EL PRESENTE ES SILENCIAMIENTO MENTAL
“Querer poseer el Presente impide experimentarlo; querer estar atento a él lo aleja.
Sitúate en el «aquí y el ahora» y no intervengas queriendo poseerlo.
En el Presente, afloran el saber, la existencia y el amor no-diferentes.
Mientras se piensa no se sabe; y mientras se sabe no se piensa” (Sesha).
Es probable que cualquier persona esté de acuerdo en que vivir el presente equivale a sentirse aquí y ahora. Pero puede resultarle más extraño oír que vivir en presente requiera ir más allá del pensamiento. Y, sin embargo, es cierto que, en rigor, presente y pensamiento se contraponen, por la sencilla razón de que el pensamiento sólo puede operar en pasado. La misma diferencia que existe entre el “pensamiento del vacío” y el “vacío de pensamientos”, es la que se da entre “pensar que se está en el presente” y “el presente” mismo.
Pensar no es otra cosa que sobreimponer nombre y forma a cualquier realidad percibida en el presente (o recordar nombres y formas del pasado o razonar y dar vueltas sobre ellos).
En cualquier caso, pensar requiere el recurso al pasado. Por eso, sin pasado del que la mente se apropia –eso es la memoria- no hay pensamiento coherente. Y, también por eso mismo, el pensamiento no observado resulta lo más “eficaz” para sacarnos del presente.
Pero todavía hay más. El pensamiento no sólo nos saca del presente, sino que fractura la realidad, debido a que él mismo únicamente es posible como consecuencia de esa misma fractura. En efecto, el pensamiento sólo cabe a partir del establecimiento de la dualidad sujeto/objeto. Con otras palabras, el pensamiento es obra de un sujeto que percibe todo lo demás como objeto. Por eso, mientras permanecemos en el pensamiento, es imposible superar ese dualismo característico del “modelo cartesiano”. Permanecer, por tanto, en el reino del pensamiento implica necesariamente una doble consecuencia: vivir en el pasado y mantener una percepción dual de la realidad. Pasado y dualidad, he ahí las dos características prototípicas del pensamiento.
Si lo planteamos desde el otro ángulo, significa que para vivir en presente es necesario ir más allá del pensamiento. Y que, al hacerlo, no sólo accedemos al presente, sino que emerge una percepción no-diferenciada de lo real. Es decir, pasado y dualidad resultan superados, simultáneamente, porque presente y no-dualidad no son sino dos modos diferentes de expresar lo que ocurre en cuanto se silencia la mente.
En el presente no hay dualidad. Al cesar el pensamiento, desaparece la dualidad sujeto/objeto que el pensamiento establecía. Y la realidad se muestra en su no-separación.
Como es lógico, modificado el modelo de cognición, se modifica necesariamente todo lo percibido. ¿Qué es el yo, el tú, los objetos, la conciencia, Dios…? La respuesta es diferente, según nazca del pensamiento –del modelo dual de cognición sujeto/objeto- o del no-pensamiento –modelo no-dual, meditativo o transpersonal.
Brevemente, pueden expresarse las siguientes diferencias:
Pensamiento
Presente
Dualidad sujeto/objeto
Percepción diferenciada de la realidad
Separa y fracciona la realidad
“Yo”, sujeto de cognición
Sentido de apropiación egoica
Pasado
No-dualidad
Percepción no-diferenciada de la realidad
Integrador de todo
No-yo (Conciencia-Testigo transpersonal)
No hay sentido de apropiación
Presencia constante
Decía más arriba que permanecer en el pensamiento constituye el modo más eficaz de no estar en el presente. No sólo eso. Podemos llegar incluso a identificarnos con nuestros pensamientos, hasta el punto de reducirnos a ellos: nos convertimos en aquello que pensamos. Y terminamos convencidos de que nuestra identidad es aquello que la mente piensa sobre la misma.
Si esto es así, ¿qué necesitamos para venir al presente y permanecer en él? ¿Cómo es posible salir de la dualidad aparente para vivir la plenitud no-dual del eterno presente?
A estas alturas, la respuesta resulta evidente. La única condición requerida es la de silenciar el pensamiento. Y a esto le llamamos meditar. Y eso es lo que necesitamos aprender.
¿Qué es meditar?
Meditar es, simplemente, atender a lo que está aconteciendo. Por eso, meditar equivale exactamente a vivir en presente. Es claro que, así entendida, la práctica meditativa es “camino a la libertad” y camino a la plenitud.
