EL ENOJO
Basado en ideas de Guy Braeckman
“Cualquiera puede enojarse, eso es algo muy sencillo. Pero enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.
(Aristóteles)
“El enojo es la expresión hacia el exterior de un desorden interior.”
El enojo nunca nos deja satisfechos.
Nos enojamos poco o demasiado.
Hemos manifestado nuestra rabia, nuestro rencor aletargado, los peores sentimientos…
Se los hemos echado en cara al otro, y ahora –una vez que se ha apagado la explosión- se crea una sensación que se va a ir apaciguando, y nos va a dejar a solas con nuestra conciencia.
Luego viene una etapa de culpabilización o arrepentimiento. “Tenía que haberme callado…”, “no tenía que haber actuado como lo hice…”, “tengo que tener más paciencia…”
El que ha sido un acosador del otro, ahora se convierte en víctima de sus sentimientos. Pasa a un estado de intranquilidad, de insatisfacción. Se está juzgando y no sale bien parado, porque no quería decir lo que dijo o hacer lo que hizo. O, por lo menos, del modo que lo dijo y del modo que lo hizo.
Si observas a alguien que está enojado, y se muestra y expresa como tal, sentirás vergüenza ajena. Es un espectáculo nada agradable.
Te das cuenta de que no se está comportando de un modo civilizado, que está siendo injusto, que no está comprendiendo ni respetando al otro, que está abusando de su situación o su poder.
Y es que detrás de todo acto de enojo se encuentra, aunque uno no lo sepa porque está muy escondido, el miedo.
Una persona enojada es un niño asustado manifestándose hacia el exterior.
Si fuera un adulto, dialogaría.
A alguien que está enojado, hay que preguntarle: Entiendo tu miedo, pero… ¿De qué tienes miedo?
Si es mujer, hay que hacerlo desde una actitud de PADRE; si es hombre, desde una actitud de MADRE.
Los padres no tienen que olvidar que siguen siendo padres SIEMPRE, que son un modelo para sus hijos a todas horas y durante toda su vida.
Es importante seguir manteniendo esa imagen para los hijos, y actuar como tales: demostrando entereza, fortaleza… pero dejando ver también, cuando ocurran, que las cosas no salen siempre como uno quisiera. O sea, poniéndoles los pies en la tierra y no pintándoles un mundo idílico para que protegerles, porque cuando salgan a la vida y se encuentren con la realidad, van a salir mal parados.
El enojo es mejor sacarlo que callarlo y tragárselo; eso sí, hay que hacerlo bien: sacarlo con amor y no con agresividad.
Las “conversaciones” con quien está, o con quien se está, enojado es mejor aplazarlas hasta el día u ocasión siguiente.
Por lo leído anteriormente: porque se corre el grave riesgo de hacerlo irremediablemente mal.
Después del enojo es conveniente plantearse: ¿Qué voy a hacer la próxima vez que me enoje?
Y tenerlo muy claro, para que, cuando se presente la siguiente ocasión, estar prevenido, alerta, y en vez de reaccionar del modo inadecuado hacerlo del modo que sea enriquecedor para ambos.
Tenemos que conformarnos con ser Humanos, y no molestarnos si comprobamos que no somos Dioses Divinos en todas las ocasiones.
Es bueno recordar que todas las cosas que nos pasan en la vida, tienen una razón y son una oportunidad de reflexión.
Porque no terminamos de aprender nunca: no nos llega esta vida para ello.
A veces creemos que hemos aprendido una lección, pero en cuanto se presenta la siguiente ocasión igual, volvemos a la rutina de la costumbre, a la reacción sin reflexión, y tropezamos en la misma piedra.
Hay que darse cuenta y recapacitar, y hay que marcarse un propósito de enmienda una y otra vez, y hay que ser paciente y comprensivo si uno vuelve a hacerlo de un modo no adecuado la próxima vez… pero también hay que ser un poco autoexigente para que poner más atención en la próxima ocasión.