El zoroastrismo es la más antigua de las religiones fundadas: fue instituida hace al menos dos mil setecientos años por una personalidad histórica, Zaratustra o Zoroastro (procedente de Zoroastres, la forma helenizada más común del avéstico Zarathushtrd). También se define como mazdeísmo, por el nombre del dios supremo Ahura Mazda, «el Sabio Señor», o como «la Buena Religión».
Durante su larga historia, el zoroastrismo pasó por tres fases principales: la de los orígenes, marcada por el mensaje de Zoroastro; la del período siguiente, que coincidió con la aparición de tres imperios (de los aqueménidas, de los partos y de los sasánidas), que se remitieron de distintas formas al mensaje del fundador; la fase posterior a la conquista islámica de Irán (siglo VII d.C), durante la cual el zoroastrismo se mantuvo vivo, además de entre la exigua minoría que permaneció en Irán, sobre todo gracias a la pequeña pero influyente minoría de los pársi de la India y de Pakistán.
Aunque el número actual de seguidores gira en torno a los 100.000 (unos 25.000 en Irán, y el resto repartidos entre la India y Pakistán o emigrados a otras partes del mundo), el zoroastrismo constituye, por la importancia de su contribución, una de las grandes tradiciones de la historia religiosa de la humanidad. Su rasgo distintivo es el dualismo, unido a la importancia capital que tiene el Mal en el pensamiento y en la vida de sus creyentes: aun siendo omnipotente y creador, Ahura Mazda se enfrenta a un dios que es la personificación del mal.
En virtud de su libre albedrío, el creyente es invitado a elegir entre el Bien y el Mal, y a actuar en consecuencia, promoviendo el Bien y sus obras y rechazando el Mal y sus obras. Si actúa bien, será recompensado como merece en la vida futura. La peculiar teología, que puede definirse como un monoteísmo con tendencias dualistas, el papel destacado de la ética y la importancia de la escatología, basada en un criterio de recompensa individual, constituyen los aspectos fundamentales de esta tradición religiosa.
Creencias
El fuerte componente ético que distingue al zoroastrismo tiene su fundamento teológico en una concepción dualista. Aunque en períodos posteriores, alentados por la confrontación con los tres monoteísmos abrahámicos, los zoroastrianos tendieron a dar prioridad a una concepción monoteísta de su fe en Ahura Mazda, el zoroastrismo clásico, inspirándose en el propio mensaje de su fundador, tiene una visión dualista del mundo divino, dividido entre espíritus benignos y espíritus malignos, encabezados respectivamente por Ahura Mazda y Angra Mainyu. La complejidad de los ángeles y demonios que forman la corte de las dos divinidades principales, en los que se refleja con minuciosa simetría la división dualista de toda la existencia material y espiritual, constituye un rasgo distintivo del zoroastrismo, que posiblemente influyó también en otras tradiciones religiosas con las que entró en contacto a lo largo de su prolongada historia.
En la reflexión teológica del período sasánida —de forma análoga a lo que sucedió con la contemporánea reflexión trinitaria cristiana en los cuatro primeros siglos de nuestra era—, la soberanía de Ahura Mazda fue reinterpretada y explicada a la luz de entidades subordinadas, que representan formas secundarias de su actuación: los seis ame sha spenta o «inmortales benéficos». En las partes más antiguas del Avesta todavía no están organizadas en un sistema definitivo, pero en las más recientes ya aparecen seis: Vohu Manah «buen pensamiento»; Asha «verdad»; Khshathra «poder»-, Armaiti «devoción»; Haurvatát «integridad» y Ameretát «inmortalidad», a las que se añade el propio Ahura Mazda. En los textos zoroástricos del siglo IX d.C., cada amesha spenta es la personificación de un elemento natural: de los bueyes, del fuego, del metal, de la tierra, de las aguas y de las plantas, respectivamente.
El mundo de los demonios está dominado por Angra Mainyu «espíritu maligno» (en los textos del siglo IX d.C. aparece con el nombre de Ahreman, del que deriva rimán). También es un creador, como Ahura Mazda, pero su creación es negativa, es una contracreación paralela, pero de signo contrario a la del sumo dios. Su «no vida» es una imposibilidad de vivir: de ahí que en los textos del siglo IX d.C. se afirme que, mientras que Ohrmazd «es», Ahreman «no es», puesto que no es capaz de hacer que su creación ideal (menóg) tenga existencia real en la vida concreta (getig).
