“No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida.
Ni tengo respuestas para tus dudas o temores.
Pero puedo escucharte y buscarlas junto contigo”.
(J.L.Borges)
“La incomunicación disfrazada de comunicación
es una de las situaciones más comunes en la existencia humana”.
(Anónimo)
Cuento muy a menudo esta anécdota que, por otra parte, te invito a que la compruebes por ti mismo.
Muchas veces, cuando recibo una llamada telefónica y la otra persona pregunta “¿cómo estás?”, y observo que es sólo una pregunta rutinaria que no lleva implícito un interés real, respondo: “mal”.
En la mayoría de las ocasiones, la otra persona dice: “pues me alegro”, y me cuenta lo que me quería contar. Quiere esto decir que no me escuchaba, que sólo le interesaba contarme lo que quería contar.
Otra prueba que he hecho en más de una ocasión es en comidas con mucha gente; cuando me preguntan la receta de algo que les parece bueno, les digo unos cuantos de los ingredientes y añado: “…y cianuro”. Y dicen, más o menos, que está muy rico y que lo van a preparar algún día.
Sin comentarios.
Dijo Confucio: "Oír o leer sin reflexionar es una ocupación inútil".
Si observamos con atención cuál es nuestra actitud en la escucha, podremos comprobar que casi nunca prestamos la atención que se merece.
Llevo bastante tiempo atento a las conversaciones que mantengo, y noto que casi nunca escuchamos bien, porque, si nos sentimos cuestionados o atacados, aunque no sea cierto, ya no escuchamos, sino que desde que se inicia el diálogo estamos en una postura de defensa de tal magnitud que anula la capacidad receptiva y comprensiva.
Hay otro tipo de actitud que es cuando no nos importa lo que el otro dice, sino que todo nuestro interés se centra en robarle el turno de hablar para expresar nuestra opinión por encima de la suya, ya que, por supuesto, nos parece más cierta y más importante.
Cuando otra persona habla, nuestro deber no es sólo permanecer callados mientras nos parece que llega su razonamiento como si fuese un sonido insoportable, sino que la actitud ha de ser de receptividad total.
A fin de cuentas, nuestras creencias y nuestro modo de ser o pensar nos han acompañado hasta este momento, y difícilmente cambiarán –si no es por decisión propia-, por lo que nos podemos permitir la experiencia nueva de oír su mensaje, y recibirlo sin prejuicios en nuestra conciencia o en nuestro sentimiento, y no recibirlo en la mente discursiva, tradicionalista, auto-defensiva de las ideas conquistadas a golpe de tradición, mala educación, traumas o confusiones repetitivas.
Hemos de tener cuidado de cómo nos protegemos excesivamente de otras ideas, que podrían ser útiles, con el hecho de negar sin motivo y por costumbre las que no nos pertenecen.
Hemos de vigilar que lo que oímos, en principio, son nada más que palabras, y nosotros tenemos asociadas las palabras con conceptos.
No es lo mismo para todos la palabra "bonito", porque cada uno asocia esa palabra a un concepto distinto; no es lo mismo para todos la palabra "Dios", porque no coinciden los conceptos que tenemos de esa palabra.
A veces, incluso la misma palabra que ya tenemos asociada a un concepto nos afecta de distinta manera dependiendo de quién, cómo o cuándo nos la digan.
Por ejemplo, no es lo mismo si nos llama "amor" nuestra madre que si nos lo dice un tipejo ebrio, o si nos lo dice la persona que en ese momento estamos tratando de conquistar. Por tanto, si hasta en esto somos variables, no tratemos de defender unas ideas asociadas que pueden no tener gran validez.
La actitud correcta cuando se escucha, ya sea música, una conversación, o un discurso, es la de permitirse dejar que nos llegue hasta la fibra encargada de recibir el mensaje en el nivel correspondiente; hacerse transparente para que lo que sea llegue sin obstáculos represivos al sitio correspondiente, que lo rechazará si es inconveniente, o bien lo admitirá en su regazo de madre, porque es en ese sitio donde habita la claridad de la sabiduría, y donde el que uno Es recibe con amor las cosas que le recuerdan lo que ya sabe, o rechaza sin preocupación las que no coinciden con la esencia de uno.
Conviene salirse del refugio de nuestros conocimientos asentados, y escuchar otras ideas u opiniones distintas. Quizás algunas de nuestras ideas han caducado, o no están actualizadas, y escuchar a los demás nos traiga un aire fresco, nuevos puntos de vista, agradables sorpresas, o, en otros casos, nos haga ratificar lo que ya sabíamos.
Escuchar bien y atentamente es un acto de amor hacia el otro. Es demostrarle que le prestamos atención y que nos importa lo que nos dice. Que él es importante para nosotros.
Lo cual no quiere decir que tengamos que admitir incondicionalmente lo que nos diga.