El conocimiento gnóstico
En general, entendemos por gnosis (del griego gnosis, «conocimiento») una forma de conocimiento religioso que por sí mismo es salvador. No depende de ningún objeto en particular, puesto que su valor y fundamento residen en él mismo. Se trata, pues, de un conocimiento total, capaz de trascender la dicotomía sujeto/objeto, es más, capaz de trascender cualquier dicotomía, puesto que es un conocimiento absoluto de lo absoluto.
Conocimiento salvador que, por su misma naturaleza, se opone a la fe, la gnosis tiene sus raíces en la experiencia general de división y de escisión por parte del hombre: entre sí mismo y el mundo, entre sí mismo y Dios, entre sí mismo y sí mismo en el sentido del yo empírico.
Desgarro, pues, que amenaza incluso la unidad del individuo, socavando su integridad. Dado su carácter global y absoluto, el conocimiento gnóstico se considera capaz de superar estas dicotomías, recuperando la integridad amenazada y restaurando la unidad perdida.
Aparecen formas gnósticas de conocimiento salvador en numerosas tradiciones religiosas, teístas y no teístas, desde el hinduismo con su dialéctica entre principio ontológico individual o átman y principio ontológico general o Brahmán, al budismo de los orígenes, que para algunos representaría una forma pura (es decir, exenta de referentes mitológicos) de conocimiento gnóstico; desde la qabbalá judía a las formas gnósticas presentes en ciertas tradiciones esotéricas islámicas.
Se trata de formas condicionadas históricamente, que es difícil reducir a la unidad y que, en cualquier caso, hacen que resulte problemático hablar de «gnosis eterna». Lo que una fenomenología de la gnosis puede poner de relieve es, a lo sumo, la oscilación entre estos dos polos: por un lado, la sensación desgarradora de una separación, de una división, de una ruptura, provocadas e inducidas por la existencia del mal, de un mal ontológico que aparece con formas muy variadas en las representaciones mitológicas; y, por el otro, la exigencia, que culmina precisamente en la gnosis, de superar esta escisión, recuperando y restableciendo la unidad perdida.
El gnóstico es, pues, aquel que en virtud de una iluminación o de una revelación (según prevalezca el elemento de la intuición interior o de la comunicación exterior por obra de una figura de salvador), es capaz, recobrando su propio sí mismo, de superar definitivamente los desgarros, restablecer la identidad originaria y, con ello, hacer coincidir arché y lelos, principio y fin, del propio ser.
El conocimiento gnóstico
En general, entendemos por gnosis (del griego gnosis, «conocimiento») una forma de conocimiento religioso que por sí mismo es salvador. No depende de ningún objeto en particular, puesto que su valor y fundamento residen en él mismo. Se trata, pues, de un conocimiento total, capaz de trascender la dicotomía sujeto/objeto, es más, capaz de trascender cualquier dicotomía, puesto que es un conocimiento absoluto de lo absoluto.
Conocimiento salvador que, por su misma naturaleza, se opone a la fe, la gnosis tiene sus raíces en la experiencia general de división y de escisión por parte del hombre: entre sí mismo y el mundo, entre sí mismo y Dios, entre sí mismo y sí mismo en el sentido del yo empírico.
Desgarro, pues, que amenaza incluso la unidad del individuo, socavando su integridad. Dado su carácter global y absoluto, el conocimiento gnóstico se considera capaz de superar estas dicotomías, recuperando la integridad amenazada y restaurando la unidad perdida.
Aparecen formas gnósticas de conocimiento salvador en numerosas tradiciones religiosas, teístas y no teístas, desde el hinduismo con su dialéctica entre principio ontológico individual o átman y principio ontológico general o Brahmán, al budismo de los orígenes, que para algunos representaría una forma pura (es decir, exenta de referentes mitológicos) de conocimiento gnóstico; desde la qabbalá judía a las formas gnósticas presentes en ciertas tradiciones esotéricas islámicas.
Se trata de formas condicionadas históricamente, que es difícil reducir a la unidad y que, en cualquier caso, hacen que resulte problemático hablar de «gnosis eterna». Lo que una fenomenología de la gnosis puede poner de relieve es, a lo sumo, la oscilación entre estos dos polos: por un lado, la sensación desgarradora de una separación, de una división, de una ruptura, provocadas e inducidas por la existencia del mal, de un mal ontológico que aparece con formas muy variadas en las representaciones mitológicas; y, por el otro, la exigencia, que culmina precisamente en la gnosis, de superar esta escisión, recuperando y restableciendo la unidad perdida.
