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 LA EXPRESIÓN DEL MIEDO -2ª parte



Febrero 05, 2013, 05:50:37 am
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LA EXPRESIÓN DEL MIEDO -2ª parte
« en: Febrero 05, 2013, 05:50:37 am »
Curiosamente, hablar abiertamente de mi timidez en terapia de grupo me ayudaba. Descubrí en mi mucha pasión frustrada por haber contenido mi espontaneidad y al permitirme expresarla empecé a arriesgarme más. El terapeuta me estimulaba bastante con la confrontación, algo que me hizo encarar el miedo a la autoridad y el miedo a dañar al otro. Con el tiempo, aprendí a tomar más iniciativa en mis relaciones diciendo lo que siento directamente y fomentando mi auténtico interés por el otro. ¡La timidez es muy egoísta y obsesiva! Así, la timidez dejó de ser una tortura y se convirtió en una experiencia de vulnerabilidad y sensibilidad en momentos susceptibles. En la terapia, aprendí a expresarme emocionalmente y arriesgarme más lo cuál fue la clave para transformar mi timidez. Además de la terapia, el PHI requiere un proceso continuo de atención, expresión, aprendizaje e integración en la vida diaria. Tras aprender a expresar el miedo se refuerza el trabajo tomando pequeños riesgos y relacionándose con los demás de una forma más atrevida. Yo aprendí a admitir mis errores, a recibir critica constructiva, y con el paso del tiempo, a desafiar la timidez acercándome a personas y situaciones nuevas. Más tarde, fue muy gratificante poder hablar en público y dirigir grupos de terapia.
5. El Trauma

El miedo traumático tiende a descolocar y congelar a los que lo sufren provocando una gran necesidad de protección. Normalmente, se asocia el trauma con un miedo real y tangible: el resultado de una exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona (Janet, 1919). El estado de conmoción produce distintas reacciones inmediatas como la sumisión, la agresividad, la huida o incluso la temeridad. Cuando el miedo sobrepasa el umbral de la capacidad de integración de la persona, se produce una fragmentación disociativa entre la parte cognitiva y somatosensorial. Esta herida se almacena como una fijación y suele crear un patrón de conducta basado en el miedo. La expresión del miedo traumático en la terapia suele implicar el uso de una técnica de regresión para acercarse al acontecimiento. Es importante recordar la tendencia disociativa y la necesidad de un fuerte vínculo protector antes, durante y después del trabajo con el trauma. Al ser un estado de hiper activación, la expresión del miedo se hace para reducir el estrés y volver el paciente a recuperar el equilibrio. Por ende, el terapeuta debe apoyar una activación menor y buscar la integración de los aspectos fragmentados de la personalidad.

En caso de trauma, puede ser útil revivir la experiencia para poder integrarlo de otra manera. Estos trabajos tiene que ser llevados en un ambiente protector sin sobrepasar el límite del miedo que provoca de nuevo la disociación o crear una nueva traumatización por el sobre estímulo. Se puede entrar en la parálisis corporal mediante la inmovilización creando una ‘estatua’ del miedo. Esto refleja la congelación corporal que suele suceder en principio ante un trauma. Se puede incitar la expresión de la conmoción dentro de la parálisis con inhalaciones abruptas que llegan a la descarga del dolor. A veces se manifiesta el trauma en forma de espasmos. En estados de miedo extremo o pánico, los ojos se abren y se forma un grito primitivo de terror, expresado en la terapia con o sin sonido. Al salir de la parálisis, se anima la persona a temblar dejando salir el sonido de su miedo durante un buen rato. El temblor tiene que sentido de dentro hacía fuera. Todas estas expresiones deben ser ligeras y controladas al principio y solo ir a más cuando la persona se siente preparada y no mostra señales disociativas. La terapia grupal puede facilitar este proceso ya que se escucha otras personas liberando su miedo. Pero la terapia grupal no es siempre lo más conveniente dado la vulnerabilidad del trauma.

