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 SINTOISMO



Diciembre 01, 2012, 01:38:43 pm
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SINTOISMO
« en: Diciembre 01, 2012, 01:38:43 pm »
Introducción al Sintoísmo



La «Vía de los kami» es un cruce poliédrico de concepciones religiosas, ritos e instituciones sacras, tan enraizado en la historia de Japón que puede decirse que ha inspirado algunos de sus rasgos culturales más destacados. Es un sistema rico y complejo, que se manifiesta en la humilde tradición de los pueblos y en los cultos rurales, pero que también se traduce en una institución religiosa de ámbito nacional, fuente de referencia ideológica de la autoridad del monarca.

El sintoísmo surge al iniciarse la historia de Japón de la fusión de motivos religiosos diversos: las poblaciones que emigraron al archipiélago japonés procedían tanto de las islas malayo-polinésicas como de la China meridional y de Corea (hasta el punto de que algunos autores hablan de un sustrato religioso común, un «prototaoísmo»), e importaron sus concepciones de lo divino, sus diversas formas de culto y sus visiones cosmológicas.

Estas tradiciones, mezcladas y adaptadas con el paso del tiempo a los nuevos valores de una sociedad que descubría el uso de los metales, adoptaba el cultivo del arroz y se volvía sedentaria, constituyeron el núcleo de la experiencia religiosa sintoísta.

A partir del siglo VII d.C., la influencia de la cultura china, más sofisticada, se convirtió en el factor determinante del desarrollo de la sociedad japonesa: las teorías taoístas, confucianistas y budistas se propagaron y, con la reforma Taika del año 645, fueron adoptadas para legitimar una concepción distinta del estado, constituido sobre el modelo de la tradición continental y centrado en la figura del emperador. La búsqueda de una nueva coherencia ideológica entre las tradiciones del pasado y la innovación del presente, entre la antigua y la nueva religión, llevó a la compilación del Kojiki en el 712 y del Nihonshoki en el 720.

La cultura japonesa de la época, al seleccionar y transcribir sus mitos, reelabora en estos textos la visión de sus propios orígenes y de su propia historia. Narración mítica y relato histórico se entrelazan y se confunden. En ambas obras, los dioses creadores, Izanagi e Izanami, están dotados de una gran fuerza física, son el Varón y la Hembra primordiales.

Ellos no crean, sino que engendran a todos los seres mediante una unión sexual cargada de deseo erótico. Desde el comienzo, pues, los m|tos enseñan que todas las formas de vida tienen en común una misma naturaleza y rechazan la idea de la diferencia ontológica entre dios, naturaleza y hombre, implícita en un acto de creación.

Los dos «padres» primordiales dan vida a mares y astros, a islas, bosques y campos siguiendo un orden caprichoso. Sus vicisitudes señalan el límite de la vida y de la muerte, marcan el ritmo del tiempo y de las estaciones y establecen las normas de la pureza y de la impureza. Realidad divina y humana están separadas por tenues fronteras, que tienden a confundirse: tras las proezas de los dioses primigenios, el relato mítico cuenta las de los dioses ordenadores, como Okuninushi, y luego, sin solución de continuidad, las historias de emperadores y príncipes.

Estos dos textos son las obras fundamentales del sintoísmo, porque fijan conceptos, símbolos y rituales, y legitiman el carácter sagrado de la dinastía imperial. En épocas de crisis ideológica, intelectuales, hombres de fe y gobernantes volverán la mirada a estos antiguos textos, envolviéndolos en una aureola de divinidad y releyéndolos con la esperanza utópica de poder descubrir en ellos la «pureza del espíritu japonés» y de sus «auténticos» valores, no contaminados aún por influencias extranjeras.

A finales del siglo IX, el sintoísmo se había consolidado en un coherente sistema religioso de doctrinas, mitos, prácticas, lugares de culto y organización sacerdotal. Los ritos más importantes fueron codificados y transcritos en el Jókangishiki y en el Engishiki.

Lo divino y la pureza



La experiencia religiosa sintoísta parte de la idea de una identidad sustancial entre lo divino y lo humano, y no existe pecado original alguno que haya roto la armonía entre ujigami, divinidades ancestrales, y ujiko, sus «hijos» terrenales. Las almas de los antepasados muertos, purificados por los ritos celebrados en su memoria, una vez trascurrido un cierto número de años se convierten a su vez en númenes que protegen la paz y el bienestar de la familia.

Los dioses (kami) son entidades sobrenaturales misteriosas y ambiguas, con poder creador y destructor, que se revelan en los elementos de la naturaleza, en los animales e incluso en los hombres, y que suscitan un sentimiento de solemnidad y de veneración, pero también de alegre serenidad. Protagonistas de los relatos mitológicos, durante siglos fueron exaltados como dioses antepasados del clan, cuyo poder y autoridad legitimaban. Amaterasu, la diosa del sol, en los textos míticos es la progenitura de la dinastía imperial; Susanowo, su hermano, dios impetuoso, sostiene la tradición sagrada del clan de Izumo; Amenokoyane es venerado por la poderosa familia Fujiwara. Así que en la configuración del panteón en el Más Allá se proyectaba la estructura social de la época, y hallaban una legitimación sagrada las relaciones de poder entre familias.

