero también a lo infernal. Es la “espada de doble filo” del Apocalipsis.
El Yo real Superior o Eterno
Rudolf Steiner, el fundador de la Antroposofía, nos viene a decir que “el yo vive en el cuerpo y en el alma, pero el espíritu que vive en el yo es algo eterno. Todo lo que en el yo se acoge de lo físico-material desaparecerá después de la muerte, pero lo que tenga ese yo que ver con las leyes del Espíritu adquiere carácter de eternidad”. Es decir, en el sentido eterno de la realidad, de esencia del Bien (de lo que sea conveniente para el conjunto espiritual), de la Verdad (acorde con la realidad espiritual), y de la Belleza (en el sentido de que sea armónico para la función conjunta de todos los seres que componen el Cosmos). Este trabajo que podemos hacer en el Alma Consciente es algo que podemos conservar después de nuestra muerte, adquiere carácter de eternidad.
En la encarnación actual del hombre podemos distinguir entre el Yo auto-consciente, que ya hemos estudiado, y el Yo Superior, que como esencia espiritual permanece en estado germinal en el ser humano, produce una única y pasajera manifestación parcial de si mismo, y que después de la muerte puede integrar las experiencias vividas por el Yo inferior (ego o personalidad) a su devenir eterno. Steiner nos dice que el Yo Superior no está al alcance del hombre, que tiene su existencia más allá de la conciencia común.
Algunas consideraciones adicionales en respuesta a preguntas de los asistentes.
En los procesos egóicos de individualización necesariamente se producen manifestaciones que podemos considerar anti-sociales en base a las leyes de afinidad, o de simpatía/antipatía. Es una cuestión técnica, no moral. Por ejemplo, en el proceso de hablar y escuchar cuando hablamos tendemos a reafirmarnos constantemente (antipatía opuesta a la apertura o simpatía que tienen que poner los escuchantes para que llegue a su yo, y viceversa). Las fuerzas de sentimiento o afectivas produce efectos de simpatía/antipatía (según nuestras afinidades) en nuestros juicios, lo cual no es lo apropiado, dado que se mueven en el subconsciente y ocasionan juicios erróneos que siempre van a ser unilaterales, subjetivos y parciales. Ocasionan imágenes falsificadas por nuestros prejuicios en lo afectivo. Corrientes vitales antisociales en la sociedad humana. Sin embargo las fuerzas de pensamiento se mueven en la conciencia y nos pueden dirigir hacia la realidad.
Con respecto a la vida anímica nos dice Steiner que si amamos a alguien, en realidad lo que amamos es la satisfacción que nos produce la unión anímica con la otra persona (lo que se cree amor auténtico es una ilusión), en realidad es amor propio o egoísmo disfrazado, origen de los impulsos antisociales más fuertes. Es decir, lo que yo amo son los sentimientos tan agradables que obtengo cuando me acerco a otra persona, sensaciones en mi alma que quiero repetir. Cuando lo anímico sensorial en mi alma ya no me provoca placer, se deja de amar. No es amor, y menos aún amor espiritual.
El ejercicio y vivencia de la yoidad, en principio, nos aparta de los demás para que podamos reafirmarnos. Por ello es necesario desarrollar correctamente el “yo” ante las tormentas de los sentimientos, como fuerza modeladora a trabajar y cultivar. Entre el egoísmo del yo y el mundo mi conciencia puede sobreponerse a ese egoísmo automático y empezar a equilibrar y atemperar esa fuerza unilateral.
Necesitamos el egoísmo para poder asentarnos y tener una firmeza interior (ante el caos de sensaciones que nos desbordan), pero también poder gobernar esa fuerza egóica interior para relacionarnos de forma socialmente correcta mediante el fortalecimiento de las fuerzas morales más nobles (de fraternidad), amortiguando las fuerzas anímicas propias y poder sentir los dolores y alegrías de otros seres, surgiendo así el amor verdadero en la vida humana.
La realidad espiritual se expresa en el mundo físico mediante el verdadero amor fraternal que podemos ir desarrollando. La propia egoidad hay que reconocerla para poder manejarla. Podemos empezar por intentar desarrollar el amor a la Verdad: No tengo que relacionar constantemente el contenido de mis conocimientos con mi ego, con cómo me afectan en la vida. La realidad es como es, independientemente de mi; yo soy uno más entre casi 7000 millones de seres humanos encarnados, pero la Verdad es Cósmica, está por encima de todos como algo global universal. Requiere sobreponerme a lo humano personal en cualquier camino de espiritualidad, lo que Steiner denomina como “abnegación en el conocimiento”. Tengo la responsabilidad moral de trabajar mi yo para aspirar a contactar con los mundos espirituales, con las verdades universales.
En resumen, tenemos un alma en donde se desarrollan todas nuestras capacidades, que vive en un centro que es el Yo soy , formado por un egoísmo que me posibilita el independizarme de todo lo tradicional-cultural del pasado para que pueda desarrollar libremente un conocimiento a través de un pensar libre que pueda contactar con las verdades espirituales que siempre estarán en relación directa con el Bien (con lo correcto para el conjunto del Cosmos), con la Verdad ( con la constitución y funcionamiento real de ese Cosmos) y con la Belleza ( o la armonía manifestada en cada parte de ese conjunto).
Todos tenemos la estructura apropiada para comprender lo que podemos hacer hoy de forma correcta. Entender que soy un yo, ego o personalidad, que es el centro de un escenario anímico en el que se manifiestan multitud de estímulos, desde mis impulsos volitivos incontrolados, desde mis sentimientos que siempre están sesgados a un lado u otro, o desde mi pensamiento controlado, el que hoy poseo. Y a partir de ahí, desde una estructura caótica, ir armonizando todo ello, lo mejor que pueda, hacia un equilibrio, en un proceso que nos va a ir indicando el camino a seguir. Lo que realmente importa es sentir la esencia inmortal, eterna, que se tiene que nutrir de lo que espiritualmente y en libertad yo pueda y quiera aportar.
Realmente lo que hoy necesitamos es entender como funciona la realidad global, no permaneciendo al margen de la realidad social convencional; estando aquí, saber como integrar los valores espirituales (no los místicos o religiosos aprendidos o impuestos) que sean comprensibles y explicables para que todos los puedan practicar. El mundo espiritual necesita que muchos ”yoes” sean conscientes de esto que la cultura imperante nos ha robado.
(Extracto de una charla dada por Miguel Ángel Quiñones en el “Centro de Luz” de Las Rozas, Madrid, el 29 de enero del 2010)
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