A veces pienso que, cuando llegue el último día, tendré un instante de lucidez y me haré la misma pregunta que ahora me hago:
¿He sabido amar?
y quizás me haga otra:
¿He permitido ser amado?
Es que es lo único que necesito llevarme de aquí.
Quisiera tener entonces motivos suficientes para responder que sí.