EL AMOR QUE ENFERMA Y EL AMOR QUE SANA
Las comprensiones acerca de lo que en las familias enferma y lo que sana, resultaron de las constelaciones familiares. A través de ellas fue posible comprender que muchas enfermedades están relacionadas con problemas no resueltos en la familia y con implicaciones en los destinos de otros miembros de la familia.
Enfermedades graves están ligadas a temas dentro de la familia, de modo que participamos de destinos de otras personas que estuvieron antes que nosotros, sin que nosotros seamos conscientes de ello. Es decir que hay destinos vinculantes. Si por ejemplo la madre murió temprano, los hijos de esa familia tienen una necesidad íntima de seguirle en la muerte. Ese es un amor interno muy profundo. Ese amor profundo, por lo tanto, ata al hijo al destino de la madre. Ese anhelo de seguir a la madre a veces sólo se siente, pero no es llevado a cabo en los hechos. Pero a menudo un hijo así se enferma, incluso más adelante ya como adulto.
A veces enfermedades que amenazan la vida están relacionadas con ese amor. La enfermedad se vuelve el medio, por así decirlo, como para expresar ese amor. Algo similar vale para los casos de accidentes graves y suicidios. A veces también las adicciones están relacionadas con ello.
Si ahora un hijo que ha perdido a su madre tempranamente tiene su propia familia y sus propios hijos se dan cuenta que su progenitor quiere partir, que quiere seguir a su propia madre, entonces el hijo dice. "No, yo lo hago por ti". Eso también es un vínculo con el destino, un amor profundo que se expresa, y también ese amor a veces se manifiesta en una enfermedad grave como el cáncer o en accidentes o en suicidios.
Además hay otra dinámica que enferma y es cuando alguien se ha hecho culpable. Si por ejemplo un hijo fue abortado o un hijo fue dado, a menudo los padres sienten una necesidad de compartir el destino de ese hijo y tienen la tendencia de seguirlo, pero aquí la idea de fondo es la expiación. Es tanto amor como expiación lo que actúa en el fondo. También eso a veces lleva a enfermedades graves, a accidentes y al suicidio.
Todos esos movimientos tienen algo en común. No tienen en cuenta a la otra persona. El amor que se expresa allí es ciego. El hijo que por ejemplo perdió a su madre y le quiere seguir en la muerte, no mira a los ojos a la madre. Procede como si estuviera ciego. Ese es un amor ciego. Porque si el hijo mirara a los ojos a la madre e internamente le dijera esta frase: "Yo te sigo en la muerte", se daría cuenta de que no puede decirla porque repentinamente sentiría claramente que la madre ama con el mismo amor que el hijo. Entonces ese amor ya no podría cumplirse de esa forma enfermante. Debería ahora encontrar otra manera, una manera que honre a la madre. Por ejemplo, cuando el hijo le dice a la madre: "Tú me has hecho mucha falta. Sin ti casi no podía existir. Pero ahora te miro. Tomo mi vida al precio que tú has pagado por ella. Ahora hago algo bueno con ella. Te alegrarás al verme ahora". De esa forma la desgracia de la madre se transforma, para el hijo, en una fuerza para vivir plenamente la vida, para una vida grande. Así honra a la madre de forma completamente diferente que muriéndose.
Con este ejemplo he señalado el camino a través del cuál las conexiones con los destinos que llevan a enfermedades pueden ser mitigadas como para que el destino pueda volverse hacia el bien. Es decir, que desde allí ya no haya influencias que enfermen sino más bien influencias que lleven hacia el bien, hacia un buen resultado final. El método más fácil para conseguirlo en mi opinión es el de las constelaciones familiares. Sin embargo, esto no es un medicamento de manera que, habiéndolo hecho, la enfermedad desaparece. Eso sería ingenuo. El cuerpo está enfermo y también necesita otra cosa, por ejemplo un médico.
