OBSERVAR LA MENTE
Atención Consciente y Ayuno mental
No es de extrañar que desde hace siglos haya sobrevivido un adagio que reza: «La mente salva, la mente mata».
La mente está plagada de desorbitadas reacciones, muchas de ellas condicionadas por el miedo, la sospecha, la desconfianza y, por supuesto, la confusión, que sólo genera más confusión.
A menudo, por ello mismo, confundimos los reflejos con la realidad o convertimos, neciamente, la realidad en un reflejo.
En los textos antiguos siempre se hace referencia a la atención consciente como una gran fuerza liberadora y como una ayuda en cualquier circunstancia o situación.
Pero hay dos clases de atención, entre otras: la debidamente aplicada y la indebidamente aplicada. Cuando no aplicamos la atención debidamente, puede distorsionar la percepción y conducimos a error. Se puede producir el muy engañoso fenómeno de la superposición, porque superponemos nuestras creencias o prejuicios a lo que realmente es.
A veces, así, la mente se vuelve un verdadero infierno.
Quizá todos deberíamos observar un ayuno mental. Al igual que el ayuno físico limpia los intestinos y purifica el cerebro, tal vez sería oportuno que cuando nos hemos atiborrado de cultura, conceptos, ideas filosóficas y metafísicas, decidiéramos llevar a cabo un saludable e higienizante ayuno de tipo mental.
La denominada «meditación del silencio» es un magnífico ayuno de la mente, porque no se trata de ingerir, sino de vaciar. También es una ejercitación óptima llevar a cabo trabajos manuales sin que la mente divague y por supuesto ejercitar de vez en cuando la técnica que se conoce como la «sabiduría espejada».
El espejo refleja con toda habilidad, pero no juzga, no persigue a la imagen cuando se marcha, no retiene, no aprueba ni desaprueba, no reflexiona ni se pierde en ideas, no conserva y siempre está limpio.
Por naturaleza, la mente es básicamente un espacio silente e incoloro. Como aconsejaba Tilopa para la práctica de un tipo de meditación: «No analices, no reflexiones, no pienses; mantén la mente en su estado natural».
El pensamiento es movimiento, afán, tiempo y espacio, deseo y aversión, ego, preocupación y ocupación. Pero hay un lado en la mente que es inmóvil, sereno y perfectamente silencioso.
Accediendo a él, nos limpiamos.
Todos los días deberíamos ejercitamos unos minutos en practicar el ayuno mental.
Durante unos minutos se deja el mundo fuera de nosotros, porque no se va a parar por ello, y luego lo recuperaremos.
Nos acallamos, remansamos y ayunamos.
Muchos venenos se eliminan; muchos tóxicos se disuelven; mucha ignorancia y alienación se supera.
Ramiro Calle