ESPÍRITU NAVIDEÑO
Para aquellos que no podemos volver a casa por Navidad, y tenemos a nuestros seres queridos a muchos kilómetros de distancia, no deja de ser una época de nostalgias y añoranzas.
En mi país, de pequeños, esperábamos ansiosos la Novena de Navidad, esa reunión familiar donde se reza, se comparten buñuelos y natillas, y se cantan villancicos a ese niño que nació en Belén todas las noches durante 9 días, y al terminarla, justo el día 24, nos daban los tan esperados regalos. No importaba de parte de quién: si de Santa Claus, papá Noel, los Reyes Magos, o de nuestros padres cuando fuimos mayorcitos y se nos rompió el encanto.
Ahora, pasados los años y con el terruño lejos, me hace la misma ilusión que de pequeña ver las luces, los adornos navideños, los pesebres (belenes), y rezar la Novena, pero huyo de esa maratón de compras a la que nos ha empujado el consumismo, donde parece que si estimas a alguien tienes que darle un detalle por Navidad.
Abogo por esa reunión familiar sin ningún otro interés que el de compartir y estar juntos, no como una norma u obligación, sino con sinceridad y afecto; abogo por dar un detalle cuando me nazca del alma y no cuando me lo diga El Corte Inglés.
Salgo a la calle y el mundo gira en una carrera estresante por demás, de búsqueda, de compras, de colas interminables, de agotamientos… se respira un ambiente de confusión, no de recogimiento, como si fuera imperdonable no tener algo para regalar a tus seres queridos por esta época, como si el amor se comprara en algún sitio.
Definitivamente hay cosas que el dinero no puede comprar: un abrazo en un momento irrepetible, un beso en cualquier parte del cuerpo dependiendo del momento y de la persona, un escuchar lo que alguien tiene para contar, compartir un atardecer junto al mar, un poema, compartir una sonrisa, y todo lo que permita que el corazón se exprese, que además de ser gratis, es muy gratificante.
Este año brindé con los que no tenía cerca y con los que sí estaban, y además brindé por no volver a sentir esa necesidad de expresar mi afecto de ninguna otra manera que no sea dando amor todos los días de mi vida.
Ese es mi más preciado obsequio para quien lo quiera recibir.
BETTY ORTIZ