No siempre es válido que tengamos que luchar contra la enfermedad a cualquier precio. Porque detrás hay una idea extraña que es la siguiente: que la vida es lo máximo, que la salud junto con la vida son lo máximo y que es necesario mantenerla a cualquier precio. Eso yo lo encuentro muy extraño. Porque no es posible que la vida sea lo máximo, porque la vida surge de algo y luego vuelve a sumergirse en él. Eso de donde surge la vida es más grande que la vida, mucho más grande. La vida siempre es algo transitorio y breve comparada con aquello de donde que surge. La vida sólo tiene su máximo movimiento y su máxima fuerza únicamente en concordancia con ese movimiento de surgir y volver a sumergirse, tanto de uno como del otro. De esa manera uno está en sintonía con algo más grande que la vida, y eso es lo que cuenta. Aquel que está en esa sintonía toma la vida y la muerte, la salud y la enfermedad como equivalentes, cada cual con su trascendencia. Desde esa sintonía puede llevar tanto una como la otra y cumplirlas y crecer gracias a ellas. Alguna vez he resumido en un dicho algo que desenmascara la opinión de que la salud es lo máximo. Es un dicho muy sencillo y es así:
Felicidad dual
La felicidad que persigue el Yo se nos escapa fácilmente.
Crecemos cuando se marcha.
La felicidad del alma viene y se queda.
Crece con nosotros.
Por lo que he visto hasta ahora hay fundamentalmente tres dinámicas básicas que en las familias llevan a enfermedades graves, a accidentes y al suicidio.
En primer lugar cuando alguien dice: "Yo te sigo". Si por ejemplo la madre o el padre murieron temprano el hijo tiene la necesidad de seguir a esa persona en la muerte y de seguir su destino. Entonces dice: "Yo te sigo en la muerte".
Recientemente leí una historia en la revista "Der Spiegel". Hace un tiempo hubo un piloto famoso que se llamaba Campbell. Una y otra vez marcaba récord de velocidad con su automóvil corriendo sobre un lago de sal. Luego pasó a correr en lanchas poderosas. Un día su lancha se elevó, volcó y él falleció. A continuación su hija comenzó a correr carreras con ese tipo de lanchas, los "powerboat". Un día su barco también despegó y volcó. Pero ella sobrevivió. Alguien le preguntó acerca de lo que ella había pensado en ese instante. Ella dijo: "Yo tenía un único pensamiento: Papá, voy para allí." Esa es la dinámica de: "Yo te sigo".
Ahora, cuando un hijo así es adulto y tiene hijos propios, si los hijos se dan cuenta de que el padre o la madre tienen la necesidad de seguir a alguien en la muerte, el hijo dice: "Mejor yo que tú; yo lo hago por ti". Esa es la segunda dinámica que en las familias lleva a enfermedades graves, a accidentes y al suicidio.
La tercera dinámica es expiar una culpa. Puede ser una culpa personal o representando una culpa de otros, por ejemplo de los padres. En la expiación actúa la idea de que a través de un sufrimiento propio puede ser evitado otro sufrimiento. O se paga con el sufrimiento propio, con la muerte propia como para compensar otra cosa. Esa es una idea mágica. El que quiere expiar no incluye en su mirada a aquel por el cuál él u otros se hicieron culpables. Porque cuando alguien quiere expiar, si por ejemplo una mujer ha dado a un hijo y ese hijo murió temprano y ella secretamente quiere morir o suicidarse como expiación, solamente lo puede hacer si no mira al hijo. Si mirara a los ojos al hijo, si se imaginara que mira al hijo a los ojos diciéndole: "Yo me suicido como expiación", no lo podría decir. Únicamente es posible expiar cuando uno cierra los ojos y renuncia a la relación. En el momento en que existe una relación con aquel por el cuál me hice culpable y yo realmente le miro a los ojos, no me es posible decirlo. En ese caso la compensación debe tener lugar en otro nivel, en un nivel más elevado. Alcanzo ese nivel más elevado cuando reconozco que me hice culpable, o que tengo una ventaja por la cual el otro tuvo que pagar, y cuando con la fuerza de la culpa hago algo sanador, algo bueno, algo que otros también comparten. Eso tiene un efecto reconciliador para aquellos que habían pagado por ello.
Bert Hellinger