Meditación con Música
El hombre cuenta con muchos lenguajes para comunicarse. El lenguaje hablado, la gestualidad del rostro, el lenguaje corporal: existen miles de formas con las que el ser humano puede transmitir ideas y sentimientos. Las palabras son sólo una de ellas, y si pensamos un poco, no son ni siquiera el mejor medio de comunicación.
Por ejemplo: vemos a una persona con expresión triste, mirando el suelo, inmóvil en su asiento, encorvada y con ojeras. Nos damos cuenta, inmediatamente, de que algún problema la aqueja terriblemente. Pero si nos acercamos y le preguntamos si está bien, quizás nos diga que sí, que no le pasa nada. En este caso, las palabras, el lenguaje hablado, no le han servido a la persona para comunicar su verdadero estado de ánimo. Pero otros lenguajes, sus gestos y su postura, lo expresan de manera inconfundible.
Por eso se dice que, mientras el lenguaje hablado se divide en miles de idiomas diferentes, la gestualidad y la postura son lenguajes más universales, porque todos podemos leer y entender un rostro. Los lenguajes universales son aquellos que transmiten emociones con sinceridad y profundidad y a las personas de las culturas más diversas y lejanas. Son los lenguajes que cruzan fronteras y pueden comprenderlos tanto un esquimal como un sudafricano. ¿Y cuál es el más universal de los lenguajes?
La música
Ya hablamos de la música como forma de relajación, como herramienta para mejorar la predisposición de la mente y ayudarla a superar las polaridades, pero es posible hacer de la música, de los sentimientos maravillosos que una buena pieza musical puede despertar en nuestro interior, el centro de la práctica meditativa.
Una composición musical puede expresar muchas cosas: alegría, pena, amor, rebelión, enojo, lo que sea. Y sin importar el país de origen de quien la escuche, sin importar el idioma que hable, el oyente comprende estas emociones, porque la música toca fibras internas y espirituales que son comunes a todos los seres humanos.
La universalidad de la música no sólo supera toda distancia geográfica, sino también el paso del tiempo. La música de Mozart, por ejemplo, compuesta en el siglo XVIII, puede conmover al hombre de hoy con la misma intensidad que hablaba al alma de los burgueses europeos que la escucharon su noche de estreno, hace más de 200 años.
Más allá de los estilos de cada época y de los gustos personales de cada individuo, la música siempre moviliza lo más profundo del ser humano, porque toca las fibras a las que no llega ningún otro medio. La música no es racional, sino que es absolutamente abstracta (carece de forma física, y sólo existe en el aire, en nuestros oídos) y de esa manera le habla directamente al corazón.
¿Por qué algunas composiciones nos conmueven hasta las lágrimas? La música clásica, por ejemplo, carece de letra, o sea que no nos emociona su poesía. Pero sus acordes, su ritmo, sus notas, ingresan a la mente intuitiva y hacen nacer en nuestro interior sentimientos inesperados. De alegría, de belleza, de pena; despierta en nuestro espíritu emociones que creíamos olvidadas y puede proveer un estado de satisfacción que es prácticamente imposible alcanzar en la vida diaria. Porque mientras disfrutamos de nuestra pieza musical favorita, sentimos que repercute en todo nuestro cuerpo, en cada músculo, en cada cabello, en cada rincón de nuestra alma.
La belleza de la música es intoxicante y sorprendente, nos deja atónitos; mientras dura la música, sentimos algo sublime, algo majestuoso, algo indefinible. Los filósofos han llamado a este momento en el que el oyente se pierde en la obra musical experiencia estética. Nosotros preferimos llamarlo Iluminación. A través de la música hemos descubierto la armonía y podemos experimentar, aunque más no sea por unos minutos, la plenitud a la que aspiramos todos los seres humanos.
Este increíble poder de la música ha sido descubierto y analizado recientemente por la ciencia occidental, y así es como nació la musicoterapia, disciplina médica que afirma que escuchar ciertas composiciones musicales puede ayudarnos a superar temores, mejorar la inteligencia y relajar el cuerpo y la mente.
Cualquiera de nosotros puede comprobar estos efectos que la música tiene sobre el espíritu: una música electrónica, de alto volumen, con un ritmo veloz, nos excita; por el contrario, una música suave, con instrumentos de viento y de cuerda, con un ritmo lento, sirve para olvidarse de los problemas por un rato.
Pero más allá de esto, la música tiene propiedades terapéuticas, y la musicoterapia las aprovecha. Esta disciplina se enseña en diversas universidades del mundo y es una carrera establecida, como la medicina o psicología. Sin embargo, no ha tenido mucha difusión.
