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 LA TERNURA



Diciembre 31, 2012, 07:33:44 am
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Desconectado Francisco de Sales

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LA TERNURA
« en: Diciembre 31, 2012, 07:33:44 am »
Si hay una experiencia creadora, enriquecedora, y del todo humana, es expresar con confianza la ternura.

En ella se mezclan el amor y la dulzura, lo que nos lleva a un estado de ánimo profundamente humano que es reconfortante para quien lo recibe y enternecedor para quien lo recibe.

Es imprescindible para aliviar penas, para la recuperación de las experiencias desoladoras, para que los niños crezcan naturalmente, para sentirse querido…

No nos atrevemos a mostrarla con naturalidad porque, erróneamente, lo asociamos a mostrar una parte de nuestra debilidad o fragilidad.

Y esto es extraño, porque, la ternura,  es de nuestro gusto tanto darla como recibirla.

En las relaciones entre personas, difícilmente se consigue conocer el estado interior del otro; por lo general es deseable, pero no se consigue.

A uno le gustaría conocer el alma de los otros, y que conocieran la suya, para que la relación fuera más pura y fluida, pero es muy difícil que esto suceda.

La llave que permite el acceso incondicional al otro, o la comunicación, es la ternura, que es una sensibilidad especial, y la conexión impecable, y el camino recto, y el mismo idioma para saber qué es lo que el otro demanda sin palabras, y es también la comprensión exacta del otro, la empatía y la compasión sin menosprecio.

La relación perfecta entre almas y corazones.

Ternura es el cuidado con que tratamos a otras personas, física o verbalmente: a los niños, a los ancianos, a los amados… pero es también aliviar a los enfermos, a los frágiles… y también es acoger a los vulnerables, a los asustados, a los que han sido heridos de cualquier modo…

Todos somos humanos.

Todos somos sensibles.

Todos somos frágiles.

Todos somos tiernos y emocionables.

Todos estamos a favor de la ternura, aunque la promovemos menos de lo que sería deseable.

Un mundo en el que reinara la ternura sería no sólo más humano, sino más cercano al proyecto de Dios.

Porque la ternura es, también, la expresión del amor en su forma más altruista: con ella no se busca la satisfacción personal sino el alivio y el bien del otro; no hay deseo ni pasión, no hay ambición ni falsedad, no hay más que el deseo manifestado de lo mejor para el otro, del cuidado más exquisito, de la caricia más tierna, del trozo de corazón que se le entrega con el acto.

Es el instinto acogedor y maternal manifestado en su máxima expresión.

La falta de expresión de ternura es, en la mayoría de los casos, el resultado de no haberla recibido durante la infancia y a lo largo de la vida.

Eso hace que no se reciba y se entregue con naturalidad.

También se debe a un error en los papeles adjudicados: en la mujer se fomenta y se tolera la ternura, la fragilidad, el llanto… los hombres, en cambio, equivocadamente, piensan que no pueden mostrar ese sentimiento sin que se vea afectado su “machismo”, su “hombría”, así que se quedan en muchas ocasiones sin el placer de dar y recibir tan preciado encanto.

Si el otro no es receptivo a la ternura, ésta pierde toda su magia y su capacidad de sanación, ya que la ternura es el altruismo en su máxima expresión: crea una atmósfera de armonía y comprensión mutua.

Dar o recibir ternura es contactar con la parte nuestra que contiene el cariño incondicional, la adoración más devota, la piedad infinita, la divinidad, la máxima integridad y pureza: despierta la capacidad de sentir, sin condicionar, al ser humano en su totalidad.

Una verdadera muestra de amor es cuando el otro, ante tu debilidad, tu mal momento, o tu pena, te ofrezca, aún sin pedirla, toda su ternura.

En ese momento emociónate, porque estás asistiendo a un acto conmovedor y apasionante como pocos.

La ternura no puede mentir porque entonces dejaría de serlo, y se convertiría en lástima, y eso es otra cosa.

Si hay algo puro, cierto, imposible de falsificar, es la ternura.

Por eso es necesario hacer desaparecer al pequeño, confundido  y egóico yo que reniega de la ternura, que no es menos amor que el amor, sino que es una forma evolucionada de este.

Es el mejor y mayor bálsamo al que podemos aspirar.

En los momentos dolorosos nada consuela ni conmueve tanto como recibirla.

Quien nos la da, parece que se mete en nuestro interior y sabe exactamente lo que nos está pasando, y en ese momento, sin crítica ni juicio, nos ofrece todo lo que podemos desear de cuidado y afecto: es una madre tierna que vuelve de nuestra infancia, o aquella abuela que tanto sabía de consolarnos, o el amigo del alma.

Es una caricia lenta y suave en la mejilla, una sonrisa profunda y tranquila, una mirada consoladora y amable, una lágrima que se desliza en silencio, y un abrazo que acoge totalmente a quien uno es y tal como uno está.

Es un aspecto de nuestra naturaleza a desarrollar y expresar más, y más a menudo.


Te dejo con tus reflexiones…

 

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