Cuando se expresa el dolor del miedo, es probable y normal que surjan otras emociones como la tristeza y la rabia. No se debe reprimir estas otras emociones pero tras expresarlas conviene enfocarse de nuevo en el miedo. Al finalizar la expresión del miedo la persona suele sentir frío, conviene entonces darle calor (con mantas y tacto) y mecerla suavemente (o invitarla a mecerse) como si fuese un niño en la cuna, calmándola con voz suave. El contacto debe ser progresivo, culturalmente apropiado y respetuoso, dado que el tacto puede provocar otro miedo del contacto corporal. Mientras tanto, se debe guiar a la persona para que exhale con calma y atención, relajando todo el cuerpo después del trauma revivido. Existen trabajos parecidos con métodos de expresión emocional como la inmovilización y el salir del encierro. Estos son solo apropiados con una preparación previa extensa y un vínculo fuerte y establecido con el terapéuta.

Todos estos métodos proponen inmovilizar y bloquear la salida del paciente durante un tiempo para poder revivir el miedo y liberarlo. Aparte de esto, existen la técnicas del EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por los Movimientos Oculares) y el 'Brainspotting' que proponen una manera rápida y eficaz para la integración del trauma y sobretodo las improntas inconscientes del trauma (Griffin, J. y Tyrrell, I, 2003). Este, y otros métodos como el arte terapia, pretenden crear un equilibrio inter-hemisférico para fomentar la integración del evento traumático. Estos métodos enfatizan la hipo-activación para reducir el estrés. La expresión del miedo de forma catartica no está aconsejada por pacientes con Trauma's grandes y es importante que haya una buena preparación, observación, contención, reprocesamiento e integración paulatina y respetuosa del trabajo terapéutico (Janet 1925).

Sea cual sea el método, la expresión corporal del miedo traumático suele ser con temblores, la congelación y un cambio en la respiración. Existe el peligro de pensar que se libera el miedo cuando se expresa la rabia o la tristeza, y con el alivio sentido creer que se ha expresado el miedo adecuadamente. En mi opinión, para que sea eficaz, es importante que el miedo expresado refleje el estado corporal de conmoción vivido anteriormente. Por eso, se vuelve una y otra vez a la expresión de la emoción principal, el miedo, hasta que se desarrolla la resiliencia ante la memoria dañina del trauma.

6. El Miedo Existencial

El miedo más profundo y difícil de tratar es el miedo existencial. Amorfo y sin objeto particular, es el miedo que más pavor produce. De hecho, en PHI se dice que las fobias o miedos específicos son muchas veces mecanismos para evitar y no sentir el impacto del miedo existencial. Partiendo del trabajo del filósofo Heidegger (1889-1976), el miedo existencial se define como una respuesta al contacto con la posibilidad de no-existir, una reacción al estado genérico humano de vacío. En general, según Heidegger, la huída consiste en la evasión a través de la inmersión en distracciones mundanas. Se relaciona el miedo existencial en PHI con el miedo de un bebé a perder el amor materno. Según lo que propone la Teoría del Apego de Bowlby (1907-1990), la falta de una base segura en la relación con la madre debido a un parentamiento inseguro puede crear una predisposición para la angustia experimentada más tarde en la vida adulta. Bulimia, anorexia, agorafobia, y el consumo de sustancias adictivas son todos ejemplos de fobias de personas poco vinculadas al nivel afectivo, buscando inconscientemente el consuelo a sus miedos profundos (Zurita, J., y Chias, M. 2009).