La musicoterapia se basa en una idea muy sencilla: las enfermedades tienen su origen en el cerebro, que es el que luego transmite un estímulo a una parte del cuerpo, causando los síntomas de la enfermedad. Por lo tanto, esta terapia trata de hacer llegar al cerebro, a través de la música, estímulos que contrarresten aquellos que produjeron las enfermedades a través de ciertas melodías.
Este mismo principio puede aplicarse para la meditación con música. Cuando ciertos ritmos y composiciones ingresan a nuestro cuerpo, pueden ayudarnos a encontrar el equilibrio emocional que tanto buscamos. Entre las enfermedades y malestares que se combaten con musicoterapia, y que por lo tanto también se puede hacerles frente gracias a la meditación con música, podemos mencionar la hipertensión, la fatiga crónica, la depresión, el insomnio, la infertilidad y hasta la impotencia masculina. También se la emplea en terapias de rehabilitación física, en pacientes en coma, con síndrome de Down, retraso mental, autismo y problemas de adicciones.
Según la Asociación Americana de Musicoterapia, la música puede:
• Promover el bienestar general del cuerpo, la mente y el espíritu.
• Enseñarnos a manejar y eventualmente reducir los niveles de estrés.
• Aliviar el dolor físico causado por heridas o enfermedades.
• Mejorar nuestra capacidad de expresar emociones y sentimientos.
• Aumentar la memoria.
• Mejorar la comunicación con los demás.
Y para corroborar todo esto hay cientos de estudios científicos, que documentan cómo es que la música afecta el cerebro humano y mejora la salud en general.
Meditar con música es disfrutar de todos estos beneficios (de hecho, muchos musicoterapeutas enseñan meditación a sus pacientes en forma regular), pero, además, redistribuir la energía vital con que cuenta nuestro organismo.
El cuerpo humano posee energía vital, y cada pensamiento, cada movimiento, cada acción y cada palabra que decimos, consume un poco de esta energía. El estrés quema energía a rápida velocidad, causa desequilibrios al dejar zonas del cuerpo sin energía y promueve el consumo irresponsable de la energía que recuperamos al dormir.
Pero la meditación con música nos enseña a redistribuir la energía con que contamos y a explotar todo su potencial. ¿Cómo logra esto? Pues, cuando escuchamos música, se producen en nuestro interior un maravilloso fenómeno: disfrutamos. Nos relajamos, sentimos que nos llenamos de energía, olvidamos nuestros problemas. Y dejamos de hacer cosas. No limpiamos la casa, no estamos trabajando, no cuidamos el jardín ni pasamos la aspiradora. Simplemente, nos detenemos y dejamos que la música ingrese a nuestra alma y nos llene de energía. Descansar, relajarse y limpiar la mente es una forma de permitir que la Energía Cósmica ingrese a nuestro cuerpo y nos llene de vigor, porque mientras vivimos estresados y preocupados, la energía tiene cerradas las puertas de nuestro interior.
La lección más importante que podemos aprender de la música tiene que ver con su naturaleza misma: es maravillosa, energizante, relajante y vitalizadora, pero no tiene ninguna utilidad práctica. Es decir, la música carece de propósito. Al fin y al cabo, ¿para qué sirve? No obtenemos de ella ningún bien físico, ningún objeto, ninguna ganancia económica o material. Porque hay cosas en la vida que son terriblemente importantes, pero no tienen ningún propósito.
En nuestra sociedad occidental, estamos acostumbrados a que todo tenga un propósito
, y vemos con desconfianza a la gente que no cumple con una función utilitaria. Es decir: los arquitectos diseñan casas, los médicos curan enfermedades, los maestros dan clases, los plomeros destapan cañerías, las costureras arreglan vestidos. Todas estas profesiones son válidas, porque producen cosas útiles, bienes concretos. Pero los músicos, ¿qué hacen? Hacen música, y nada más. No crean objetos con un valor económico. Por supuesto que también existe una industria musical, pero los que la dirigen y hacen funcionar son los productores y los empresarios, no los músicos. Ellos hacen música "por amor al arte", porque les gusta, porque sienten la necesidad de hacerlo.
Hay quienes dicen que el arte es inútil porque no produce nada en concreto. En cierto sentido, tiene razón. Pero eso es porque en nuestra sociedad vivimos obsesionados con trabajar, ganar dinero, aprovechar el tiempo y hacer que todo valga la pena, tenga frutos y reporte beneficios.
El hombre occidental se ha olvidado de que muchas cosas se hacen simplemente por el placer de hacerlas. Los seres humanos amamos porque sí, porque ese sentimiento nace en nuestro interior y no podemos detenerlo, pero no amamos por ninguna cuestión práctica.
La música nos enseña a recuperar el sinsentido de muchas actividades. Todos trabajamos para ganar dinero, sí, ¿pero quién dijo que el trabajo no puede disfrutarse? No todo tiene que tener un propósito. La vida está llena de cosas que valen por sí mismas, y no por el beneficio que otorgan.