El gnóstico es, pues, aquel que en virtud de una iluminación o de una revelación (según prevalezca el elemento de la intuición interior o de la comunicación exterior por obra de una figura de salvador), es capaz, recobrando su propio sí mismo, de superar definitivamente los desgarros, restablecer la identidad originaria y, con ello, hacer coincidir arché y lelos, principio y fin, del propio ser.
La teología gnóstica
No existe aún hoy en día un acuerdo ni sobre los orígenes del gnosticismo ni sobre la forma de entender la relación entre el tiempo cristiano y el tiempo no cristiano. Por otra parte, es cierto que los gnósticos cristianos fueron, desde un punto de vista cronológico, los primeros teólogos cristianos, es decir, los primeros pensadores que aplicaron sistemáticamente las categorías filosóficas del pensamiento griego, especialmente en su versión platónica, a la investigación del misterio de la vida divina actuando en el terreno, sólo aparentemente paradójico, de una mitología racional, y construyendo en realidad un sistema teológico especulativamente audaz y profundo.
En cuanto Deus absconditus, el Primer Principio de los gnósticos es Deus en el sentido de sustancia infinita, informe, desconocida, que no puede ser conocida por vía negativa, puesto que no toma ningún tipo de decisiones. Por ello no es casual que se le defina como Prepadre: de hecho, Él no coincide con el ente, sino que lo trasciende, puesto que es su origen y está dotado de una existencia absoluta y exclusiva de la que nadie participa; tampoco es principio de nada ni, mucho menos, padre de un hijo, cosa que lo proyectaría fuera de su perfecta autosubsistencia.
Esta situación de perfecta autosuficiencia se interrumpe en cierto momento. En los textos gnósticos no cristianos, el paso de una economía autosubsistente pero infecunda (y, por lo tanto, considerada virginal) a la economía limitada pero fecunda, abierta hacia el exterior, está descrito míticamente como autocontemplación fecundante del Prepadre, que se ve a sí mismo como en un espejo, identificado con las aguas de vida, la sustancia pneumática femenina que lo rodea eternamente.
De este modo, Él manifiesta a sí mismo su propia semejanza. Se trata de un proceso necesario en sí mismo, de un nacimiento eterno en el sentido de que el Primer Principio precisamente es tal porque contempla eternamente, en virtud de una «mirada» especial, de una «visión» especial, la infinidad de su propia sustancia. En los textos del gnosticismo cristiano, por el contrario, esta ruptura del círculo eterno de la autosuficiencia divina, a través de la cual el Padre genera al Hijo, aparece representada como un acto insondable de gracia, que remite al misterio de la libertad divina.
En virtud de la auto contemplación, el Prepadre genera pues «en su seno» al Hijo y da comienzo con ello a la economía salvadora. La generación del Hijo, «el único capaz de conocer al Padre», coincide de hecho con la manifestación de las potencialidades latentes en la naturaleza divina y que se harán realidad en la formación del pleroma. Por otra parte, las vicisitudes del propio pleroma, que poseen un valor ejemplar, prefiguran los episodios posteriores de extravío y reencuentro del gnóstico.
Historia del gnosticismo
La naturaleza mimética del gnosticismo hace que resulte problemático cualquier intento de reconstruir sus orígenes, aunque sea de forma hipotética. A ello se añade el hecho de que, por lo general, las fuentes originales son relatos míticos que no tienen ningún interés histórico.
Si queremos reconstruir la historia del gnosticismo y orientarnos entre las numerosas ramas y escuelas a que dio lugar, no tenemos más remedio que recurrir, observando las debidas precauciones, a las fuentes heresiológicas o a informaciones de observadores externos, también polémicas y críticas, como las que se remontan a Celso, que aparecen en el Contra Celso de Orígenes, o las relativas a la escuela de Plotino, contenidas en la Vida de Plotino, de su discípulo Porfirio.