La angustia del abandono se vive como adulto cuando ante la percepción de rechazo inminente se desencadena una sensación de vacío absoluto. En la teoría psicoanalítica se asocian esas angustias con estados conflictivos y no-resueltos en la infancia. Algunos psicoanalistas han sugerido que la angustia del abandono puede derivarse a diferentes fases de la experiencia sensorial del niño: la angustia de desmembramiento vivido entre 0 y 6 meses; la angustia anaclítica o de la separación de la madre entre 6 y 18 meses; y la angustia de castración vivida hasta aproximadamente los 7 años para reaparecer en la adolescencia. Yalom (1980) propone que es reduccionista sólo volver a la infancia como la fuente principal de la angustia. Según el, los miedos existenciales son misterios universales con sus conflictos propios que producen pavor durante toda una vida humana. Es este pavor el que ha de resolverse para dar sentido a estas cuestiones. Sean cuales sean las teorías de las raíces de la angustia, la cuestión pragmática en PHI sigue siendo cómo llegar a expresarla y resolverla en la terapia.

La expresión consciente del Miedo Existencial implica entrar en un terreno donde no hay mapas, un lugar desértico y abrumador: la muerte, el vacío, la soledad/aislamiento y la falta de sentido. Aquí surge el miedo a no-existir, a estar solo, a estar anulado y condenado a una vida carente de todo sentido. Una vez encarado el miedo existencial, es especialmente importante que el terapeuta brinde estructura y constancia. En este sentido, el terapeuta actúa como una madre que tiene que estar atenta de diferentes maneras durante todas las edades emocional y necesidades de su hijo. Por ende, la escucha activa tiene que estar muy desarrollada. El terapeuta no vive este miedo de la misma manera que su paciente por mucha que sea su comprensión. A una persona que está en este estado le cuesta hablar, pensar, recordar o mantener sus facultades cognitivas básicas.

Como dijo Heidegger, en vez de la evasión del miedo existencial, se precisa un enfrentamiento directo con él, pero siempre en cuando la persona esté preparada para ello. En mi experiencia clínica, el paciente, al enfrentarse al vació, descubre la aversión a sensaciones muy desagradables, las de sentirse solo, sin amor y abandonado. Es precisamente esta aversión la que se ha de expresar emocionalmente para luego, con paciencia y amor, invitar a la persona a volver al vacío, estar presente en él y aceptarlo. A veces se emplea el ‘Salir del Encierro’ con este propósito, confinar a una persona utilizando cojines y colchonetas y conteniéndola con la presión grupal. Cuando se ve incapaz e impotente para poder salir, el paciente llega a conectar primero con el miedo existencial. Al salir, se recupera su capacidad de expresarse libremente y un sentido de poder con el miedo profundo.

En las enseñanzas del Buda se hablaba también de un estado de vacío ante la disolución del yo llamado ‘Anatta’ (Rahula, 1974). El Buda mantenía que no existe ni el alma ni la esencia del yo: “todo lo condicionado es transitorio, todo lo condicionado es parte del sufrimiento, y todos los ‘Dhammas’ (realidades) son Anatta” (Dhammapada XX; 27.28. 29). El Buda advertía además de que sin la instrucción adecuada esta realización podía ser aterradora. En mi experiencia, el miedo más profundo es cuando pierdes toda noción del yo. ¿Qué queda, entonces, cuando la personalidad deja de realizar su función y se pierde toda identificación con el yo? En estos momentos, uno se enfrenta al vacío absoluto. En este estado, aparece a menudo la rendición, la relajación y la paz. Requiere mucho coraje enfrentarse a este estado de aniquilación. En su libro ‘El Coraje de Ser’, Tillich (1952) proponía que el coraje espiritual consiste en estar abierto a una experiencia del ser que puede transcender la distinción entre ser y no-ser. Según él, sólo el trabajo de “aceptar la aceptación” puede crear la resiliencia y el valor de ser. Como primer paso para dar sentido a la vida, el hablaba del ‘coraje de la desesperación’ que significa sacar lo positivo de una experiencia negativa. Esto puede llevar a la reconciliación con el vacío, con el terror de estar esencialmente solo e incluso con la muerte.