Meditar con música, entonces, es ganar una nueva visión de la vida. Es ganar optimismo y alegría. Es recuperar ciertas cosas de nuestra infancia, cuando hacíamos las cosas porque eran divertidas, para jugar, para entretenernos, no para lograr algo en particular.
Obviamente, no es completamente verdad que la música sea inútil. Una composición musical puede conmover, emocionar, e incluso revolucionar todo nuestro espíritu. Este es un beneficio enorme, pero como no es un bien material, no es un beneficio utilitario, nuestra sociedad lo desprecia, o en el mejor de los casos lo deja para el tiempo libre.
Qué música elegir
A la hora de meditar con música, existe una gran discusión: ¿se debe meditar con un tipo de música en particular, llamada casi siempre New Age? ¿O es mejor que cada individuo encuentre, en la enorme variedad de géneros musicales que existen, el estilo que mejor habla a su corazón?
Si nosotros siempre hemos preferido el rock, mientras que la música celta jamás nos gustó, ¿se puede meditar escuchando un CD de nuestro rockero preferido?
Es innegable que no existen dos almas iguales. Todas las personas somos diferentes, y lo que a uno le puede parecer hermoso y bello, a otro le puede parecer horrible. Por suerte esto es así, si todos fuéramos iguales, si a todos nos gustara lo mismo, pues seríamos robots, no seres humanos.
Sin embargo, debemos considerar algo: no todo lo que nos gusta es bueno para nosotros. A muchas personas les encanta fumar, pero no por eso el cigarrillo deja de producir cáncer. Por supuesto, no estamos diciendo que escuchar rock sea peligroso para la salud. Pero a la hora de meditar, de superar las barreras que la mente racional nos pone para alejarnos de nuestro Ser interior, hay ciertos ritmos, ciertos instrumentos, ciertos géneros musicales que relajan nuestro cuerpo y nuestra mente, mientras que otros, muy por el contrario, los excitan y nos alejan del estado meditativo.
El rock, el heavy metal y la música electrónica son muy populares en las fiestas porque incitan al cuerpo a moverse, a bailar, a gastar energías ejercitándonos. El pop es el ritmo elegido por los profesores de aeróbicos para sus clases, porque tiene el mismo efecto. Entonces, la música que debemos usar para meditar, debe ser otra.
En casi todas las tiendas de música existe una sección llamada música New Age, que agrupa CD, casi siempre instrumentales, de música suave, generalmente electrónica (pero no del tipo dance, sino más bien melódica), con pocos instrumentos y una melodía de base sobre la que se agregan algunos otros sonidos.
Este tipo de música es generalmente una mezcla de música clásica, de la llamada "música étnica" (que agrupa, por ejemplo, estilos tan diferentes entre sí como los cantos tribales africanos y la música celta) y la música ambiental. También tiene una enorme influencia de la música típica de la India, de los cantos gregorianos y de la música medieval.
Además, muchos músicos incluyen en sus composiciones sonidos tomados de la naturaleza. Por ejemplo, la banda G.E.N.E. grabó el sonido de diversos océanos y los incluyó en sus composiciones.
El uso de sintetizadores (instrumentos electrónicos que pueden recrear el sonido de instrumentos de cuerda o viento) es muy común, y generalmente se emplean también para recrear sonidos de la naturaleza, por ejemplo, el sonido del viento.
Los temas de la música New Age suelen ser la naturaleza, el ambientalismo, el espacio, el Cosmos, los sueños, los viajes en el tiempo, la conciencia de uno mismo y la apertura a otras dimensiones. Cuando ésta ha sido la inspiración para componer, no debería extrañarnos que la música resultante sea perfecta para alcanzar, intensificar y energetizar el estado meditativo de conciencia. Algunos músicos New Age muy recomendables para meditar son:
• Ron Alien, compositor canadiense que utiliza en su música instrumentos muy antiguos, especialmente flautas indias y egipcias. Suele componer en un estilo jazzístico.
• Chuck Brown, compositor, cantante y pianista norteamericano.
• Enrique Cárdenas, músico que se considera a sí mismo un "compositor filosófico". De familia indígena americana, es un estudioso de la medicina alternativa propia de los indios mexicanos y sus composiciones tienen siempre el objetivo de ser herramientas de sanación espiritual.
• Jorge Drexler, músico uruguayo cuyas composiciones son melódico-electrónicas.
• Deep Forest, grupo francés que combina música electrónica con ritmos tribales africanos.
• Enigma, grupo alemán liderado por Michael Cretu, que utiliza en sus composiciones cantos gregorianos.
• Brian Eno, compositor inglés, quizás el más conocido productor de música ambiental del mundo.