Sus características son además el conocimiento del futuro (de los efectos, no de las causas), la ignorancia básica, la envidia, el ansia de sangre, la concupiscencia y la mentira. Está al frente de una corte de demonios opuestos simétricamente a las entidades benéficas creadas por Ohrmazd. Habita en las tinieblas, en los abismos, en el norte. Es fuente de muerte, de corrupción y de enfermedad, con las que ataca a la creación, penetrando desde el exterior e infectándola, hasta que, cumplido el tiempo limitado en el que están mezclados los dos espíritus, sea aniquilado definitivamente por la fuerza superior de Ohrmazd.
Según la visión zoroástrica del cosmos, la tierra está dividida en siete regiones. En medio de la región central (la única que está habitada por el hombre) se yergue la montaña cósmica que, según una simbología muy extendida, representa con su pico un típico axis mundi, que une la tierra y el cielo. En su cima descansa un extremo del puente de cinvat, por el que pasan las almas de los muertos para alcanzar el cielo.
El mundo fue creado por Ahura Mazda; no es, por tanto, malo en sí mismo, como defienden otras religiones dualistas como el gnosticismo o el maniqueísmo. El mal que en él aparece es obra, como hemos visto, de Angra Mainyu y del ataque desencadenado contra la creación positiva del dios sumo, infectándola y contaminándola. En otras palabras, el dualismo zoroástrico es un dualismo ontológico y metafísico, en el que no existe una oposición entre espíritu y materia, sino entre dos realidades espirituales, una positiva y otra negativa. Separadas en un principio, después del ataque del espíritu del mal se formó una «mezcla» entre ambas, que coincide con la historia misma del cosmos: el fin de esta mezcla y la derrota definitiva del mal son el objetivo de la escatología zoroástrica.
El mundo fue creado en seis fases sucesivas: el cielo, hecho de piedra y de cristal de roca, la tierra, las plantas, los animales y el hombre. Todo ser vivo comparte una doble existencia, menóg y gétíg, que se desarrolla en las tres fases de la separación inicial de la fase menóg, de la posterior mezcla de los dos espíritus en la fase gefíg y en la fase final de su separación, en la que el hombre en estado de pureza vivirá en su cuerpo definitivo.
Según el Bundahisn, la historia del universo abarca un período de doce mil años, dividido en cuatro períodos de treinta mil años cada uno. Los primeros treinta mil años son los de la creación ideal, en el estado menóg', viene a continuación la auténtica creación, su paso al estado getig; el tercer período es el de la mezcla como consecuencia del ataque de Angra Mainyu; los últimos treinta mil años son los de la lucha del hombre contra el mal.
Esta última edad, que comenzó, según la cronología tradicional, con la revelación de Zoroastro en el año 9000 de la creación, prosigue en tres etapas posteriores, de mil años de duración cada una, caracterizadas por la llegada de un salvador o saoshyant. Los tres salvadores son considerados por la tradición hijos de Zoroastro, nacidos de su semen depositado en las aguas de un lago en el que se bañarán tres mujeres vírgenes y quedarán encinta. El último salvador preparará la ambrosía y convertirá la existencia en inmortal e indestructible.
Según las creencias zoroástricas, todo hombre es un compuesto de diferentes elementos, como ahu «vida», baodhah «conocimiento», urvan «alma» y fravashi, la dimensión inmortal y preexistente. En el momento de su muerte, el paso a la otra vida va acompañado de oraciones de buen auspicio por parte de los familiares, que duran tres días. Al término, el alma inicia el viaje que la llevará a conocer su destino final, que depende de su recta actuación en esta vida. Un tema escatológico típico es «el puente de cinvat», que se ensancha cuando lo atraviesa un alma justa; en cambio, se estrecha como el filo de un cuchillo cuando lo hace un alma malvada, de modo que se precipita en el abismo donde le espera el castigo eterno.
