La fórmula para todos, tanto para hijos mayores como para madres, es respetarnos a nosotros mismos y respetar a los demás.
Respetarnos a nosotros mismos implica dar nuestras opiniones y decir lo que nos molesta, pero también aceptar las críticas que nos hagan tanto como los halagos.
Respetar a los demás supone también aceptar sus opiniones y críticas.
Ambas actitudes implican mantener la mirada, la postura y el tono de voz adecuados en cada situación.
Tanto si una madre trata a sus hijos de una forma despectiva como si un hijo es exigente con su madre, en ambos casos se está faltando al respeto, porque ni se escuchan ni mantienen una conducta no verbal adecuada.
Cada uno debe aprender a ver dónde está el problema y qué puede hacer por resolverlo.
En el caso de una madre exigente, el trabajo sería aceptar que sus hijos han crecido y resuelven su vida como creen mejor, mientras que el hijo debería tomar sus decisiones de forma autónoma y sin estar pendiente de la aprobación de su madre.
(Irene Alonso)