¿Entonces, cómo adentrarse en el miedo existencial? En términos sencillos se entra poco a poco, con respeto, determinación y perseverancia. Al entrar más directamente en la expresión del miedo es importante atender a todos los detalles de la sensación sentida como la presión, dirección, forma y temperatura experimentada en el vacío. El terapeuta debe ‘rastrear’ y seguir el ritmo de la persona sin prisas o ambición, ya que este estado es muy incómodo. Prestándole atención, la contracción tiende a cambiarse y puede incluso sorprender cuando se convierte en excitación, entusiasmo, necesidad o incluso claridad. Asistir a un cambio positivo después que el paciente haya experimentado el miedo existencial puede ser muy inspirador. Sin embargo, es peligroso imaginar que por haberlo transformado en un momento dado, se ha resuelto definitivamente.

La tranquilidad y el apoyo del terapeuta es esencial para ayudar al paciente a experimentar el miedo existencial sin aversión o huída. Además, no hay que olvidar establecer una relación sólida de Adulto a Adulto a la hora de tratar y a la hora de completar cualquier trabajo con los miedos existenciales. Pero al entrar en expresión emocional o en regresiones, es mejor adoptar un papel de Padre Nutritivo y tratar a su paciente como a un Niño Libre. A veces, el terapeuta se convierte en un hermano más joven e inocente tratando la persona desde su Niño Libre para poder ayudar la persona a entrar en contacto con ciertas necesidades desde la inocencia. Elaine Childs-Gowell (1979) cuenta como aprendió a diferenciar sus sentimientos de rabia y miedo jugando en la terapia con otro paciente en el rol de niño. Este método de regresión le llevaba a recordar cómo sus padres le forzaban a comer. Así, logró expresar la impotencia y el terror vividos. A partir de ahí, reconoció como el miedo de la coerción le había llevado a construir una coraza de rabia y racionalidad para defenderse. Al permitirse expresar el miedo, sus defensas disminuyeron.

A menudo, la persona en plena crisis existencial experimenta la sensación de desintegración. Existe un proceso grupal para trabajar el miedo a la desintegración en él que se da contención al paciente con las manos de todo el grupo. La contención ofrecida actúa como símbolo del contacto y la protección que necesita y puede aliviar la sensación de desintegración. En terapia individual se fomentan estas mismas cualidades con el contacto bondadoso, protector y constante de la relación terapéutica. Otro proceso valioso para enfrentarse al miedo de la muerte se llama ‘La Losa’ en la cuál se incrementa el peso con varias personas hasta que el paciente se ve inmovilizado e incapaz de salir. Bien llevado, es posible enfrentarse a la mortalidad, reconciliarse con ella, y reforzar el deseo de vivir plenamente. Con el apoyo del terapeuta y el resto del grupo se consigue salir y liberarse del miedo. En todo momento en estos procesos, el trato ha de ser desde el respeto, la compasión y el amor .

El miedo, entonces, no es un ‘enemigo’ al que vencer, sino un ‘amigo’ con el que vivimos continuamente y que tiene mucho que enseñarnos. El miedo enseña a poner límites y a pasar de una verdad aparente a la autenticidad. En apariencia tenemos miedo-de-algo pero en realidad subyace un miedo-sin-objeto unido al miedo de ser abandonado que puede provenir de la infancia. ¿Se puede resolver este miedo sólo con el amor? Sin duda, amor y protección son cualidades fundamentales en la vida e imprescindibles dentro del ámbito terapéutico. Pero es posible que priorizarlo únicamente pueda convertirlo en un enganche a la ‘necesidad’ de amor. Para ir más allá, es importante también explorar el nivel espiritual del miedo como parte de un proceso completo de integración.