¿Cómo vivir, en lo concreto, esa atención a lo que acontece en el instante mismo? Dado que lo que acontece es diferente, hay también diversos modos de atenderlo. Es lo que explica que hablemos de modalidades de la práctica meditativa.
Por motivos pedagógicos, señalaré tres modalidades, con las que podemos atender a todo lo que está aconteciendo.
1. Atenderse a sí mismo: el camino de la sensación. Es el camino al que hacía referencia en el trabajo anterior. La persona entra en contacto consigo misma, sintiendo su cuerpo, su vida, su identidad, su amor…, hasta quedarse en la pura sensación desnuda, en la que, finalmente, sólo la sensación es. Por este camino, se ha aquietado también el pensamiento, se ha diluido el inicial modelo dualista y emerge el Presente en su belleza y plenitud. Basta sentir el cuerpo –sin pensarlo-, basta atender la respiración…, para poner “presencia” en nuestra vida, aprendiendo a “estar” en el puro Presente.
2. Atender a la mente (a los contenidos mentales): el camino de la atención desnuda o contemplativa, el puro “estar”. Todo empieza tomando distancia de los propios pensamientos. Para ello, uno se sitúa como observador neutral que, tras la pregunta inicial ¿qué estoy pensando?, constata sencillamente el vaivén de la mente, sin intervenir en él. Sabemos bien que los pensamientos únicamente existen porque los alimentamos. Y podemos alimentarlos tanto reforzándolos como luchando contra ellos. Sin embargo, cuando sencillamente los observamos desde la distancia, sin implicación, desaparecen.
Una vez desaparecidos, lo que queda es un vacío mental –no un pensamiento de vacío-, al que hemos de cuidar no “llenar” con nada. Para ello, deberemos ir aprendiendo a “convivir” con ese vacío, dejándolo que sea. Aprendiendo a dejar que quede la atención desnuda reposando en ella misma. Llegados a este punto –en que la atención se atiende a sí misma-, el pensamiento ha quedado silenciado, lo que permite que se muestre la no-dualidad.
Puedes probar de este modo: Suelta todos los pensamientos y preocupaciones; ven únicamente aquí y ahora; y déjate permanecer en ese estar que aparece: no quieras pensarlo, ni entenderlo, ni ir más allá de él…; sólo estar.
3. Atender a la vida cotidiana: el camino de la acción desinteresada o desapropiada. Por “vida cotidiana” entiendo todo lo referido al mundo de los “objetos”; el mundo en el que trascurre habitualmente nuestro tiempo. Así como las dos prácticas anteriores requieren un tiempo especial, para el que reservamos un espacio dentro de nuestra jornada, ésta otra es vivida en el mismo vivir de cada día. Por eso, se la ha llamado también meditación en la acción. Y consiste, justamente, en todo un nuevo modo de vida, que conduce –como toda práctica meditativa- al presente y a la plenitud. ¿Cómo hacerlo?
Hablar de “objeto” significa hablar de: cosas, personas o acciones. Y eso es lo que encontramos en nuestra vida cotidiana. Meditar aquí significa, por tanto, un modo de estar en el mundo de las cosas, de las personas y de toda nuestra actividad.
¿Cómo hacer, en concreto, para atender a las cosas, a las personas y a todo lo que hacemos en nuestra vida cotidiana? La palabra mágica es volcarse en todo ello, posarse, depositarse, dejarse fluir, sin pretender absolutamente nada; ya que cualquier pretensión no sería sino un pensamiento más, un intento del propio yo por permanecer en su protagonismo.
Volcarse en el objeto significa aprender a estar, no en la mente ni en los sentidos, sino en el objeto mismo (persona, cosa, acción). Las resistencias y dificultades, en los primeros intentos, serán numerosas, porque nos resulta una práctica inusual. Se trata, sin embargo, de practicarlo con suavidad, situándonos, no en el sentido que ve, oye, huele…, sino en el objeto que es visto, oído, olido… o en la acción que está haciéndose. Para que sea eficaz, esto requiere que nos prendamos absolutamente al objeto en cuestión, suprimiendo cualquier tipo de “distancia” que nuestra mente pretenderá imponer. No podemos olvidar que la mente siempre tiende a tomar distancia con respecto a cualquier objeto externo –porque, como ha quedado dicho, sólo puede funcionar a partir del modelo de cognición dual sujeto/objeto, lo cual significa “marcar” la separación y distancia-. Eliminar la distancia arbitraria impuesta por la mente es el resultado de la práctica meditativa.