Se cree que a veces va al encuentro del alma justa una hermosa joven, su dama, símbolo de las buenas obras realizadas en vida, que lo ayuda a atravesar el puente. Para juzgar al justo se reúne un tribunal divino compuesto por Mithra, Sraosha («obediencia») y Rashnu («juez»); una vez superado el juicio, podrá acceder al paraíso y a las «luces infinitas», tras haber subido a las esferas celestes de los «buenos pensamientos», de las «buenas palabras» y de las «buenas acciones», que corresponden a las estrellas, a la luna y al sol.
Culto
La buena conducta moral no es suficiente por sí sola para asegurar al individuo la recompensa en el Más Allá. De hecho, según versiones que se remontan a los orígenes indoiranios del zoroastrísmo, el mal no sólo se configura como forma ética, sino también, a consecuencia de un complejo sistema de reglas de pureza, como contaminación que proviene de la acción de los espíritus malignos. Hay que combatir estas impurezas, como ocurre en todas las religiones ritualistas, poniendo en práctica un complicadísimo sistema de actos de purificación, puesto que los motivos de impureza son innumerables, desde los cadáveres hasta la menstruación femenina.
De ahí que el zoroastrísmo asigne un papel especial a los sacerdotes, que, además de encargarse del culto al fuego —sobre el que hablaremos más adelante— y de las ceremonias que garantizan la continuidad de la tradición, presiden las prácticas de purificación.
Sólo los varones pueden ser sacerdotes; además, la posibilidad de ser elegidos es hereditaria: de hecho, los sacerdotes se casan, crean una familia y pueden transmitir su peculiar profesión a sus hijos. Para convertirse en sacerdote hace falta que un muchacho, de entre siete y quince años, aprenda, generalmente de memoria, las oraciones y los servicios del culto. Según el nivel de aprendizaje, existen tres grados, por orden ascendente: mobed, ervad y dastur.
Los sacerdotes oficiantes visten de blanco, símbolo de la pureza que deben garantizar. Pueden rezar oraciones por un individuo, esté o no presente en el templo, que no es tanto un lugar donde se celebran ceremonias colectivas como un lugar que cada fiel puede visitar cuando lo desee. Entre los pársi de la India los sacerdotes, por lo general, no reciben un sueldo, sino que viven de las ofrendas que reciben de los fieles a cambio de los servicios prestados; los que tienen un empleo civil pueden prestar sus servicios a tiempo parcial.
El símbolo central de la presencia divina es el fuego, hasta el punto de que los zoroastrianos fueron denominados por sus adversarios «adoradores del fuego». El culto se celebra en el templo del fuego, donde existe una cámara cuadrada en cuyo centro, sobre una plataforma de piedra, se halla una gran urna de metal. Allí arde continuamente el fuego sagrado sobre un lecho de arena o cenizas, mantenido por los sacerdotes dedicados a ello, que añaden leña y recitan las plegarías correspondientes a cada uno de los cinco períodos en que se divide el día.
Para purificar el fuego sagrado, los sacerdotes practican diferentes rituales complejos que, en el caso de la purificación más importante, el atesh Berham («el fuego del [guardián] Varahran»), pueden durar más de tres años. Los zoroastrianos de Irán tienen uno de esos fuegos en la ciudad de Yazd; los pársi de la India tienen ocho, cuatro en Gujarat y cuatro en Bombay. El más reverenciado es el de Udvada, en la costa de Gujarat, al norte de Bombay, y es un centro de importantes peregrinaciones: se dice que quema sin cesar desde hace más de mil años.
También son característicos del zoroastrismo los ritos fúnebres. Puesto que, como hemos dicho, el cadáver es una fuente de impureza, las prácticas fúnebres exigen que, tras haberse llevado a cabo diferentes purificaciones y ceremonias, sea colocado en el dakhma, la «torre del silencio» de forma cilíndrica, al aire libre, para que los buitres y otras aves devoren la carne.
Los huesos limpios y libres, por tanto, de toda impureza se exponen en un lugar situado en el centro del dakhma, cuando un dakhma está lleno de huesos, se construye otro. Los defensores de esta práctica, que en la India ha entrado en crisis, sostienen que, además de responder a las exigencias de pureza, tiene un carácter igualitario, puesto que la ceremonia fúnebre no contempla, en su escueta simplicidad, diferencias de trato entre ricos y pobres.
http://www.oraciones.com.es/h-r/monoteismos/zoroastrismo-culto.htm