Más humildes, pero sin duda más enraizados en la fe popular, son los kunitsu-kami, dioses de la tierra: como el ta no kami, sonriente divinidad de carácter fálico, protector de los arrozales y símbolo de la fertilidad de la naturaleza; man, dios del arroz y también de la riqueza y del comercio; yama no kami, divinidad de las montañas; suijin, espíritu dragón del agua. Durante la época medieval, esas divinidades también comenzaron a ser veneradas en los ritos comunitarios como ujigami de los pueblos.

En su calidad de númenes tutelares de las casas, de los campos y de las gentes, fuerzas de la continua renovación de la vida, esos dioses se manifiestan en la naturaleza. Un antiguo bosque, una cascada, un árbol milenario, una roca, delimitados ritualmente con una cuerda de paja trenzada, constituyen un espacio sagrado y puro, donde puede percibirse la presencia de un dios. Los dioses invaden todos los aspectos de la existencia: cada uno de los kami está dotado de una fuerza, llamada tama, que puede ser tanto armoniosa, buena y serena como ruda, salvaje y violenta.

Corresponde al hombre controlar sus poderes con una acción ritual correcta y captar sus voluntades en beneficio propio. Esta misma esencia de energía está presente también en los hombres; es su «alma», que debe ser «pura».

Los conceptos de pureza y de impureza son extraordinariamente importantes. El sintoísmo no elaboró el concepto de pecado como violación de un mandamiento divino de carácter moral. Tsumi es un estado de impureza ritual que aleja al hombre de los otros hombres y de dios. El acto de purificación que devuelve la armonía no consiste en una confesión de los pecados ni prevé una conversión interior. Es un lavacro. Pero la preocupación por la pureza nunca ha estado separada de la búsqueda de la pureza interior.

El sentido religioso de la purificación tiene su fundamento en el mito de Izanami e Izanagi de la aparición de la muerte en el mundo y de la regeneración de la vida; el concepto de puro se mezcla así con el sentido de la renovación del tiempo, la valoración del instante presente en toda su intacta perfección. El confucianismo también subrayó siempre lo importante que era que el hombre «noble» se comportara con «pureza», actuara en toda ocasión de forma justa y conforme a la tradición, a fin de convertirse en un modelo ético para los demás y, por tanto, ser digno de gobernar.

En la práctica sintoísta, el acto de purificarse se convierte en una concentración silenciosa de la mente, en la búsqueda de una dimensión de claridad interior, de nitidez, de sinceridad entendida como una perfecta correspondencia, más allá del bien y del mal, entre el propio pensamiento y las posibilidades de acción. Ejerce una profunda influencia en los ideales estéticos de la tradición japonesa, poniendo el énfasis en la búsqueda de la simplicidad, de la esencialidad lineal, de la naturaleza intacta.

En la fe sintoísta hay un sentido de aceptación total de la vida de este mundo que santifica todos sus aspectos; existe una profunda adhesión espiritual a la naturaleza, un gusto por la acción, la creación, la producción, y también por el goce de los placeres corporales, basándose en la serena certeza de que espíritu y materia se hallan fundidos y en la esperanza de que se puede alcanzar la salvación aquí y ahora, en este mundo.

De ahí que la práctica religiosa cotidiana se traduzca a menudo en la búsqueda de una felicidad más inmediata, más práctica y personal, que valora ante todo los beneficios que se pueden obtener en la tierra: la salud, el bienestar económico, el éxito en el trabajo y la armonía en las relaciones sociales. La mayor parte de los movimientos sintoístas modernos tampoco distinguen nunca entre la salvación del cuerpo y la del espíritu, y tienen todos un carácter taumatúrgico y de fuerte compromiso social.

Las corrientes doctrinales


A pesar de la tendencia al sincretismo, el sintoísmo mantuvo su independencia en las humildes tradiciones de los santuarios de los pueblos, y ya a comienzos del siglo xm se inició una reacción. Durante el período de Kamakura (1185-1333) se produjo una profunda renovación del budismo y se crearon movimientos de pensamiento radicales, tan atrevidos en su especulación como excluyentes y sectarios. El mundo religioso sintoísta reaccionó también intentando descubrir de nuevo su originalidad y responder de manera distinta a las nuevas exigencias de la sociedad.

Durante el siglo XIII, los sacerdotes del santuario de Ise habían ido elaborando su propia tradición religiosa y la habían transmitido en cinco libros fundamentales, venerados como textos revelados por emperadores míticos o por divinidades. Sólo eran accesibles a unos pocos iniciados y trataban de ritos, mitos, normas de pureza e interpretaciones doctrinales.