Aprender a vivir así es el modo más eficaz de vivir en presente. Y ahí es donde la percepción se habrá modificado. Mientras viva así, me será imposible juzgar a los otros, a quienes veré como no-diferentes de mí mismo; no podré dañar nada. Habré crecido en libertad interior e irá emergiendo una nueva identidad, más amplia que la de mi “yo” habitual, a la que denominamos Conciencia-Testigo. La diferencia del Testigo con respecto al yo-mental consiste en que aquél, a diferencia de éste, carece de historia: es no-diferente del propio Presente.
Con ello, habremos realizado un descubrimiento tan sorprendente como radicalmente transformador: empezamos viniendo al presente y, al experimentarlo, terminamos percibiendo que somos esa misma Presencia que emerge. Al entrar en el presente, hemos descubierto nuestra más profunda identidad, la que, por otra parte, compartimos con todos los seres.
Todo esto viene a manifestar la importancia de educarnos por vivir en esta atención a lo largo del día. Cada vez que nos sorprendamos envueltos en pensamientos, distantes de lo que hacemos, vemos, oímos…, será bueno volcarnos consciente y voluntariamente en ello. Ese “volcarse” es un modo de morir al yo, porque implica “desaparecer” literalmente en los objetos. Por eso nos cuesta tanto. Pero es el camino que conduce a la libertad.
Todo es asombrosamente coherente. Por eso, con cualquiera de esos caminos seremos conducidos a la misma meta.
Tomemos el camino de la sensación. Cuando, con la ayuda del cuerpo y de la respiración profunda, aprendemos a volver una y otra vez al vientre (hara) y permanecemos en él, en lugar de perdernos en la cabeza, se produce un doble efecto, sabio y sorprendente, que nos hace ver la coherencia de todo el proceso:
Por un lado, estar en el vientre facilita el “volcarse” en los objetos –cosas, personas, acciones-, con lo que resulta más fácil atender a nuestra vida cotidiana, permanecer en el presente y hacer posible que emerja una percepción do diferenciada la realidad.
Por otro, al entrar en contacto con nuestro cuerpo a través de las sensaciones -un camino descendente de sentir y encontrarse consigo mismo en profundidad-, llega un momento en que conectamos con lo que Wilber llama la “simple sensación de ser”. La “simple sensación de ser” coincide absolutamente con el “Ahora”, de que habla Tolle: es el Presente atemporal. De ese modo, en una asombrosa y sabia convergencia, el cuerpo –el camino de la sensación- nos ha conducido a nuestra identidad más profunda y verdadera, al Testigo, que abre el paso a la conciencia no dual o Presencia que somos. A partir de ahí, se trata de permanecer en esa “pura sensación de ser”, para dejar vivir la Presencia, la nueva identidad que, simultáneamente, integra y trasciende al yo-mental (que era sólo la identidad característica del estado de conciencia egoico).
Para concluir:
El Presente –la Presencia que somos- emerge en cuanto acallamos la mente. Con lo cual venimos a constatar que nuestra identificación con el pensamiento no es sino una cortina que nos vela la Realidad. Meditar significa aprender y ejercitarse en recorrer esa cortina, para poder ver… Por eso, cuando silenciamos el pensamiento, aparece la comprensión.
He indicado tres modalidades de práctica meditativa que nos permiten adiestrarnos en retirar el velo de la mente. Me gustaría concluir señalando unas maneras absolutamente simples de alcanzar el mismo resultado.
Siente tu cuerpo…, como si sólo fueras cuerpo. Si mantienes la atención, entrarás en contacto con tu “cuerpo interno” (Tolle), tu cuerpo sutil o la energía del cuerpo. Notarás que caen todos los límites o fronteras de tu cuerpo físico y has sido conducido a la a-especialidad y a-temporalidad de Lo que es: Eso que no puede pensarse es tu Identidad más profunda. Esta es la belleza: empiezas sintiendo el cuerpo y él mismo hace que lo trasciendas, hasta llegar a percibir tu verdadera Identidad.