Los heresiólogos han acordado que el iniciador del gnosticismo es Simón el Mago (Hechos, 8, 9-25), un mago denominado por sus discípulos «la gran potencia de Dios», que con su poder taumatúrgico habría seducido a las masas en Samaría. Pero hay que esperar casi un siglo para encontrar, en las noticias que de él nos transmite Justino (m. c. 165), la presencia de un auténtico mito gnóstico, que gira en torno a la redención de un Primer Pensamiento (Ennoia), convertido en prisionero del cuerpo e identificado con Elena.
No obstante, los estudiosos no se ponen de acuerdo a la hora de afirmar hasta qué punto este elaborado mito gnóstico, atestiguado a mediados del siglo II, pudo haber estado presente ya en la actuación y en la predicación del Simón de los Hechos, o si se debió más bien a la influencia posterior del valentinianismo del siglo II d.C. Tras esta controversia se oculta un problema de interpretación más general: hasta qué punto el gnosticismo, en vez de ser una religión independiente de origen no cristiano, es en realidad, tal como apuntaban los antiguos heresiólogos, una herejía cristiana.
Hasta la primera mitad del siglo II, y abandonando ya el terreno de las hipótesis, no encontramos testimonios fiables acerca de la existencia de los primeros padres del gnosticismo, que actuaban en centros como Alejandría y Roma. El primero es Basflides, que desarrolló su actividad en tiempos de los emperadores Adriano y Antonino Pío (117-161 d.C.). Vivió en Alejandría y fue autor de numerosas obras, entre las que sobresale una obra de exégesis en veinticuatro volúmenes. De esta extensa obra los heresiólogos nos han conservado algunos fragmentos, que nos proporcionan dos versiones de su sistema difíciles de conciliar.
En Roma, a mediados de siglo, desarrollan su actividad Marción y Valentino. En cuanto al primero (m. c. 154-160 d.C.), se sigue discutiendo la naturaleza de su sistema y hasta qué punto se puede incluir entre los sistemas gnósticos del siglo n. Junto a algunos rasgos que lo emparentan con los grandes sistemas contemporáneos, como el diteísmo que opone el Dios extranjero de amor, que anuncia a Jesús, al Dios justo y creador identificado con el Dios del Antiguo Testamento, se registran algunas ausencias, como una mitología o el tema del conocimiento del Sí mismo, que lo diferencian claramente del gnosticismo e inducen a considerar el sistema de Marción como una forma de paulismo radical.
En cuanto a Valentino, que vivió en Roma a mediados del siglo II, es el fundador de una escuela que, a tenor de la extensa documentación que poseemos, puede considerarse la más original e importante del gnosticismo del siglo n, caracterizada por el intento de reinterpretar los datos de la fe cristiana sobre la base de una especulación teosófica de fondo místico. De este modo, los valentinianos contribuyeron de forma decisiva a la aparición de la teología cristiana, cuyos representantes más significativos, desde Ireneo a Tertuliano, desde Clemente de Alejandría a Orígenes, elaboraron precisamente sus sistemas teológicos en abierta polémica con las especulaciones valentinianas, pero a la vez influidos por ellas.
Esta escuela se dividía en dos ramas: «anatólica» u oriental, que giraba en torno a Alejandría, e «itálica» u occidental, en torno a Roma. La primera se desarrolló no sólo en Egipto, sino también en Siria y Asia Menor: de ella proceden maestros gnósticos como Marco el Mago, que reinterpretó el sistema del maestro Valentino desde una perspectiva de arritmología esotérica, y favoreció además la instauración de prácticas de culto que son como una interpretación gnóstica de los sacramentos cristianos; y Teodoto, cuyas enseñanzas conocemos en parte a través de la obra de refutación de Clemente de Alejandría.
Entre los representantes de la segunda rama, que se desarrolló en Roma y en la Galia, se pueden incluir Tolomeo, cuyo sistema conocemos a través de la refutación hecha por Ireneo en su obra contra las herejías, y Heraclión, que escribió el primer comentario al Evangelio de Juan, conocido en parte a través de la refutación hecha más tarde por Orígenes.
El valentinianismo sigue activo todavía en la primera mitad del siglo m e incluso más tarde podemos hallar aún restos de ese sistema, pero la consolidación de la Gran Iglesia en la segunda mitad del siglo III y la aparición, a finales del mismo siglo, del maniqueísmo contribuyeron decisivamente no sólo al eclipse de esta escuela, sino también del resto de corrientes gnósticas.
http://www.oraciones.com.es/h-r/monoteismos/dualismo-historia-del-gnosticismo.htm