Las teorías budistas tenían en ellos un tratamiento secundario. Watarai leyuki (1256-1351), un sacerdote de profunda cultura, reorganizó sistemáticamente este saber en una summa de amplio alcance doctrinal, el Ruijüjingihongen, de 1320, que sirvió de inspiración a muchos y marcó el nuevo florecimiento del sintoísmo. Se daba un vuelco a la teoría del honjisuijiaku contemplándola desde una perspectiva completamente sintoísta: eran los buddha los que se consideraban «manifestaciones temporales» de una realidad última y superior, que era en cambio la de los kami.

Siguiendo esta línea de independencia y de investigación teórica se constituyó la escuela del Yuitsushinto, conocida también como Yoshidashinto. Basada en la doctrina transmitida por numerosas generaciones de la familia sacerdotal Yoshida (descendientes de los antiguos urabe, los adivinos) fue básicamente una creación de Yoshida Kanetomo (1435-1511).

Defendía que el sintoísmo era la fe más profunda y original, en la que se habían inspirado incluso el confucianismo, el budismo y el taoísmo, y en su obra más importante, el Yuiitsushintó myóbóyóshü, marcaba también las líneas de dos tradiciones distintas: un sintoísmo esotérico basado en el Koji-ki y en el Nihonshoki, y un sintoísmo iniciático, basado en textos que, según Kanetomo, habían sido revelados por los dioses en tiempos muy remotos y su familia los había conservado y transmitido. A comienzos del siglo xvi, Yoshida Kanetomo era sin duda la figura más importante del panorama religioso.

Las teorías elaboradas por las escuelas sacerdotales salieron de los círculos de estudio esotérico y comenzaron a propagarse entre un público laico más amplio. Durante la época Tokugawa (1603-1868), la escuela Yoshida luchará por conseguir una reorganización nacional de las instituciones religiosas sintoístas, y el nuevo gobierno de los sogunes les confiará la supervisión de los santuarios y de los nombramientos de los sacerdotes. Hasta la era Meiji (1868-1912), esa escuela desempeñará un papel fundamental en el desarrollo de la doctrina, las prácticas rituales y la disciplina moral.

Durante el período feudal la tradición sintoísta recobra fuerza y se desarrolla en dos direcciones. Una primera tendencia está representada por la escuela Suikashintó, fundada por Yamazaki Ansai (1619-1682) quien, destacando las semejanzas entre el sintoísmo y el pensamiento neoconfucianista, reinterpretó la antigua mitología y afirmó la igualdad entre la Vía del Cielo y la Vía del Hombre y la identidad entre la fe en los kami y la lealtad al emperador. Otros pensadores de aquel período, como Kumazawa Banzan (1619-1691) e Ishida Baigan (1685-1744), liberados de los vínculos que los unían a sus escuelas, se inspiraron en el sintoísmo y en las exigencias de la ética confucianista y propusieron a un auditorio popular un mensaje filosófico original.

Por la misma época, varios intelectuales y estudiosos, alejados del mundo de los letrados confucianistas y animados por un espíritu fundamentalmente antibudista, intentaron definir una nueva visión del mundo, de la historia y del destino del hombre en la sociedad. Volvieron sus ojos hacia el pasado mítico y se aproximaron con rigor filológico a los textos mitológicos, literarios y poéticos más antiguos. Paradójicamente, fue un monje del Shingon, Keichü (1640-1701), el que con sus escritos sobre el Mariyóshü (la antología poética más antigua) inició la corriente de pensamiento Kokugaku. Kamo Mabuchi (1697-1769) continuó sus enseñanzas, pero fue Motoori Norinaga (1730-1801) la figura más destacada.

Norinaga proponía rechazar radicalmente la racionalidad filosófica de los confucianistas y de los ideales budistas y retornar a la «pureza» de la sensibilidad del espíritu japonés, que sólo podía hallarse en las raíces autóctonas de la espiritualidad sintoísta transmitida por el Koji-ki. En aquella época nadie leía ya ese libro de mitos escrito en una lengua antigua que resultaba lejana y abstrusa, y Motoori, con una entrega absoluta, dedicó gran parte de su vida a la difícil labor de traducirlo y comentarlo.

La visión del mundo y de la sociedad, que Motoori Norinaga dibujaba en términos vagos y marcados por la utopía de una remota edad de oro, fue convertida por Hirata Atsutane (1776-1843) en una teorización más precisa de carácter político y social. Las ideas de estos escritores sobre el carácter sagrado de la figura del emperador, el destino de la nación y la «Vía de los kami» como única religión verdadera de Japón ejercerán una pro-funcja influencia en el discurso ideológico en el que se inspirará el proceso de modernización del país.

http://www.oraciones.com.es/h-r/india-oriente/sintoismo-corrientes-doctrinales.htm

 

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