Acércate a tu mente y di: “¡Párate!”. Al hacerlo, tomas distancia con respecto a ella, te desidentificas de los pensamientos, te has detenido y te has situado como observador… Al hacer eso, ¿qué queda? Quietud: Eso es lo que tú eres, tu Identidad más honda. Todo lo demás eran sólo “historias mentales”; al detenerlas (“¡párate!”), queda sencillamente la Verdad de lo que eres.
Di: “Yo soy”, y quédate en esa desnuda sensación de ser, de existir. No añadas nada más, no conectes con ningún pensamiento, ni recuerdo, ni preocupación, ni expectativa… Seguramente, al principio, vendrán muchos pensamientos de todo tipo, hasta el punto de que permanecer en el “Yo soy” desnudo te parecerá una tarea imposible y hasta absurda. Eso es así; no te preocupes. Tú sigue permaneciendo en el “Yo soy”, que es pura Presencia. Poco a poco, ese sentido de Presencia se hará cada vez más fuerte… hasta “ocuparlo” todo. Sólo quedará Presencia: Eso es tu identidad. El “Yo soy” es nuestra Identidad más honda, unitaria y compartida: es la Presencia, la Quietud… (No puedo dejar de reproducir la respuesta sabia de alguien que se vivió en ese estado de conciencia. En una ocasión, “los judíos le dijeron a Jesús: «De modo que tú, que aún no tienes cincuenta años, has visto a Abraham [que había vivido hacía mil ochocientos años]». Jesús les respondió: «Os aseguro que antes que Abraham naciera, Yo soy»”: evangelio de Juan 8,57-58). “Yo soy” –atemporal, pura Presencia- es nuestra Identidad verdadera…, pero solemos vivir “dormidos” e ignorantes de ella: y ahí radica la causa de nuestra confusión y de nuestro sufrimiento.
Nuestra verdadera Identidad es Plenitud, Presencia: nada le falta y jamás puede ser dañada. Si viviéramos en Ella, eliminaríamos el sufrimiento de nuestra vida; habría dolor (como un “objeto” más dentro del campo de nuestra conciencia), pero no sufrimiento. El “Yo soy”, donde nos “encontramos” con todos los seres, en la admirable No-dualidad que somos, no puede ser alterado por nada. Hay un relato que lo expresa con claridad:
El discípulo llegó hasta el maestro y le dijo:
— Maestro, por favor, te ruego que me impartas una instrucción para aproximarme a la verdad. Tal vez tú dispongas de alguna enseñanza secreta.
Después de mirarle unos instantes, el maestro declaró:
— El gran secreto está en la observación. Nada escapa a una mente observadora y perceptiva. Ella misma se convierte en la enseñanza.
— ¿Qué me aconsejas hacer?
— Observa -dijo el maestro-. Siéntate en la playa, a la orilla del mar, y observa cómo el sol se refleja en sus aguas. Permanece observando tanto tiempo como te sea necesario, tanto tiempo como te exija la apertura de tu comprensión.
Durante días, el discípulo se mantuvo en completa observación, sentado a la orilla del mar. Observó el sol reflejándose sobre las aguas del océano, unas veces tranquilas, otras encrespadas. Observó las leves ondulaciones de sus aguas cuando la mar estaba en calma y las olas gigantescas cuando llegaba la tempestad. Observó y observó, atento y ecuánime, meditativo y alerta. Y así, paulatinamente, se fue desarrollando su comprensión.
Su mente comenzó a modificarse y su consciencia a hallar otro modo mucho más rico de percibir.
El discípulo, muy agradecido, regresó junto al maestro.
— ¿Has comprendido a través de la observación?, preguntó el maestro.
— Sí -repuso satisfecho el discípulo-. Llevaba años efectuando los ritos, asistiendo a las ceremonias más sagradas, leyendo las escrituras, pero no había comprendido. Unos días de observación me han hecho comprender.
El sol es nuestro ser interior, siempre brillante, autoluminoso, inafectado. Las aguas no le mojan y las olas no le alcanzan; es ajeno a la calma y la tempestad aparentes. Siempre permanece, inalterable, en sí mismo.
— Ésa es una enseñanza sublime -declaró el maestro-, la enseñanza que se desprende del arte de la observación.
El Maestro dice: Todos los grandes descubrimientos se han derivado de la observación diligente. No hay mayor descubrimiento que el del Ser.
Observa y comprende.
http://www.enriquemartinezlozano.com/bellezapresente_2.htm