El miedo a Dios, a veces llamado la deferencia, ha sido un aspecto fundamental de muchas religiones y a menudo se ha convertido en una ideología para culpabilizar y controlar a los fieles. Scheff (1988) ha dicho que la vergüenza es la emoción de la deferencia basada en la conformidad social dentro de muchos grupos incluyendo las religiones. En la cultura moderna, este uso político y religioso del miedo a Dios y la deferencia ha promovido una corriente de rechazo hacía la religión y por ende, la espiritualidad (Gilbert, P., 2010). Sin embargo, en el misticismo, el miedo a Dios tenía otro sentido valioso relacionado con la gracia y el temor reverencial, un estado que fomentaba la humildad. Según algunos filósofos como Kierkegaard (1813-1855), este tipo de miedo aportaba fuerza y fe. La fe en este sentido no partía de una devoción ciega sino más bien de la confianza en la vida misma, algo que se busca también en el ámbito de la PHI.

Se expresa este tipo de devoción en trabajos simbólicos como puede ser ‘llenar el vacío’. Es un trabajo de cierre en él que se recapitula sobre el amor recibido en momentos de miedo durante toda una terapia tejiendo dentro de una cesta o un objeto hueco. Tanto en la terapia como en el trabajo espiritual, llenar el vacío se convierte en una dedicación lenta y paulatina de refuerzo y reverencia ante todo lo que uno ha aprendido a integrar. Es el paciente quien decide cómo y cuándo cerrar su terapia, reforzando así su autonomía. El terapeuta le acompaña y le anima a seguir explorando hasta incluir los detalles menos destacados de su proceso terapéutico, tejiendo cada vez sus recuerdos en la cesta. Se acaba el trabajo dando las gracias a los seres que le han acompañado en el proceso de cerrar su miedo, tejiendo su gratitud hasta un cierre positivo.

Según Juliana de Norwich (1342-1416), una mujer mística que tenía visiones durante su enfermedad, cuanta más reverencia y temor se adquieren, menos miedos de otros tipos aparecen. Ella habla de ‘la dulzura del amor’ que acompañaba este estado de gracia. Trasladado al mundo de hoy, este miedo esencial sería el miedo a desaprovechar la oportunidad para realizarse en esta vida, la reverencia hacía la vida. En la PHI se trata el miedo también con el fin de dar un valor profundo a cada instante de la vida como parte de la auto-realización. En mi opinión, no hace falta ser creyente necesariamente para experimentar el aspecto espiritual del miedo y vivenciarlo en la terapia. Cuando uno se siente y se expresa con reverencia o asombro en la terapia se ve acompañado por un gran sentido de ‘dulzura’ y compasión. Este estado positivo está entre las metas básicas de la psicoterapia humanista integrativa – la transformación del miedo a través de su expresión.

7. Conclusión

En terapia, se fomenta el respeto a la vida, el respeto hacía los demás y el respeto hacía nosotros mismos. Para ser ‘integrativa’, la terapia debe llevar a la persona no solo hacía ‘el amor’ sino también hacía un estado de mayor paz y armonía. En este sentido, el trabajo orientado a destapar el miedo esencial puede ser considerado como una manera saludable de fomentar valores y cualidades. Entre otras cosas, nos puede enseñar la aceptación de nuestras limitaciones ante la ansiedad, la habilidad de mantener la calma frente a un gran miedo, y la confianza para valorar las oportunidades y los misterios que se nos presentan en la vida. En la terapia, después de la auténtica expresión de los miedos dolorosos y dañinos, cuando se alcanzan el respeto y la reverencia, los silencios adquieren un poder integrador. A partir de ahí, la expresión natural es desde la quietud en la que el miedo puede convertirse en asombro. En tales momentos, emerge una sensación de estar ante una aventura en la cuál la terapia puede ser tan solo un medio para alcanzar este fin. Uno empieza a tomar la dirección adecuada hacía dentro, hacía lo esencial, para dar sentido a la vida y para satisfacer la añoranza de paz.

“El Amor lo conquista todo; rindámonos también nosotros al Amor.” Vigilio


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