• Enya, cantante irlandesa cuya música es de inspiración celta y, cuando no es instrumental, incluye letras en inglés, latín, japonés y loxian, un idioma inventado por la artista.
• Gandalf, músico austríaco cuyas composiciones suelen emplear guitarras, teclados y sintetizadores.
• Jean-Michel Jarre, compositor francés, considerado el padre de la música New Age.
• Keith Jarret, pianista norteamericano de jazz famoso por sus solos de piano, aunque también ha compuesto música clásica.
• Kitaro, compositor japonés que en su música emplea sintetizadores para recrear el sonido de hasta cuarenta instrumentos diferentes.
• Loreena McKennitt, cantante, pianista y arpista canadiense, cuyas composiciones son de inspiración celta; sus letras suelen basarse en obras literarias clásicas, por ejemplo en La tempestad, de William Shakespeare.
• Steve Roach, compositor norteamericano que realiza música ambiental.
• Ravi Shankar, músico indio, conocido por tocar la cítara; sus composiciones son siempre instrumentales y es conocido por haber trabajado con The Beatles en la década del '60, y con George Harrison en los 70.
• Vangelis, compositor griego, conocido por las bandas de sonido de las películas Carrozas de fuego y Blade Runner.
• Yanni, compositor y tecladista griego.
Algunas personas son renuentes a la música New Age porque consideran que es toda igual o que es absolutamente aburrida. Pero la gran variedad de artistas que se dedican a este género demuestra que realmente hay algo para todos los gustos. Los que hemos mencionado aquí son sólo los más populares artistas; de la misma manera que debemos probar con diferentes posturas corporales y mudras hasta encontrar la ideal, para encontrar la música que mejor hable a nuestro corazón tan sólo hay que animarse a explorar los anaqueles de las tiendas de CD.
De todas maneras, para quienes prefieren una opción diferente a la música New Age, siempre está la música clásica. Al igual que en el caso anterior, la oferta de compositores e intérpretes es enorme, pero algunas de las piezas más recomendadas para meditar son:
Canon en Re, de Pachelbel.
Concierto para violín, de Beethoven.
Las cuatro estaciones, de Vivaldi.
Música acuática, de Haendel.
Obertura de la ópera Guillermo Tell, de Rossini.
Preludio para la siesta de un fauno, de Debussy.
Serenata de cuerdas (op. 48), de Tchaikovski.
Serenata Nro. 13 en Sol Mayor, de Mozart.
Sinfonía Nro. 8, de Dvorak.
Ejercicio de meditación
1) Colocamos música.
2) Asumimos la postura corporal y el mudra elegidos (son muy recomendables la postura del loto y el mudra del amor, pero esto queda a elección de cada persona).
3) Cerramos los ojos y nos concentramos en la respiración, sin modificarla aún.
4) Llevamos nuestra atención a la música. Tratamos de mantener la mente en limpio; no nos movemos ni seguimos las imágenes que la música pueda llegar a generar en nuestro interior. Simplemente dejamos que la música nos penetre.
5) Sin retirar nuestra atención de la música, tratamos de acompasar la música con el ritmo respiratorio. Inhalamos, iniciamos la pausa respiratoria y la mantenemos hasta que se produce alguna alteración de ritmo, melodía o instrumentación en la música que nos permita exhalar.
6) Mantenemos el ciclo respiratorio al ritmo de la música por varios minutos.
7) Inhalamos, e imaginamos que junto con el aire que ingresa a nuestro cuerpo, también ingresa la música.
8 ) Dejamos que la música resuene en nuestro interior.
9) Esperamos a que se produzca el cambio que permite la exhalación, y al espirar imaginamos que echamos afuera nuestros problemas y preocupaciones.
10) Continuamos con el ciclo respiratorio. Cada inhalación deja entrar la música y le permite viajar cada vez más lejos dentro de nuestro cuerpo. Con cada exhalación nos vamos relajando más.
11) Seguimos respirando hasta que tras una inhalación, la música que ingresa a viaja hasta el último rincón de nuestro cuerpo. Expiramos.
12) Inhalamos, y esta vez llevamos todo el aire y la música hacia nuestro brazo derecho, hasta llegar a las puntas de la mano. Espiramos.
13) Hacemos lo mismo con el brazo izquierdo, luego con el pecho, después con el abdomen, con la pierna derecha, la izquierda, y finalmente, con la cabeza.
14) Inhalamos una vez más y dejamos que la música viaje nuevamente en todas direcciones por nuestro cuerpo, cubriéndolo totalmente.
15) Exhalamos, y volvemos a concentrarnos en nuestra respiración, que sigue al ritmo de la música.
16) Nos concentramos en la respiración, alejándonos un poco de la música.
17) Abrimos los ojos, lentamente, y nos quedamos en silencio, oyendo la música por unos instantes más, sin fijar la vista en ningún lugar.